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1 de Septiembre del 2015
Ideas
Lectura: 11 minutos
1 de Septiembre del 2015
Rodrigo Tenorio Ambrossi

Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.

Iglesia, poder y pedofilia: el nuncio Wesolowski
Criminales como Wesolowski, el embajador del Vaticano en República Dominicana (y antes en Costa Rica y Bolivia), deben aparecer honestos, buenos y hasta santos escondiendo, sin embargo, con hábitos y suntuosas vestimentas litúrgicas una vida absolutamente pérfida.

Se trata de una vieja historia que, seguramente, comenzó el día en el que a alguien (Pablo de Tarso) se le ocurrió pensar que la sexualidad ligada a lo placentero constituía una de las formas primordiales de la presencia del mal en el mundo. De hecho, describió al placer sexual como el acto más ajeno a la misión humana de llegar a Dios. Por lo mismo, abandonar todo ejercicio de la sexualidad en el que estuviese de por medio lo placentero y lo gozoso no solo que constituía una prueba de perfección sino, sobre todo, casi el único camino verdadero y seguro para lograr la salvación.

¿Por qué tanto pavor al placer, por qué ese azaroso rechazo a la sexualidad en tanto fuente original de lo gozoso? No es nada aventurado sospechar que se trataba de un homosexual (o de un impotente) que, abismado por la lucha entre sus tendencias y deseos y la idea del mal religioso y social, optó por la salida con olor a lo perverso del rechazo total del goce como condición de perfección, de santidad y de salvación.

Así nació el celibato, fuente de supuestas virtudes y santidades pero ciertamente de reales e innumerables crímenes que han estado presentes a lo largo de la historia pero que han sido celosa y criminalmente desconocidos y ocultados por el poder. Criminales que, como Wesolowski, el embajador del Vaticano en República Dominicana (y antes en Costa Rica y Bolivia), deben aparecer honestos, buenos y hasta santos escondiendo, sin embargo, con hábitos y suntuosas vestimentas litúrgicas una vida absolutamente pérfida.

La perfidia no radica en el ejercicio de la sexualidad sino en su utilización criminal para lograr placeres perversos. El nuncio no vive con una mujer o con un hombre adulto. Su perversión radica en buscar a niños y jovencitos para el ejercicio de una sexualidad que ha dejado de lado las más elementales normas sociales y culturales que la sostienen. Lo perverso tiene que ver también con el uso del poder social y económico al que Wesolowski ha convertido en uno de sus aliados para su dominar y anonadar. El perverso halla su plus de goce contemplando, una y otra vez, el anonadamiento de sus víctimas.

Lo pérfido se refiere también a la contradicción absoluta entre el ejercicio lingüístico y fáctico de lo religioso y una vida real destinada a la búsqueda de placeres con lo absolutamente prohibido. Es decir, la oposición total entre las prácticas sociales e incluso políticas de su sacerdocio, de su misión de embajador del Vaticano y su función de pederasta cínico y contumaz. Lo pérfido de los sermones sobre la virtud y, acto seguido, el sacrificio de innumerables chicos en el ara de sus perversos deseos y placeres.

Desde siempre ha existido una suerte de contubernio social y religioso destinado a proteger a los sacerdotes acusados de estos crímenes de lesa humanidad. Imposible que un hombre con sus características étnicas y lingüísticas pueda pasar desapercibido en un barrio popular de Santo Domingo. ¿Cómo no reconocerlo desde la primera vez? ¿Por qué dejarlo actuar tan libremente y no denunciarlo ante las autoridades civiles que lo habrían detenido, juzgado y castigado?

La ley penal habla de los cómplices y encubridores. Las autoridades eclesiásticas del país fueron tempranamente avisadas y no solamente que no hicieron nada para detenerlo sino que, además, intentaron tapar al criminal y sus crímenes con un cúmulo de supuestas virtudes seguramente prendidas con alfileres en la vestimenta ceremonial. En efecto, cuando la periodista Nura Piera publica su investigación, las autoridades religiosas no solamente que niegan el hecho sino que, además, ayudan al criminal a salir del país. Nadie hace nada para detenerlo y para entregarlo a la justicia ordinaria, como correspondía en derecho. Hay quienes que, como Wesolowski, se hallan más allá del bien y del mal, en el territorio en el que lo real puro sustituye a los órdenes simbólicos de la ley y la cultura.

En el 2014, la ONU se encargó de denunciar al mundo entero la complicidad del Vaticano, de Benedicto XVI, por ejemplo, que brindó apoyo personal a un cardenal acusado de pederastia y que era perseguido por la justicia. La Comisión sobre los Derechos del Niño, acusó al Vaticano de haber abandonado a miles de niños en manos de sacerdotes pederastas. El informe de La Comisión es como para que se lancen en llanto perpetuo todas las madres del mundo: “el Vaticano no ha reconocido jamás la magnitud de los crímenes sexuales cometidos por religiosos” y “no ha tomado las medidas necesarias para proteger a los menores, mientras los culpables disfrutan de total impunidad”.

