Es probable que de tanto repetirla, la palabra corrupción haya sido despojada de su auténtico valor de significación. No pasa de ser un término genérico introducido en el abecedario de los insultos políticos. En el fragor de las contiendas, que alguien califique de corrupto a su adversario, no produce sino a lo más sonrisas sarcásticas. Sin embargo, esta especie de nimiedad lingüística y ética da cuenta de una especie de imperio de lo inmoral convertido en el alma de ciertas prácticas políticas.
¿Cómo entender lo que acontece en Brasil sin ir al cáncer de la corrupción que hace metástasis en el cuerpo político de nuestra América? Ese cáncer comúnmente negado por el poder o apenas disimulado con maquillajes lingüísticos que no hacen otra cosa que empeorarlo. La corrupción lleva a que la honorabilidad, la honradez y la verdad se conviertan en asunto de discursos ante muchedumbres enceguecidas para que ignoren la presencia del mal.
Una grabación difundida por los medios noticiosos brasileños da cuenta de un juez de la Corte Suprema quejándose de que el sistema político "carece de un mínimo de legitimidad democrática", a causa de una corrupción que ya no tiene límite alguno y que, en cierta medida, ha pretendido legitimarse al haberse tomado por asalto lo más alto del poder político del país.
Probablemente porque tienen sus manos sucias, los poderes políticos se resisten a aceptar que la corrupción los despoja de toda legitimidad democrática y de su capacidad de representar ni a sus electores ni al país. Esa voz dice que ya no habría alternativa viable que evite que la presidenta Rousseff tenga que enfrentar un juicio político por considerar que habría violado ciertas leyes fiscales.
La otrora avasalladora presidenta surgida, con Lula, de las clases trabajadoras. La otrora mujer-símbolo de la verdad y de la entereza política, pretende escudarse en la figura de quien se halla, según la opinión pública, ciertamente implicado en acciones del bajo mundo de la corrupción. ¿Qué ha sucedido con esa mujer políticamente avasalladora, representante legítima de la mujer obrera que fue capaz de convertirse en presidenta del inmenso Brasil? Ahora, las encuestas señalan que solo un 10% de los brasileños tendría una opinión positiva sobre su gobierno.
¿Es acaso suficiente que el expresidente Lula defienda la democracia en un video para alejar de la conciencia ciudadana las acusaciones de corrupción que pesan sobre él y la presidenta? Si enfrentarse a la corrupción de Estado equivale a poner en riesgo la democracia, entonces lo lógico sería aceptar que los gobernantes del mundo poseen licencia para llevarse en andas, no solo los bienes del Estado, sino sobre todo su moral y su libertad. La democracia no se sostiene únicamente en el hecho electoral sino en la verdad, la lealtad, la justicia de los gobernantes.
El pueblo brasileño no cierra los ojos ante los problemas ni se conforma con lo que está mal. Brasil sabe que no existe solución fuera de la democracia, que no se arregla un país andando hacia atrás, dice Lula. Desde luego que es así. Sin embargo, el ex presidente debería recordar que el alma de la democracia es la honradez, la lealtad y la verdad. Y que la corrupción es el gusano que la corroe. Sus vivas a la democracia no la curan de la corrupción que es la peor de las enfermedades de la democracia. Todos deberíamos dormir en paz cada vez que los presidentes organizan concentraciones populares que los alaban y aplauden sin cesar. En esos discursos, en el poder no hay maldad, ni pobreza, ni mentira, ni violencia ni ingenuidad ni complicidad.
Los verdaderos enemigos de la democracia, expresidente Lula, son aquellos que confunden poder presidencial con licencia para rebasar los límites de la ley y de las buenas costumbres. La defensa de la democracia que usted pretende imponer es la de los ojos ciegos, la de la palabra muerta, la permanencia de las manos sucias pero con guantes blancos. La democracia no se alimenta de discursos vanos sino de acciones cotidianas de verdad y honorabilidad. La verdadera democracia es transparencia. En los monólogos del poder, señor Lula, suele esconderse en cuerpo entero de la corrupción.
Expresidente Lula, no se contente con el apoyo de quienes, según usted, están a su favor. A su favor y al de la presidenta debería estar, no la voz de los partidarios, sino la voz de la honorabilidad a toda prueba, la voz de la verdad. Nadie es justo porque lo dicen las multitudes azuzadas. Sino porque lo dicen los actos, las conciencias sociales y la justicia. Expresidente Lula, huele mal, muy mal, que acepte ser el jefe de gabinete para eludir la justicia. Sus manos y la de la presidenta no estarán limpias porque se las lave en el lavatorio popular de las concentraciones.
¿Procesos dolorosos? Claro que sí, pero indispensables para que reinen la verdad, la justicia y la democracia. No se puede olvidar lo que aconteció con Collor de Melo que ahora, como era de esperarse, apoya a la presidenta. Ya no hay golpes de Estado pero sí el debilitamiento anémico del Estado que se sostiene más en la verborrea que en la ley y la verdad.
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