Pertenecí a un grupo que marcó un antes y un después en el fútbol ecuatoriano. (Jaime Iván Kaviedes)
A inicios del siglo XXI Ecuador era un país devastado y sombrío. El feriado bancario de 1999 provocó el exilio económico de un millón de compatriotas. Tal vez una de las pocas alegrías que nos afirmaban como nación, fue la selección de fútbol que un partido antes de la finalización de las eliminatorias logró nuestra ansiada primera clasificación a un mundial. Un 7 de noviembre de 2001, en el Estadio Olímpico Atahualpa, a los 27 minutos del segundo tiempo, Alex Aguinaga levantó un centro preciso para que Jaime Iván Kaviedes se eleve y conecte un cabezazo que terminó en los piolines del arco uruguayo, cambiando para siempre la historia de nuestro fútbol. En ese instante, toda la rabia de desencantos y frustraciones que cargábamos como pueblo, estalló, se desintegró en un solo grito, totalmente catártico. Kaviedes con su mirada delirante, celebraba haciendo girar la camiseta tricolor ante la euforia de 13 millones de compatriotas que nunca olvidarán aquella tarde. Nunca.
Han pasado 22 años desde que Kaviedes marcó ese gol tan soñado y desesperadamente buscado en tantas eliminatorias fallidas. El valor simbólico de aquel gol supera todos los imaginarios contemporáneos que poseemos como nación, no creo que exista un instante tan épico, un momento que nos cohesione con tanta magia como aquel momento en que Kaviedes logró ese acrobático gol. Todos fuimos estremecidos ante una hazaña construida por el técnico Hernán Darío Gómez y por toda la selección nacional. Allí el héroe nacional fue un espigado joven, de 24 años, huérfano de padre y madre, que había nacido en Santo Domingo de los Tsachilas y que creció junto a sus abuelos en condiciones económicas difíciles. El fútbol, con todos sus misterios, esta vez le brindó una revancha al Nine y a todo un país.
Lo paradójico es que después de 22 años, este ser angelado que nos hizo soñar e inspiró a millones de niños vive como un vagabundo, abandonado en medio de sus adicciones y víctima de una prensa amarillista que lo persigue para convertirlo en noticia de crónica roja
Lo paradójico es que después de 22 años, este ser angelado que nos hizo soñar e inspiró a millones de niños vive como un vagabundo, abandonado en medio de sus adicciones y víctima de una prensa amarillista que lo persigue para convertirlo en noticia de crónica roja. En varias ocasiones, el “Nine”, se ha visto envuelto en alguna reyerta, en ciudades perdidas de Ecuador. En la última noticia aparece en una calle de Tena siendo sometido a toletazos y gas pimienta por varios policías, que, para variar, utilizan desproporcionadamente la fuerza. Allí aparece nuestra “valiente” policía que siempre está presta para enfrentarse a ciudadanos indisciplinados pero que brilla por su ausencia cuando se trata de sicarios, narcotraficantes y políticos corruptos. Lo triste es que la policía y la prensa amarillista actúan con el mismo nivel de ingratitud y estupidez de la mayoría de los gobernantes que hasta ahora no han podido brindar ayuda psiquiátrica a una gloria imborrable del fútbol ecuatoriano. Las adicciones no son un espectáculo, ninguna persona enferma por dependencia a substancias psicoactivas merece ser exhibida como una criatura diabólica.
Este individuo de barba espesa y mirada desafiante que fue capturado en Tena por una pelea callejera es el mismo Jaime Iván Kaviedes que cambió nuestra historia futbolística. Kaviedes, con genialidades y caos, fue nuestro Maradona, aquel que con su talento abrió el camino al fútbol europeo a una pléyade de jugadores que después de los magistrales goles marcados por el “Nine” en Perugia y especialmente en Valladolid le dieron la oportunidad a nuevos tricolores para que se consagren futbolísticamente. Sin la perla de gol que Kaviedes anotó de chilena al Barcelona de España, Europa no se hubiese fijado en el fútbol ecuatoriano.
No podemos seguir siendo una nación amnésica que simplemente utiliza el talento y virtuosismo de la gente mientras nos trae victorias y alegrías, tenemos que acompañar a nuestros personajes más emblemáticos hasta en sus momentos más sombríos. Un pueblo ingrato no merece seguir existiendo, es una comunidad fallida.
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