En una Asamblea legislativa, como la nuestra, todo es posible. Allí hay lugar hasta para los círculos cuadrados y las tinieblas luminosas. La lógica y la moral desaparecieron desde hace décadas en el agua ácida del pensamiento y de la ética corrompidos. Por ende, no valdría la pena ni escandalizarse ni, menos todavía, rasgarse las vestiduras luego de su genial decreto mediante el cual simplemente ni se produjo ni existió ni fue realidad ni nada por el estilo todo aquello que, sin embargo, realmente aconteció en ese malhadado octubre del 2019.
Lo peor de todo es que nada de lo que se diga pertenece al orden de la metáfora. No: se trata de una realidad demasiado y cruelmente real: realidad perversamente pura. La mayoría de asambleístas decretó, con la sabiduría y ética que los caracteriza, la desaparición legal, lógica y ética de esos inmensos desmanes, de esos incendios, de esas Contralorías en llamas, de esos policías heridos, de esos autos despedazados, de esas calles destruidas. De esos policías amenazados con ser asesinados en grupo nada menos que en la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Nada de eso existió. Solo fue una mala pesadilla de la que hemos despertado gracias a la genial sabiduría y la ética corrupta de los asambleístas que así lo decidieron.
Por supuesto, no hubo ni heridos ni muertos. No hubo policías secuestrados en la Casa de la Cultura y amenazados de muerte. No se prendió fuego a la Controlaría General del Estado, no se destruyeron e incineraron y robaron documentos muy bien elegidos y que tenían que ver con acusaciones a personajes de un partido político fundado, dirigido y sostenido nada menos ni nada más que por Rafael Correa, el héroe, el mentalizador distante, la mano oculta, la gasolina derramada, los incendios provocados, las muertes dadas en aquellos fatídicos días.
Por decreto de la Asamblea Nacional, dirigida y conformada por héroes, sabios y santos, en ese octubre malhadado nada aconteció. Todo fue una fábula o una delirante creación de los enemigos del héroe, santo y mártir Rafael Correa.
Por decreto de la Asamblea Nacional, dirigida y conformada por héroes, sabios y santos, en ese octubre malhadado nada aconteció. Todo fue una fábula o una delirante creación de los enemigos del héroe, santo y mártir Rafael Correa.
Por decreto de la Asamblea Nacional, todo lo de aquel fatídico octubre no fue sino un mal sueño del país entero, una invención de mentes calenturientas. Nunca hubo desorden ni violencia de ningún orden o ni heridos, ni muertos, ni policías amenazados de muerte ni canales de televisión incendiados. No, nada de eso aconteció: solo fue un invento de los enemigos del correísmo.
A partir de ahora, esos días de terror, destrucción y muerte no existieron. Al contrario, todo fue calma, paz, orden, honorabilidad y verdad. Nadie desde el exterior y menos aún quien fuera antes presidente de este país de lo absurdo, manejó los hilos de ese teatro de tétricas, crueles e impúdicas marionetas.
Nunca se produjo tal asociación ilícita para delinquir. Nunca las oficinas de la Prefectura de Pichincha convirtieron en sala de armas y en sede de la logística para destruir la ciudad capital. Nunca. De hoy en más, hay que escribir otra historia
¿Cómo es posible que la Asamblea nacional haya cometido uno de los crímenes legales más horrorosos de nuestra historia reciente? ¿Es que, acaso, la verdad o la mentira es cuestión solamente de una cantidad de votos que lo afirman o lo niegan? ¿Hasta cuándo, asambleístas, jugarán ustedes con nuestra paciencia y con la ética social?
¿En dónde estamos? ¿Qué Asamblea Nacional hemos conformado en la que la verdad y la ética se han divorciado de la realidad y su historia?
Está claro: esta Asamblea de corruptos no nos representa. Todo lo contrario, constituye un ejemplo de lo inmoral y lo perverso en estado puro.
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