Nadie atina a una explicación coherente. Que hay que defenderlo porque se regresa el pasado cargado de trova revolucionaria. Porque ha logrado lo impensable al dejar en el exilio a uno de los políticos sin escrúpulos. Que las ajustadas maniobras, parecidas a un mediocre jugador de ajedrez, le alcanzan para recuperar lo perdido. Que el cacique guayaco (de seguro el próximo habitante de Carondelet) lo apaña con la vehemencia de un celópata, pero eso está en entredicho. Que es su obra el que azules, amarillos, verdes, verde flex, naranjas… se hagan los ciegos por el bien de la Patria. Otros, que se llaman a si mismos la tercera vía, caminan por el sendero del bobalicón esoterismo de brevísimos libracos, perdidos en miles de párrafos.
Hombres y mujeres de letras, de libros, de negocios, de dinero, han construido un muro alrededor del personaje (algunos sin quererlo, por presiones). Pero uno con arena de mar, por supuesto. Tanto así, que en época electoral ellos ya ni siquiera hablan de las opciones para alcaldes en Quito o Guayaquil. O de los delfines que antier nomás aprendieron las peores mañas de la reciente política ecuatoriana: ver para otro lado cuando la marejada se vuelve cada vez más brava. Guardan silencio. Como si callados no delataran sus intenciones de mantener inmaculada la tela invisible, la que solamente pueden ver ellos.
Pero si están en esa línea del silencio… sólo un mar de gente por la Guayaquil podrá devolverles el alma que han perdido en ese agualodo que es esta revolución ciudadana con prozac. Hasta tanto, los idiotizados capitanean.
No hay explicación coherente porque están idiotizados. Porque se olvidaron de sus viajes, de sus anécdotas en Estados Unidos o Europa, cuando relataban con gran soltura la experiencia de la honestidad de los extranjeros cuando se perdían en las callejuelas de ciudades viejas o de ciudades libres. Ya no rememoran ese dicho de la clase media -media turista a veces- que comparaba: si nosotros fuéramos un poco así… Cuando defendían, vehementes, los derechos, las libertades.
Ya no les interesa. Oyen sin escuchar. Miran sin ver. No hay ni selección de fútbol para que les resucite el alma.
Pero señales las tienen… Jorge Imbaquingo, hace unos días, escribió en El Comercio cómo este Gobierno tiene doble cara. Acepta la libertad de Venezuela, pero convive con sus opresores. Y así hay innumerables ejemplos. ¿Otro? A casi tres años del terremoto en Manabí y Esmeraldas su gente clama por un trato digno. Casas, hospitales, parques, vida… Se hacen los locos encima de los muertos. ¿Más? El Fondo Monetario Internacional no verá con malos ojos un cambio de gobierno ordenado, así este Gobierno se empeñe en que celebremos el modelo de la deuda y el despilfarro. El FMI, por sus siglas temidas en algunos círculos vetustos, no cambia. Ahí está Venezuela y Nicaragua. Es decir, primero cambian los gobiernos antes que los del FMI.
Pero lo que ellos, los idiotizados, tratan de evitar es el ecuatoriano exprese su heroísmo en los días de peligro. Porque hemos sido amantes de la paz justa y digna, decía Benjamín Carrión, a quien los socialistas nostálgicos siempre lo reclaman como suyo.
Desde hace unos días he conversado con algunos políticos, algunos que en el futuro cercano, de seguro, estarán guiándonos. Duros, incrédulos, decepcionados, poco optimistas. Ya sienten el peso, al máximo, de resguardar silenciosamente a Lenín. Y, en ese contexto, les sacaba las palabras como escarbar en la cangahua. La pregunta, como pala, era cómo debería verse la capital hacia el futuro. Conclusiones rápidas… César y los dos Juan Carlos son quienes pueden devolver a la capital esa heroicidad que nos hace falta. Huevos, para digerir mejor. El motivo es que, si uno de ellos llega a la Plaza Grande, peleará lo que nos toca (no sólo a Quito) al vecino del frente. Le pasarán la verdadera factura, coinciden.
Antes de estas letras pensé en proponer una fórmula para ver hacia al futuro, desde las élites y la sociedad civil. Las 50 propuestas urgentes para el Ecuador, sería el titular. Pero si están en esa línea del silencio… sólo un mar de gente por la Guayaquil podrá devolverles el alma que han perdido en ese agualodo que es esta revolución ciudadana con prozac. Hasta tanto, los idiotizados capitanean.
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