Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
No sucede solo en el Ecuador. En todas partes, cuando los movimientos sociales exitosos ingresan a la política formal, experimentan problemas complejos. Se fragmentan, se debilitan y hasta se desintegran. Porque no es lo mismo hacer política desde la movilización social que desde la institucionalidad.
En el primer caso, las calles permiten la confluencia de agendas; por ejemplo, para echarse abajo una medida que afecta paralelamente a varios sectores. En el segundo caso, toca lidiar con los pormenores y especificidades que requiere el procesamiento de una decisión política. Aprobar una ley implica construirla, pulirla, negociarla y –lo más difícil– ceder algo a cambio de su aprobación.
El movimiento Pachakutik es la expresión más palmaria de los riesgos y dificultades que implica cruzar el puente desde la versatilidad de la lucha social a la burocratización de la lucha política.
La propuesta de la plurinacionalidad, posicionada desde la fuerza de los levantamientos indígenas, sacudió los pilares del Estado-nación; al mismo tiempo, interpeló a la sociedad mestiza y sus imaginarios culturales. La democracia representativa y la identidad nacional entraron en una crisis que no se resuelve hasta la fecha.
Un movimiento que durante décadas se planteó una reconfiguración profunda del país está atrapado en escándalos, bochinches y disputas intestinas intrascendentes. Una fuerza social que auguraba una renovación total de la política, ahora se enmaraña en los mismos viejos vicios de nuestra política.
Pero hoy, al calor del maremágnum armado en la Asamblea Nacional a propósito de la conducta del bloque de Pachakutik, resulta que son ese mismo Estado-nación y esa misma sociedad mestiza los que están interpelando al movimiento indígena. Un movimiento que durante décadas se planteó una reconfiguración profunda del país está atrapado en escándalos, bochinches y disputas intestinas intrascendentes. Una fuerza social que auguraba una renovación total de la política, ahora se enmaraña en los mismos viejos vicios de nuestra política.
Fácil sería explicar el problema recurriendo a la trillada formulita de que no es lo mismo con guitarra que con violín. Lo que subyace en el fondo es una incompatibilidad no superada entre democracia y representación.
Es por demás evidente que la mayor parte de dignatarios de elección popular de Pachakutik tienen una identidad social, cultural y económica con sus representados muy superior a la que refleja cualquier otra tienda política. Alcaldes, concejales, prefectos o asambleístas evidencian una trayectoria de vida absolutamente similar a la de cualquiera de sus electores.
No obstante, al momento de poner en práctica esa representación –particularmente en los más altos niveles de la política formal, como la Asamblea Nacional– se produce una desconexión, una fractura. Moverse con agilidad y firmeza en el pantano del pragmatismo y la descomposición del sistema político pareciera ser una misión imposible para personas que provienen de una práctica política directa y sencilla. Las disputas y rencillas alrededor de una movilización social, por ejemplo, se resuelven con mecanismos de deliberación y confrontación infinitamente menos opacos, sutiles y enredados que los de las instituciones del Estado.
El dilema es complicadísimo. En Chile lo están experimentando con crudeza. Las multitudinarias marchas que se bajaron la Constitución de Pinochet no encuentran hoy recompensa ni en el gobierno ni en la Convención Constitucional que nacieron de su seno.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]
NUBE DE ETIQUETAS
- Arriba Ecuador
- Caso Metástasis
- Galápagos Life Fund
- No todo fue una quimera
- serie libertad de expresión
- serie mesas de diálogo
- Serie María Belén Bernal
- 40 años de democracia
- serie temas urgentes post pandemia
- coronavirus
- corrupción
- justicia
- derechos humanos
- Rafael Correa
- Lenin Moreno
- Correísmo
- Dólar
- Ecuador