
Es licenciado en Sociología y Ciencias Políticas por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito; Magíster en Comunicación, con mención en Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.
Los Idiotas (1998) es un film del maravilloso y complejo director danés Lars von Trier, que cuenta la historia de un grupo de jóvenes que se dedican a practicar la idiotez.
El hecho de fingir es una contradicción alucinante, parece idiota fingir que se es idiota, pero al mismo tiempo se requiere inteligencia para representarlo.
Los idiotas, en la pantalla, ¿son sinceros consigo mismos? La respuesta es, quizá, un engaño dentro de un engaño: saben que fingen, pero así logran ocultar el miedo y el dolor; el grupo justamente cumple la función de facilitar la evasión de la realidad, mientras más idiotas más unidos al grupo y menos responsables de su propia existencia.
Del otro lado de la pantalla el espectador tiene una sensación confusa de ser interpelado, ¿en qué medida actúo como el grupo y no como individuo? ¿Cómo actuaría si salgo del grupo?
¿Qué es ser idiota?
Aunque el término idiota hace referencia a una persona de escasas facultades mentales, así como a alguien zafio e ignorante; el vocablo se explica mejor por su significado en la Atenas del siglo V. Para Hannah Arend, en la Grecia Clásica, los idiotas eran aquellos que no participaban en la vida pública, cuando las decisiones públicas los afectaban.
La pertenencia política a un grupo tiene esa cualidad de volver idiotas a los seres humanos, de hecho un estudio de Dan Kahan, de la universidad de Yale, desmostró que la ideología política se conduce por un “razonamiento motivado” que justifica las ideas más irracionales, al extremo de que mientras más absurdas mejor se muestran como señales de identidad al grupo.
Es por esta razón que, en las discusiones entre grupos políticos, cuanta más información y datos que sustenten un argumento, menos posibilidades tienen de llegar a acuerdos.
Lo que vemos en el Ecuador, coincide plenamente con la conclusión de Kahan: las personas se cierran a argumentos científicos y racionales que sean opuestos a sus creencias de grupo, pues aceptar las ideas contrarias podría poner en riesgo su pertenencia al grupo y en consecuencia su pertenencia social.
Aquí podría finalizar el artículo, con una sensación tonta de aceptación de un país que deja a los políticos conducirnos a la pobreza, la corrupción y la extrema falta de desarrollo social; mientras, los narcotraficantes y correístas disfrutan del caos, donde siempre reinan sobre los tontos. Pero al igual que el espectador de la pelicula de Lars von Trier, cabe la opción de reconocer el idiota interior y hacersse cargo, dejar el grupo en definitiva y pensar de forma racional.
La discusión en la esfera pública, donde los argumentos se movilizan y chocan como bolas en un juego de billar, se muestra como un cúmulo de ideas racionales, pero en realidad son identificadores sociales; esto quiere decir que expresan quiénes somos y no qué sabemos.
Las creencias, dependiendo de quien las formule y quien apoye, se convierten en valores sociales necesarios para ser aceptados en un grupo, en general, los grupos están definidos por aquello que odian o rechazan: los antivacunas y la izquierda odian a las transnacionales; la derecha ultra conservadora despotrica contra la homosexualidad, el feminismo y la migración.
Las creencias, dependiendo de quien las formule y quien apoye, se convierten en valores sociales necesarios para ser aceptados en un grupo, en general, los grupos están definidos por aquello que odian o rechazan: los antivacunas y la izquierda odian a las transnacionales; la derecha ultra conservadora despotrica contra la homosexualidad, el feminismo y la migración. Ya sean los políticos corruptos o las masas ignorantes, cualquier idea que sirva como causa de todos los males sociales, constituye una marca de identidad.
La presión por amoldarse a un grupo es parte de la naturaleza biológica, así nos determinamos como seres sociales, de esto no se escapa nadie: ni siquiera los académicos que viven del ejercicio de la “racionalidad”, con facilidad forman grupos en contra de las tecnologías de vigilancia o a favor del Big data; profundas argumentaciones ocultan esa necesidad emocional de defender la reputación del grupo. Equivocarse de bando suele acarrear la pérdida de privilegios, el ostracismo social o incluso la perdida del empleo.
Desde este punto de vista, las creencias que compartimos fundamentan una “cognición protectora de la identidad” que aparecen como extremadamente racionales para el grupo, pero desde un análisis social, absolutamente irracionales.
Pensemos en la siguiente afirmación: se debe congelar el precio de los combustibles, pues constituye una paliza al pueblo ecuatoriano. Aunque se escucha convincente, la irracionalidad se muestra en la falta de datos y la omisión de otros factores que intervengan en la paliza, veamos: en primer lugar, el pueblo ecuatoriano no existe, lo que existen son grupos con características sociales, económicas y culturales diferentes; en segundo lugar, el congelamiento beneficia más a los sectores que tienen vehículos que a los sectores populares e indígenas, dado que sin trabajo lo que se garantiza es una economía que subsidia la miseria y conserva congelada la pobreza.
En tercer lugar, faltan hipótesis alternativas y datos que las prueben, por ejemplo, la relación entre el bajo uso de tecnología en el campo y la pobreza, además del costo de los combustibles.
“En términos generales, el nivel tecnológico del sector agrícola ecuatoriano es bajo. La tecnología aplicada se caracteriza por una cierta dualidad. Una minoría de productores capitalizados, básicamente los de banano y flores (productos básicos de la exportación del país), utilizan equipos extranjeros de alta calidad, y llevan a cabo procesos de producción y distribución sumamente sofisticados, mientras que, por otro lado, la gran mayoría de agricultores familiares cuentan con una nula o mínima tecnología. Esta situación provoca un pobre rendimiento de las tierras.
Otra particularidad del mercado de maquinaria agrícola ecuatoriano es su baja producción nacional y, por tanto, dependencia de las importaciones”. (Informe del Instituto Español de Comercio Exterior / abril 2018).
Parece más inteligente focalizar el subsidio de los combustibles, equilibrar las cuentas nacionales e invertir en el desarrollo tecnológico agrícola; es mejor tener ingresos para pagar el costo de la vida, que tener todo barato, pero vivir en la miseria social y cognitiva.
Otra afirmación que circula por la opinión pública, de otro grupo, es que si suben los impuestos, la gente consumirá menos, parece racional, pero su fin es meramente emocional, un eslógan e insignia para asegurar la pertenencia de grupo.
¿Todos los impuestos por igual, sin matices o distinciones? ¿La gente compra menos en todos los rubros, entonces por qué los automóviles, con altos costos, incrementaron sus ventas? ¿Los impuestos a las élites deben ser a las empresas, las personas o a los dos? ¿Cuál es la alternativa, por qué no discutirla?
Afirmaciones generalistas como las señaladas, movilizan emocionalmente a los grupos políticos, pero con la inmensa paradoja que los vuelve idiotas, en el sentido de que la imposición de ideas, de cortas miras, invalidan las negociaciones y acuerdos sociales necesarios para participar en conjunto ante la inminente pérdida del Estado en manos de la corrupción y el narcotráfico.
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