
En la mañana usted ordena a su parlante inteligente un tipo de música, luego en twitter opina respecto a una película o sobre la situación política en Perú. Por la tarde, comparte en Instagram, algunas fotos de su último viaje a la playa y por la noche realiza un pedido de comida china y cotiza algunos precios de raquetas de tenis. Lo que podrían ser elecciones cotidianas e incluso banales, para el sistema infocrático son un precioso alimento para aumentar la inteligencia algorítmica que se potencia recibiendo y procesando datos de cibernautas.
Mientras creemos ejercer nuestro derecho a expresarnos libremente, la infocracia va procesando nuestro perfil psicológico-político. ¿Demencial?, ¿apocalíptico? No. Simplemente real, ya no es parte de una película de Spielberg, así es como funciona la burbuja informática, infocrática e infodémica en la que vivimos
En su libro Infocracia, el filósofo surcoreano, Byung Chul Han, realiza una disección del poder en el siglo XXI, llegando a la conclusión de que el sistema democrático está siendo reemplazado por el infocrático. Pasamos de la perspectiva foucaltiana de poder, basada en el sistema de vigilancia y castigo, a la del poder infocrático a través del éxtasis de la información algorítmica.
Durante la Ilustración, el libro era la herramienta fundamental para construir un discurso coherente sobre la realidad, constituyéndose en la piedra angular de la democracia. Actualmente, la “comunicación” funciona sobre la base de nuestra permanente interacción con el Smartphone. El teléfono inteligente es un dispositivo tecnológico que genera información basada en una lógica viral donde las noticias falsas terminan atrayendo mucho más que cualquier ensayo político. Las discusiones políticas ya no se dan en ágoras, cafés o parques. Ahora, la vida política transcurre en un interminable monólogo entre humanos y boats, trols e influencers. La alegoría del mito de la caverna de Platón resurge con más fuerza: estamos viviendo en cavernas digitales donde la realidad es un espejismo algorítmico.
Una sociedad infocrática nos crea la sensación de máxima transparencia y libertad para decir lo que pensamos, pero no estamos debatiendo ideas, simplemente repetimos eslóganes que ya fueron creados por corporaciones generadoras de temas a discutir de acuerdo con una programación funcional a los diferentes monopolios de la información. Los dueños de la información son los nuevos dueños del planeta, ¿la información es el nuevo opio del pueblo?
La alegoría del mito de la caverna de Platón resurge con más fuerza: estamos viviendo en cavernas digitales donde la realidad es un espejismo algorítmico.
En la sociedad infocrática existe una urgencia compulsiva para actualizarnos como garantía del éxito y felicidad. Lo paradójico es que mientras más nos actualizamos más nos debilitamos filosófica y estéticamente. Al reducir lo político a un discurso fragmentado, narcisista y emocional destruimos la otredad y al destruir la otredad, devastamos a la democracia.
Jean Baudrillard hace más de tres décadas planteó en Cultura y simulacro, la precesión de los simulacros a la realidad. Su teoría adquiere más vigencia cuando nos encontramos rebasados por una algoritmia política demencial. El éxtasis de este sistema infocrático lo vivimos a diario al ser parte de un enjambre digital que desprecia ideología y pensamiento científico para sostenerse en la ampulosidad del database.
Sin embargo, la deleznabilidad del mundo infocrático queda al descubierto con experimentos sencillos que usted los puede realizar desde su computador o Smartphone. Allí puede verificar la fragilidad de esta pseudociencia, que posee un océano de datos con un milímetro de profundidad. Hace poco, un excelente amigo utilizó una de las tantas aplicaciones digitales para “descubrir” con cuál candidato a la alcaldía tenía más coincidencias. La respuesta algorítmica fue que su perfil político tenía más correspondencia con un candidato quiteño que estaba vinculado a VOX. Mi amigo tiene una postura progresista y laica, nada que ver con el candidato a alcalde al que se lo vincula.
La película No miren arriba, dirigida por Adam Mckey, plantea un escenario de vida o muerte, la caída de un meteorito en la tierra, y la absurda decisión del gobierno de la potencia más grande del planeta para enfrentar esta catástrofe. En la película, la presidenta de Estados Unidos desprecia el pensamiento científico para seguir, al pie de la letra, la propuesta de un gurú de la algoritmia que ve en el meteorito una nueva fuente de recursos económicos. El desenlace es totalmente apocalíptico, pero la analogía refleja mucho de lo que vivimos a diario: un fortalecimiento de la pseudociencia que va desplazando al pensamiento científico. Acumular información, de ninguna manera, es garantía de conocimiento ni de desarrollo científico, y lo más grave, no es un soporte para la libertad ni la democracia.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]

NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]



[MÁS LEÍ DAS]


