
Una nueva cruzada civilizatoria ha terminado en tragedia. Estados Unidos, 20 años después de invadir a Afganistán, retira sus tropas dejando una estela de caos, muerte y desolación. Biden ha justificado la derrota militar de la nación más poderosa utilizando el título de un libro del politólogo David Isby: Afganistán: cementerio de imperios.
Definitivamente, un país del tercer mundo atomizado y sin buen armamento ha podido derrotar en 180 años al Reino Unido, la ex Unión Soviética y Estados Unidos. ¿Cómo se puede entender que una región tan desguarnecida sea al mismo tiempo inexpugnable? Tal vez por su fanatismo religioso, porque el pueblo afgano no posee misiles pero tienen una “identidad asesina”, como diría Amin Maalouf.
Afganistán es una nación compleja y contradictoria unida por diversos niveles de fanatismo religioso. Esta facilidad de su población para aceptar y practicar la línea dura del islam sunita permitió a los talibanes, llamados “estudiantes”, financiados por Arabia Saudita llegar al poder en 1995. Fueron derrocados en 2001 por el gobierno de Bush pero siguieron vigentes, y hoy han expulsado al ejército más poderoso del mundo.
Los talibanes practican un populismo religioso sobre la base de la aplicación radical de la Sharia, ley islámica, que contempla castigos extremos en contra del robo, el asesinato y la infidelidad. Al mismo tiempo ha demonizado a la mujer, no solo es tratada como una ciudadana de segunda clase sino como una esclava. Se le prohibe estudiar a partir de los diez años, tiene que usar la burka, es lapidada en caso de adulterio. Este populismo penal que surge desde la visceralidad y la venganza es un antónimo de justicia porque puede generar más violencia. Sin embargo la línea de justicia patibularia de los talibanes les sirvió, cuando estuvieron en el poder, para frenar la anarquía y la delincuencia, construir carreteras e impulsar comercio.
Según Julian Assange, “el objetivo de Estados Unidos no es subyugar Afganistán sino lavar dinero de transnacionales de seguridad nacional”. Está claro que la guerra es un negocio y nuevamente las grandes corporaciones que fabrican y comercializan armas han aprovechado esta coyuntura histórica. Además están en juego muchos intereses económicos como las minas de cobre, litio y los sembríos de opio. El abigarrado mapa político y económico de esta nación contrasta con su identidad cultural extremadamente compacta. Los dogmas son más poderosos que la razón, por ello los talibanes, quienes han iniciado otra “revolución cultural”, prohibiendo la televisión, el cine y toda conducta que pueda atentar contra Alá, controlan Afganistán.
Somos una nación feraz para la intolerancia y los estereotipos. Las identidades asesinas nos habitan: ateo-religioso; cholo-indio; blanco-negro; correísta-anticorreísta; izquierda-derecha; machista-feminista; liguista-barcelonista, en fin la lista es demasiado extensa…
Cuando preguntaron a Frederich Nietzsche quién era él, simplemente respondió: “un campo de batalla”. Es decir Nietzsche se proclamó un individuo en permanente mutación en el que habitaban diferentes yos y diferentes fuerzas. Una identidad mutante podría ser la forma de entender la vida y el mundo de una forma más natural porque estaríamos abiertos a evolucionar. Sin embargo asistimos a un desfile de identidades que se fortalecen sobre la base de la negación del otro. David Maalouf en su libro Identidades asesinas dice: “y cuando nuestra mirada —la de los observadores externos— entra en ese juego perverso, cuando asignamos a una comunidad el papel de cordero y a otra el de lobo, lo que estamos haciendo, aun sin saberlo, es conceder por anticipado la impunidad a los crímenes de una de las partes.”
Aparentemente la mayoría de ecuatorianos repudia a los talibanes, pero creo que no estamos tan distantes de su visión de identidad basada en la exclusión del otro. Ecuador es un país profundamente dicotómico, que no acepta matices. La política se basa en la construcción de mitos. Correa construyó su narrativa política diciendo que no existía Estado antes de él, lo cual es totalmente falso. El anti-correísmo sostiene que todos los problemas son culpa de la gestión de Correa, también totalmente falso.
Vamos con ejemplos más cotidianos: si felicitas al gobierno de Lasso por los avances en la campaña de vacunación eres considerado por los correístas como traidor. A reglón seguido si manifiestas que el juicio en contra de Correa, donde se lo condena por “influjo psíquico”, es un fárrago sin sentido te estigmatizan como borrego.
Somos una nación feraz para la intolerancia y los estereotipos. Las identidades asesinas nos habitan: ateo-religioso; cholo-indio; blanco-negro; correísta-anticorreísta; izquierda-derecha; machista-feminista; liguista-barcelonista, en fin la lista es demasiado extensa…
Ecuador es un país de contrastes, sus paisajes nos regalan a diario parajes repletos de belleza, delirio y vida. Ojalá seamos dignos de tanto derroche estético de la naturaleza. Debemos encontrar el valor de los matices, sólo así construiremos un camino que nos permita afirmarnos como nación sobre una racionalidad basada en respetar a la otredad como principio fundacional. Valdría la pena recordar la frase de Sartre: “mi libertad depende de la libertad del otro.”
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]


NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



