
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El discurso presidencial empieza a destilar cinismo e ignorancia. Ni la propaganda ni la demagogia alcanzan ya para tapar despropósitos, abusos de poder, atropellos legales y mentiras. El régimen correísta deja ver sus costuras a plenitud.
Negar los derechos que amparan al pueblo shuar sobre sus territorios ancestrales, y acusar a las comunidades rebeldes de delincuentes y paramilitares, implica un desconocimiento vergonzoso de la historia, de la filosofía del derecho, de la antropología.
Por si no lo recuerdan los jerarcas del gobierno, IERAC es la sigla del Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización. Clarito: colonización. Es decir, ocupación de un territorio para ampliar la presencia del Estado nacional y consolidar la explotación capitalista de los recursos. Y esa ocupación se da bajo el presupuesto de que se trata de tierras despobladas o desaprovechadas.
La idea universal de desarrollo y progreso está atada a la noción de colonización. Es decir, al dominio de un país supuestamente avanzado sobre otro supuestamente atrasado. O de un sector moderno de la economía nacional sobre zonas marginales. Así fue cómo los europeos, y luego los Estados Unidos, justificaron y siguen justificando su penetración y control en América, Asia y África. Y así mismo es que nuestros sucesivos gobiernos han justificado la ocupación –generalmente violenta– de la Amazonía. Todo se reduce al aprovechamiento de cualquier forma de recurso (natural o humano) en beneficio de un poder central (la metrópoli o los centros urbanos).
El problema es que el discurso del desarrollo encubre las verdaderas intenciones de la ocupación territorial en zonas de alto potencial económico. Detrás de las políticas públicas siempre hay intereses particulares, privados. Business. Sobre todo, en regímenes populistas impregnados de una altísima dosis de corrupción. Las denuncias de la empresa Odebrecht respecto de las coimas a funcionarios públicos del correísmo serán insignificantes frente a lo que algún día se destapará a propósito de los contratos con las empresas chinas.
Por eso, pretender justificar la represión a las comunidades shuar bajo el argumento de la supremacía de la ley y la defensa del interés nacional es una impudicia. Porque en la práctica se están atropellando derechos plurinacionales para defender intereses particulares. Correa ha convertido al Estado ecuatoriano en huasicama de las transnacionales chinas. Ni más ni menos. El cuento del jaguar latinoamericano se desvanece ante la angurria y la voracidad de unos pocos privilegiados, que sirven con recogimiento a los nuevos amos imperiales.
En realidad, estamos asistiendo a la vieja tragicomedia de la política nacional: la descomposición y la desesperación del poder. El arrebato de las decisiones del gobierno se intercala con el vértigo de los escándalos. Leyes aprobadas al apuro, entre gallos y medianoche, con cambios de última hora y votaciones misteriosas, se alternan con los casos de corrupción, abuso de poder, violencia de género y deserciones en el oficialismo.
Si no seguimos, al menos dejemos bien amarradas las cosas, reza la bandera verde-flex. Pero el cálculo es equivocado. En el mundo actual es muy difícil esconder un elefante en la buhardilla. Apesta.
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