
PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
Pienso que los acontecimientos ocurridos en nuestra Latinoamérica nos remiten a la reflexión de Ortega y Gasset sobre la rebelión de las masas. Las masas son un fenómeno característico del mundo moderno. Hoy las muchedumbres ejercitan derechos antes reservados exclusivamente a las minorías. El ideal democrático resumido en el pueblo soberano se ha convertido en una realidad: “no necesariamente en las legislaciones, sino en el corazón de todo individuo inclusive cuando machaca y tritura las instituciones donde aquellos derechos se sancionan”.
Eso que ocurrió en Europa durante el siglo XIX preparó los cambios que se implantaron en el siglo XX. América Latina, al parecer, experimenta un proceso similar. Los episodios violentos, al margen de la ley, desencadenados por movilizaciones humanas dan cuenta de lo que Ortega y Gasset llamó los hombres-masa. Su incorporación en la política es vista como una hiperdemocracia por este filósofo. Y supondría un avance en la consecución de una mayor igualdad dentro de la sociedad. Bajo tal supuesto el estado debería abstenerse de impedir el estallido de la violencia. Los atentados contra la fuerza pública, la propiedad privada, y los ciudadanos ajenos a tales hechos no deberían ser reprimidos pues ello implicaría una transgresión de los derechos humanos.
La apropiación de los derechos humanos por los portadores de los reclamos cuenta con el aval de los grupos contestatarios que ven en esos estallidos sociales la configuración de situaciones revolucionarias y hasta consigue la aprobación de las organizaciones de derechos humanos locales, regionales y del propio sistema de las Naciones Unidas.
La acción directa de esas muchedumbres no necesariamente responde a una u a otra ideología. La masa borra las diferencias conceptuales y doctrinarias. La masa se apoya, más que en las ideas, en las “creencias, tradiciones, experiencias, proverbios, hábitos mentales”. Se equivocan, por tanto, quienes aplauden el desborde de la violencia y de las pasiones, sin tener en consideración que ello implica la anulación del “ejercicio disciplinario del intelecto”. Fue sobre la base de este ejercicio que emergieron doctrinas y teorías que han sido el sustento de grandes transformaciones sociales, como el liberalismo y el socialismo.
El hombre-masa o medio, según Ortega, tiene ideas dentro de sí, “pero carece de la función de idear”. Quiere opinar, pero se niega a hacerlo bajo las condiciones y supuestos de todo opinar. Una de ellas: discutir las razones de sus ideas. En esto consiste el diálogo, ni más ni menos.
No es casual, entonces, que las muchedumbres que irrumpieron en Ecuador, en Chile y en Colombia se hayan negado a dialogar con sus respectivos mandatarios. No reconocieron el origen de estos mandatos, las elecciones en las que fueron electos. Se colocaron por encima de la voluntad popular expresada en las urnas. Tampoco formularon ninguna propuesta. El griterío vino acompañado de la destrucción de bienes públicos y privados producto del trajinar civilizatorio de siglos. Con ello se retrocede, conforme el pensamiento de Ortega, a una convivencia bárbara. Ésta no acepta los trámites estipulados para alcanzar lo que se desea. Se salta esos trámites y se va directamente a la imposición de sus caprichos. Esto no es democracia; ni siquiera el populismo se abrió paso en América Latina con estos arbitrios. Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Juan Domingo Perón encabezaron movimientos populares con proyectos políticos definidos, y alcanzaron el poder mediante elecciones libres.
Ortega razonaba que la violencia se justificaba solo cuando se “habían agotado todos los demás medios para defender la razón y la justicia”. En el caso de la acción tumultuaria desatada en la región, se invirtió el orden y se apeló a la violencia como prima ratio.
Ortega razonaba que la violencia se justificaba solo cuando se “habían agotado todos los demás medios para defender la razón y la justicia”. En el caso de la acción tumultuaria desatada en la región, se invirtió el orden y se apeló a la violencia como prima ratio. De esta manera se anuló toda norma y se suprimió toda mediación entre el propósito y su imposición.
La acción truculenta del hombre medio aparece como un rechazo a la convivencia civilizada. La democracia, con la división de poderes, los pesos y contrapesos fue un producto civilizatorio que se implantó no de la noche a la mañana. Discutir y transar las diferencias de todo orden sin apelar a la violencia fue una conquista de la civilización. Echar por tierra esta luminosa trayectoria fruto de grandes revoluciones como la norteamericana, la francesa y las liberales de América latina supone un retroceso histórico.
Con la caída del muro de Berlín quedó patentizado el fracaso de una ruta hacia el socialismo. Se supuso que “habían quedado atrás las religiones políticas y el fanatismo de la guerra fría” escribió Carlos Matus, ex ministro del presidente Salvador Allende, en carta póstuma publicada en Adiós, Señor presidente en 1994: “la revolución democrática y pacífica que necesitan nuestros países puede ahora ser valorada por sus propias razones, desmarcada de los signos polares del mundo dominante del pasado”.
Eso lamentablemente tuvo corta duración. Los regímenes del socialismo del siglo XXI revivieron las religiones políticas que hicieron fracasar al régimen socialista de Salvador Allende en Chile. Matus lo señala con la siguiente frase: “Usted -le dice al presidente Allende- fue víctima del ideologismo extremo que dividió a sus partidarios y los incapacitó para adoptar una estrategia y una línea táctica que encauzara coherentemente el gobierno”.
La implantación y consolidación de la democracia sigue siendo un desafío no solo para los gobernantes sino para los gobernados, en medio de una gran crisis de la razón humana que enfrenta dos extremos religiosos: “la ideología sin ciencias y las ciencias sin ideología”. Yo añadiría un tercer exceso: la acción directa sin ciencia y sin ideología.
Las masas se han beneficiado de las libertades y derechos implantados y concebidos por quienes apostaron a la razón, a la ciencia y al pluralismo. Hoy se rebelan contra la inteligencia, ya sea de derecha o de izquierda. Se declaran anticapitalistas pero viven en y del capitalismo. La tecnología ha potenciado su irreverencia, se sienten habitantes del planeta global, se ufanan de ser modernos, pero no descartan alcanzar notoriedad con arrebatos seudo contestatarios. Con estas catarsis, las multitudes dan rienda suelta a deseos y apetitos reprimidos, desafiando la autoridad de las minorías a las que pretenden suplantar y dejar de lado.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]