Vale recordar que, luego de que Joseph Ratzinger renunciase al papado, el abogado Anderson, que lleva la causa de cientos de personas víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes, anunció que lo demandará ante cortes de Estados Unidos y de la Haya por violación de derechos humanos. Previamente, el N. Y. Times aseguró que en la década de los 80, Ratzinger estuvo bien enterado de lo que acontecía y que no solo calló sino que incluso defendió a los acusados. Investigaciones de entonces confirmaron que el futuro Papa tuvo conocimiento de casos que los arrojo al tacho de la basura.

Wesolowski, embajador del Vaticano, poseía en su computador archivos pornográficos secretos que compartía con una red de pedófilos de la que formaba parte. Ese constituía uno más de sus tesoros. Otro era su cómplice y pareja, diácono, candidato a sacerdote, que se encargaba de buscar, hallar, negociar y conducir a las víctimas al ara sacrificial de la perversión y de la infamia.

¿Por qué el papa Francisco no respondió positivamente a las demandas del gobierno de República Dominicana y no entregó a Wesolowski a la justicia dominicana? ¿Cuál será el origen de semejantes privilegios de estos sacerdotes que públicamente se derriten de dulzura, de bondad y de fe, cuando en la vida privada son absolutamente perversos y criminales? ¿Qué no hay convenio de extradición? Los crímenes de lesa humanidad no requieren de convenios pues basta la conciencia clara del crimen.

Está claro que, quizás por necesaria y criminal conveniencia, algunos en el Vaticano se habrían olvidado de ciertas antiguas enseñanzas. De la práctica se deduce que ya no les interesa tener memoria de aquello que dijo alguien cuya doctrina, sin embargo, no cesan de predicar: “al que ofendiere a uno de estos pequeños, más le vale que le coloquen en el cuello una rueda de molino y lo arrojen al mar”. Él no dijo que los protejan en los palacios papales en los que se les brinde cama, dama y chocolate.

De hecho, los crímenes de Wesolowski seguramente tenían larga data y no se habrían inaugurado en República Dominicana. Haría falta hurgar bien en los libros secretos del Vaticano pues lo perverso, en tanto conducta estatuida y estilo de vida, no aparece de la noche a la mañana y menos aun con la vejez. Por el contrario, la perversión podría entenderse como un sistema permanente de acciones contra la ley y la moral sin que ello moleste la conciencia del actor. La perversión es un estilo de vida sostenido en el amor al mal, en el placer que provoca el sufrimiento del otro. Perverso es aquel que piensa todo lo contrario de: “hacer sufrir al otro es la única forma de equivocarnos”. Perverso es aquel que convierte al sufrimiento del otro en su estilo de vida y en la fuente de sus goces.

Correro de la sera asegura que en el computador del nuncio se hallaron archivos secretos con pornografía infantil que obligaba a ver a sus víctimas mientras abusaba de ellas. Aparecen también chicos de 13 a 17 años presionados a ver esas películas, filmados desnudos, forzados a mantener relaciones sexuales entre ellos y con los adultos, igualmente forzados a tomar fotos y a filmar. También se habrían encontrado “más de 100 mil archivos sexuales a los que se añaden más de 45 mil imágenes ya borradas”. Como si fuese poco, ese computador era de propiedad del Vaticano.

Hay, pues, actores, cómplices y encubridores que debieron ser juzgados en República Dominicana y nunca en el Vaticano. Pese a la muerte de Wesolowski, sería bueno que la justicia dominicana dé una buena lección al mundo aceptando que la muerte del nuncio apostólico no implica el fin de este dantesco infierno vivido por niños y chicos de la pobreza.

¿Cómo es que el cardenal de República Dominicana ayudó a salir del país a su colega pervertido e infame, pese a haber hablado del tema con el Papa? ¿Cómo es que todo el mundo lo conocía en el barrio y sabía lo que buscaba y hacía, menos sus colegas y las autoridades civiles y religiosas? Allí hay una red de cómplices que la causa de los niños exige se los ubique, se los juzgue y se los castigue.

Ojalá en Roma no piensen que muerto el perro, muerta la rabia. El Vaticano debe dejar de lado toda su medieval solidaridad para asumir la verdad con los criterios de la justicia de aquí y no la del cielo. No se puede repetir lo que ya aconteció: el portavoz del Vaticano ante la ONU, acudió a la reunión de expertos en abuso sexual a niños pero olímpicamente eludió el asunto. De esa manera mantuvo sus manos limpias.

[PANAL DE IDEAS]

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