
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
En las décadas de 1960 y 1970 América latina fue pionera en sus propuestas de lo que para entonces se denominaba comunicación para el desarrollo. Varios estudiosos de la comunicación en la región formularon tesis innovadoras y muchas de ellas se plasmaron en diversos campos. El ideal de la comunicación para el desarrollo era la inclusión de las sociedades y de los ciudadanos en los variados procesos comunicativos, afianzar su participación, lograr una mayor y mejor información entre los países del sur, así como depender menos de la información originada y gestionada desde el norte desarrollado.
La comunicación para el desarrollo postulaba por una comunicación para la salud, en favor de la nutrición, de la agricultura, del desarrollo rural, de la planificación, de la cultura y de las identidades, entre otros. El ambiente, las diversidades y pluralidades culturales tal como la responsabilidad individual y social formarían parte de su agenda actual.
Sus intereses iban de la mano con la educación para el desarrollo y con las recomendaciones de la OPS y de la OMS que conciben la educación para la salud como “un proceso de generación de aprendizajes, no solo para el autocuidado individual, sino para el ejercicio de la ciudadanía, la movilización y la construcción colectiva de la salud en la cual participan las personas y los diferentes sectores del desarrollo”. ¿Cuántos contagios y complicaciones podríamos evitar si los ciudadanos conociéramos de estos temas clave en la educación para la salud, y de otros, por medio de la comunicación para el desarrollo?
¿Cuántos contagios y complicaciones podríamos evitar si los ciudadanos conociéramos de estos temas clave en la educación para la salud, y de otros, por medio de la comunicación para el desarrollo?
La propuesta estaba inserta en el nuevo orden mundial de la comunicación y simpatizaba con ideologías estatistas que buscaban llevar al terreno de la comunicación las estrategias de la guerra fría. Esta postura condujo a que planteamientos tan interesantes como las que he mencionado y muchos, muchos más, se quedaran en el camino y no tuvieran porvenir. Sus patrocinadores apostaban a que los estados promovieran políticas nacionales de comunicación, y eso alertaba a ciudadanos y sectores vinculados con los medios de comunicación y alineados con las libertades de expresión y de opinión, sobre una eventual intromisión, vigilancia y control de los gobiernos sobre los espacios mediáticos y a que acabaran con el pluralismo y con la libertad de prensa y propiciaran una comunicación e información uniformes.
El temor no era vano. Una parte del mundo patrocinaba el pensamiento único. Otra limitación de esta mirada es que no avizoró las transformaciones que empezaban a exponerse con los primeros pasos hacia la mundialización, la globalización y la mediatización, y al reconocimiento del mercado como una esfera de la que la humanidad no podría prescindir.
Para las décadas de 1980-1990 los estatismos estaban de retirada y lo que descollaba era el mercado, auspiciado radicalmente por el neoliberalismo. El lugar que había pretendido tener el estado ahora lo ocupaba el mercado y con ello toda iniciativa pensada en favor del desarrollo ya no tuvo lugar. Lo que era promovido y vanagloriado era la comunicación dirigida al mercado: la publicidad, la propaganda, las relaciones públicas, las asesorías de imagen y la mercadotecnia política, por último. En fin, toda la variedad de nombres, supuestamente distintos, para nominar lo mismo: la mercantilización de la comunicación.
Un texto de mediados de 1990, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, de Néstor García Canclini, trazaba algunas ideas que, para entonces, se estimaban blasfemas. Luego de varias décadas ellas pueden aparecer, para muchos, como pensamientos visionarios sobre los nuevos conflictos que proyectaba la época que estaba emergiendo. Claro, algo que hasta ahora molesta a algunos de sus lectores, es la aparente identificación de la ciudadanía con el consumo que, aunque rechazable para muchos, es aceptable para otros.
Tanto la postura estatista como la mercantilista se colocaron en las antípodas y aglutinaron a su alrededor visiones polarizadas. Por cierto, desde el mercado era impensable y nefasto plantearse políticas de comunicación.
Pero…. El caso es que en el siglo XXI a la luz de los cambios vividos y en plena pandemia parece que algunos puntales de la comunicación para el desarrollo parecen indispensables. Sin que ello implique ignorar el mercado, lo cual equivaldría a negar la realidad.
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