Consultor de organismos internacionales en temas de fortalecimiento de capacidades, políticas públicas, procesos educativos y de gestión ambiental. Con estudios de filosofía y antropología y autor de publicaciones sobre temáticas ambientales.
Desde los años 80 la cooperación para el desarrollo mostró una importante evolución. Desde los conceptos de ayuda, “la entrega del pescado”, se caminó hacia el fortalecimiento de las capacidades de las comunidades, “aprender a pescar”. Y en este proceso de más de cuatro décadas los aprendizajes han sido múltiples y muy potentes.
Se logró comprender, por ejemplo, que la cooperación acompaña, como un aliado o un socio, a las comunidades locales. Y que son las comunidades locales las que definen la agenda de desarrollo, partiendo de sus intereses, de sus condiciones específicas, superando el concepto de la transferencia tecnológica sin más. O, asumiendo, que la transferencia tecnológica solamente es viable si parte de una plena adaptación a cada situación específica. Es en este contexto donde la asistencia técnica es adoptada por la gente.
Finalmente, la cooperación comprendió que en el centro de la relación están las personas, con sus saberes previos, con su cultura y su idiosincrasia. No están los árboles en el centro, ni los tractores, ni las obras de ingeniería para mejorar el riego, en el centro están los campesinos, los grupos de mujeres, las agricultoras, las organizaciones de regantes. Finalmente, son las personas y sus organizaciones comunitarias las que deciden.
Después de muchos fracasos sistemáticos, la cooperación para el desarrollo al fin aprendió a trabajar de la mano de la gente, acompañándola en su proceso, promoviendo la autogestión, el fortalecimiento de las capacidades individuales y grupales, respetando la cultura y la democracia internas, comprendiendo que solamente desde una buena gobernanza se puede construir un proceso sostenido de desarrollo. Asumiendo que las imposiciones de paquetes tecnológicos se presentan como logros solamente para el momento de la fotografía, pero que pronto son olvidados. Las plantas mueren, a los pie de cría se los vende, las infraestructuras se convierten en bodegas, los canales de riego se roturan porque no corresponden a los derechos históricos de acceso al agua del campesino.
Pero ahora, con la pandemia, tal como lo sostiene Juan Pablo Bustamante, la cooperación para el desarrollo podría regresar a sus orígenes: la transferencia paternalista de insumos. La entrega gratuita, en todo el mundo, de aquellos implementos que necesita la gente para no contagiarse y para sobrevivir.
La pandemia más bien debería constituir una oportunidad para profundizar la acción solidaria, pero no colocando en el centro la transferencia gratuita de insumos, sino al contrario, haciendo de la pandemia un factor desencadenante de la acción colectiva, de inspiración autónoma y local
Regalar mascarillas, pastillas de cloro, kits alimentarios, tablets para estudiantes, kits de saneamiento ambiental, etc. Sería absurdo pretender que para enfrentar la emergencia no se necesitan de estas ayudas. El problema crítico podría provenir de una distorsión operada por la lógica de los hechos consumados: una cooperación ya no para el desarrollo, sino de ayuda emergente, que olvida por completo las lógicas endógenas de desarrollo y que, por la fuerza de los acontecimientos, convierte a las personas en beneficiarios de políticas paternalistas.
Una ayuda emergente que solamente se enfoca en la relación de la salud y de los requerimientos inmediatos de las poblaciones más vulnerables. Que olvida las complejas relaciones sociales, políticas, económicas, ambientales, culturales y productivas y que fácilmente puede caer en una visión sectorial y vertical. Todo aquello que hizo tanto daño en décadas pasadas y que afectó la cohesión social y la capacidad creadora de las personas y de las organizaciones para impulsar iniciativas de creación local de soluciones.
La pandemia más bien debería constituir una oportunidad para profundizar la acción solidaria, pero no colocando en el centro la transferencia gratuita de insumos, sino al contrario, haciendo de la pandemia un factor desencadenante de la acción colectiva, de inspiración autónoma y local. Que sean las comunidades las que decidan conjuntamente con las instituciones de cooperación para el desarrollo.
Que el acompañamiento de la cooperación sostenga el elemento de la emergencia sanitaria en una perspectiva más amplia y más estratégica, conectándola con otras muchas variables que en cada contexto específico deberán ser priorizadas.
No se puede olvidar todo un proceso de aprendizaje. También la ayuda en emergencia puede partir de los sujetos, acompañando los procesos y no simplemente transfiriendo insumos y protocolos.
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