
Para superar la crisis política que vive el país, se afirma que es imprescindible contar con verdaderos partidos políticos, es decir, con organizaciones articuladas en torno a una ideología.
¿Qué es la ideología? Es una explicación de la sociedad —total, diría Hanna Arendt—, de la que deriva un enfoque particular sobre la forma de resolver los problemas públicos. La ideología, así definida, tiene un componente cognoscitivo y uno axiológico, de los que se desprende un componente programático, referido al qué hacer.
Siendo así, se entendería que la existencia de varias ideologías en competencia amplía la visión de lo social y de las formas de actuación posibles frente a los problemas sociales. La dificultad, sin embargo, está en el rasgo que Arendt considera inseparable de las ideologías: su pretensión a la totalidad, pretensión que les otorga un carácter absoluto y excluyente.
Como explicación total de la sociedad, la ideología es la lente con la cual las personas que la profesan ven la realidad social y política, y juzgan la historia, la coyuntura y el desempeño del gobierno y otros actores políticos. Afirmar que los partidos ideológicos son buenos para la democracia significa aceptar que, independientemente de sus contenidos, las ideologías son positivas.
¿Cuál es la principal ventaja de una ideología? Que permite a la gente analizar y juzgar la realidad social y política de forma segura. El juicio ideológico de la realidad proporciona seguridad psicológica a quien lo emite, aunque sea un juicio equivocado y hasta tendencioso.
Hay, claro está, otros beneficios de los que disfrutan especialmente los líderes de las organizaciones ideológicas. Entre estos el poder del sacerdote, que es el poder para señalar qué es lo bueno y qué es lo malo, y quiénes son los réprobos y los herejes.
Para el seguidor de una ideología, y este es un hecho que no se puede obviar, la distancia entre la realidad y el deseo es mucho menor que para el escéptico (el seguidor de una ideología es un creyente), pues imaginariamente logra acomodar a su deseo la realidad. Y a partir de esta realidad imaginada se relaciona con la acción política. Su discurso y su práctica políticas son coherentes con el mundo imaginario que ha creado y pocas veces con la realidad.
La ideología es los ojos del creyente, sus oídos, su voz. A través de ella percibe el mundo y da cuenta de lo que pasa en él. Gracias a ella, habitando el mundo real, experimenta un mundo ficticio y, basado en esa creencia, opina, vota, protesta
¿Mundo creado, entonces? Quizá mundo fabricado sea una denominación mejor, ya que se trata de un producto en serie, carente de originalidad, que se ha elaborado de acuerdo con el modelo explicado en el manual de ideología, válido para todas las edades y circunstancias. La producción en serie de problemas y soluciones es característica del pensamiento ideológico, de manera que una pregunta realizada a los miembros de una cofradía ideológica recibirá idéntica respuesta de todos ellos.
La ideología enseña a ver, oír y hablar. Oigo: “Somos los jaguares de América”. Veo el jaguar en una carretera asfaltada que ha sido construida con sobreprecio. Repito: “Somos los jaguares de América”.
La ideología es los ojos del creyente, sus oídos, su voz. A través de ella percibe el mundo y da cuenta de lo que pasa en él. Gracias a ella, habitando el mundo real, experimenta un mundo ficticio y, basado en esa creencia, opina, vota, protesta.
El papel de intermediación que la ideología ejerce entre la realidad y sus seguidores, hasta el punto de conducir en una dirección predeterminada su percepción y análisis del mundo, obedece a la excesiva importancia que estos dan al componente cognoscitivo sobre los otros componentes, producto, a su vez, de la pretensión de la ideología —sobre todo la de base marxista— de ser como la ciencia y sustituir el estudio objetivo y sistemático de la realidad por sus verdades intemporales.
¿Significa esto que para hacer política hay que prescindir de la ideología? Si la vemos como una forma de conocimiento y la usamos en este sentido, prescindiendo del conocimiento objetivo de la sociedad, la ideología conduce la política fuera de los marcos de la realidad y la sitúa en los ámbitos del mito, el prejuicio o el lugar común. En este caso hay que prescindir de ella.
Es distinto cuando, conscientes de que las ideologías defienden valores y se diferencian entre ellas por la importancia que dan a uno u otro valor: la libertad o la justicia, por ejemplo, los ciudadanos y los políticos las usan para ampliar el campo de acción de la política, impulsando la garantía y ejercicio de los derechos correspondientes a los distintos valores democráticos que las ideologías defienden con preferencia. Por esta misma razón, aquellas organizaciones que propugnan valores antidemocráticos no pueden ser parte del diálogo político.
El diálogo político debe dirigirse a encontrar las mejores formas de dar vigencia sociológica a los derechos humanos y, por tanto, propiciar la realización de los valores democráticos que constantes en las ideologías. Lo que no se puede aceptar es el empleo de estas como instrumento de conocimiento y, menos aún, como el compendio de todo el conocimiento social y político existente o la explicación final y absoluta de la cuestión social. El valor de las ideologías no es cognoscitivo sino axiológico. Hasta ahí llegan. En la política cuentan los valores y el conocimiento. Y este, elemento fundamental de la toma de decisiones, no lo vamos a encontrar en las ideologías y menos sirviéndonos de ellas para “leer” la realidad.
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