Según el extraordinario dramaturgo Sir Arthur Bernard Shaw, las personas que sufren de dolor de muelas suelen caer en el error común de pensar que aquellas que no lo padecen son perfectamente felices.
Esta idea, sencilla en apariencia, se basa en la tendencia de simplificar la realidad responsabilizando a los fenómenos obvios de las problemáticas complejas, y está presente en un sinnúmero de ejemplos sociales. Así pues, es innegable que el correismo constituye un ¨dolor de muelas¨ para buena parte de las organizaciones indígenas históricas, pero es un error, lamentable, creer esta es la causa esencial de su condición crítica.
Existe mucha literatura, a nivel académico, que reflexiona sobre el proceso de desgaste organizativo por el que atraviesa el movimiento indígena (principalmente desde autores como Carmen Martínez, Luis Tuaza, Víctor Breton, Marc Becker), y este no necesariamente tiene su origen en el modelo de autoritarismo consensual del correismo.
La Revolución ciudadana viene a ser algo así como una coqueta cereza en el pastel del deterioro organizativo de los movimientos indígenas (y sociales en general), pero no constituye su origen. De hecho, el ultimátum que el correismo ha dado a la CONAIE para que abandone su sede podría, paradójicamente, ser el punto de partida para la revitalización del espíritu anti hegemónico, contestatario y crítico que tanto se ha extrañado de la sociedad civil organizada.
Por supuesto me refiero principalmente a las bases de las organizaciones, las cuales no han tenido la oportunidad de recibir una motivación efectiva de su debilitada dirigencia a fin de recuperar su espacio en el correlato de procesos de entendimiento que constituye el mundo de la vida. Las potencialidades para que esto ocurra son bastante buenas. ¿Quiere saber porque? Propongo algunas razones:
1. El movimiento indígena ecuatoriano, lo crea o no, es una de las manifestaciones de sociedad civil más importantes del siglo xx. Esta asunción podría sonar apresurada, pero no lo es. Ecuador y Bolivia constituyen los únicos ejemplos en los que nativos americanos han sido capaces de desafiar los sistemas políticos impuestos por la lógica occidental y en algunos casos influenciar sobre ellos. La Constitución de 1998, y la del 2008 incluyen varios temas surgidos directamente de las demandas indígenas, (aunque no llegaron a ser plenamente efectivas), además varios gobiernos fueron directamente afectados por el contundente poder de movilización de estos grupos. Esto debería recordarse siempre. Olvidarlo, o pretender subestimar esta condición constituye un error estratégico para las burocracias autoritarias que controlan el subsistema político.
2. El movimiento indígena debe ser el protagonista del indispensable proceso de descolonización que ha de consolidarse en la subregión. Existen varios momentos en las dinámicas de descolonización de poblaciones nativas que fueron sometidas a escenarios de subalternidad. En primer lugar, las más obvias, los procesos de recambio de élites blancas conocidos como ¨guerras de independencia¨ del siglo XIX, las cuales no significaron prácticamente ninguna mejoría a las poblaciones nativas sometidas (y en algunos casos incluso las empeoraron –ver el trabajo de Mark Thurner al respecto-); en segundo lugar se podrían mencionar las ¨revoluciones liberales¨ de inicios del siglo XX, las cuales en el caso ecuatoriano tuvieron como mayor representante a Eloy Alfaro y las cartas constitucionales generadas en ese escenario; en tercer lugar los procesos de transición democrática y la superación de gobiernos militares, los cuales en el caso de Ecuador están representados por la Constitución de 1978, donde se alcanzó el sufragio universal; el cuarto momento creo que estaría planteado por el desborde social llamado ¨Itiraimi¨ en 1990, y que representa el primer desafío concreto a la democracia elitista, y las instituciones políticas blanco mestizas. Podemos estar seguros que un quinto momento de descolonización llegará de la mano de un movimiento indígena mejor constituido, dotado de demandas más complejas, y con estrategias organizativas mucho más consolidadas que sea capaz de posicionar transformaciones concretas, tangibles, y profundas en el sub sistema político, e incluso en las cosmovisiones que determinan el fenómeno social.
3. El movimiento indígena es capaz de aprender de sus errores. Lamentablemente, el poder de movilización de estas organizaciones ha sido manipulado por varios actores políticos que se han beneficiado de él para legitimar intereses específicos. Abdalá Bucaram logró el respaldo de varios dirigentes, y Lucio Gutiérrez logró cooptar a un amplio sector de las organizaciones hasta el punto de fragmentar al movimiento indígena, generando intensos procesos de erosión en su poder organizativo. En este mismo contexto, la Revolución ciudadana logró seducir (al principio) de manera ingeniosa al grueso de organizaciones históricas convirtiendo varias de sus demandas centrales en coquetos slogans que fueron ubicados en la normativa institucional (empezando por la Constitución), y despojadas de significado. Esto es bastante notorio hoy en día, cuando no existe nadie que realmente pueda explicar porque un Estado ¨plurinacional¨ le da un ultimátum a una organización indígena histórica para que abandone su casa.
4. La necesidad inminente de crear nuevos significados para reconstituir la esfera social. El movimiento indígena debe repensar varios de sus enunciados para generar elementos efectivos de acción antihegemónica y crítica a los sistemas autoritarios. Esto debe lograrse aunque el precio sea cuestionar conceptos considerados como intocables. La Constitución del 2008 nos hizo creer (vanamente) que los derechos individuales eran menos importantes que los derechos colectivos. Esto fue una trampa. Si Mariana (lesbiana); Pablo (transexual); Juan (Indígena); Pedro (afro descendiente); Elena (mujer en necesidad de abortar) tienes asegurados sus derechos como individuos, entonces el colectivo tiene sus derechos garantizados. Pero si se genera una ficción metafísica llamada ¨derecho colectivo¨ entonces en nombre de esta normativa etérea los derechos de individuos en riesgos son lacerados en nombre de una representación social basada en un discurso colectivista. Varios grupos vulnerables han sufrido por causa de esta estrategia. Los amigos de las organizaciones indígenas (es decir Manuel, Luis, María, Rubén, y mil nombres más..) también deben repensarse como actores capaces de generar procesos de intersubjetividad crítica y ya no únicamente ser una entidad colectiva ¨los indígenas¨.
Este último elemento podría envestir a las organizaciones conformadas por indígenas en un actor organizativo mucho más contundente al enlazar el importante tejido de solidaridad, heredado de sus comunidades, con la opción crítica de actuar como individuos con derecho a la palabra, y a la acción emancipatoria.
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