
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Con ese título debería etiquetarse a la serie política que hemos vivido durante los últimos 14 años. Así aparece luego de las declaraciones del presidente Moreno a un medio de comunicación extranjero. En efecto, todos nos preguntamos quién mismo traicionó a quién.
La muletilla utilizada por los correístas obtusos para descalificar a su excompañero de travesía apela a la idea de una traición miserable. Con esas palabras. Desde esta visión, suponemos que Lenín Moreno asumió ciertos compromisos con la cúpula del anterior gobierno que luego incumplió. No se necesita ser muy versado en política para entender que esos compromisos no se referían únicamente a darle continuidad al “proyecto”. Los escándalos de corrupción destapados en estos tres años hacen suponer que de por medio también existía el compromiso de tapar las irregularidades cometidas por los jerarcas de la anterior administración. O, por lo menos, de esconder la basura debajo de la alfombra.
Pero ahora resulta que el actual primer mandatario ha sido víctima de una emboscada tendida por uno de los más conspicuos representantes del socialismo del siglo XXI. Dicho de otro modo, ha sido víctima de una descarada felonía. Que su propio amigo, mentor y compañero de fórmula le haya preparado las condiciones para un estrepitoso fracaso implica una traición de alto calibre, maquiavélica y perversa.
El precipicio de la desdolarización al que estuvimos expuestos en mayo nos tomó desprevenidos. Desinformados. Y la información que estaba en juego no se refería a un secreto de Estado, como podría ser la amenaza de una invasión extraterrestre; estamos hablando de algo tan obvio como la supervivencia cotidiana de miles de hogares ecuatorianos.
No solo eso. La celada a la que se refiere Moreno también constituiría un delito de lesa patria por parte del expresidente Correa, porque pudo culminar con la caída de la dolarización. En esencia, y por lo que se deduce de las palabras del actual presidente, al caudillo verde-flex no le importaba arrasar con el país con tal de provocar el descalabro de su sucesor.
Este último jaleo, sin embargo, no enfrenta con una situación espeluznante. ¿Cuántos secretos apocalípticos se han ocultado y se siguen ocultando desde las más altas esferas del poder? Tal vez sin proponérselo, el presidente Moreno nos puso los pelos de punta: en el mes de mayo, mientras permanecíamos en estricto aislamiento, el país estuvo al borde de una catástrofe económica. Cuando todos aún confiábamos en un venturoso triunfo sobre la pandemia, podíamos haber salido de la insufrible cuarentena a un escenario más infernal.
En ese sentido, al actual gobierno se le puede endilgar el cometimiento de una traición a la confianza ciudadana. El precipicio de la desdolarización al que estuvimos expuestos en mayo nos tomó desprevenidos. Desinformados. Y la información que estaba en juego no se refería a un secreto de Estado, como podría ser la amenaza de una invasión extraterrestre; estamos hablando de algo tan obvio como la supervivencia cotidiana de miles de hogares ecuatorianos.
Lo único que queda de este episodio es una profunda incertidumbre. La desconfianza ciudadana en el poder político se vuelve endémica. La gente se pregunta hasta dónde llega la gravedad de la crisis y con qué sorpresas –con qué traiciones– nos saldrán los futuros gobernantes. Luego de las declaraciones de Moreno, está claro que el poder se mueve entre las sombras y las intrigas.
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