Precería que la Conaie se sienta a dialogar con la condición de tener en la mano el revólver y la espada. Para ellos el diálogo tan solo consistiría en escuchar la voz del otro que, por su parte, debe escucharlos y asentir en todo lo que dicen, piden y exigen. No se trataría de un diálogo de sordos, sino un monólogo construido desde una gran prepotencia previamente estatuida. Por ende, con ellos no habría medias tintas. Es decir, en ellos, la capacidad de dialogar, de negociar ha sido previamente sustituida por sus inmovibles propuestas.
Ellos han decidido escucharse tanto en la pregunta como en la respuesta. Una suerte de ecolalia que, finalmente, no solo que tan solo sirve para que el cuerpo de los conflictos se endurezca cada vez más. Al mismo tiempo, se ahuyenta hasta la sombra de los posibles acuerdos.
Ya se retiraron de las mesas de negociación. Ya dieron las espaldas al Gobierno. En el lugar que ocupaba la palabra, se colocan la violencia, las amenazas y los fantasmas de la destrucción e incluso de la muerte. Con su crecida tozudez, logran que el temor e inclusive el pánico se apoderen de no pocos sectores del país. Van a hacer que nuevamente, una vez más, las manos infames consigan que arda Quito y otras ciudades del país.
Parecería que la Conaie se viviese a sí misma como constituyendo una suerte de Estado paralelo. Sus dirigentes no ocupan el lugar que les corresponde en el ordenamiento democrático del país. Por eso, no dudan en afirmar que se tomarán el país entero, sus recursos y vías para doblegar al poder legalmente constituido.
Parecería que ciertos dirigentes de la Conaie desconocen los sentidos y los propósitos del diálogo. Parecería que para ellos el diálogo se reduce a un simple acto de dar a conocer al otro cuáles son sus exigencias. Y nada más. Por ende, al otro de ese supuesto diálogo le corresponde la tarea de asumirlas y cumplirlas en su cabalidad.
A ratos, se tiene la percepción de que la escena dialogal habría perdido todo su sentido para dar lugar a un encuentro entre dos sostenido y atravesado ya no por los derechos, la ley y, sobre todo la equidad de la palabra., sino por una tenaz amenaza de destrucción e incluso de muerte.
Entonces, la Conaie tan solo jugaría a participar en un diálogo que, en verdad, de ninguna manera estaría dispuesta a sostener. Porque imposible diálogo alguno con el revólver de las amenas o las piedras de las destrucciones sobre la mesa.
Se trataría tan sólo de un encuentro en el que la imposición y las exigencias, a veces incluso ciegas, se imponen por la fuerza de las amenazas. El diálogo supone un nivel real de equidad, primero y ante todo, en el valor de la palabra. Porque si en la mesa de las negociaciones se dice una cosa y fuera de ellas otra absolutamente contradictoria, el diálogo se ha convertido en una vil falacia.
A ratos, parecería que la Conaie se viviese a sí misma como constituyendo una suerte de Estado paralelo. Sus dirigentes no ocupan el lugar que les corresponde en el ordenamiento democrático del país. Por eso, no dudan en afirmar que se tomarán el país entero, sus recursos y vías para doblegar al poder legalmente constituido.
No es una metáfora. Pero es que parecería que lo que no pudieron hacer frente a los invasores españoles que los humillaron, pretenderían hacerlo ahora cuando las condiciones sociales, políticas y éticas han cambiado significativamente, aunque no de manera tal que las comunidades indígenas se hallen total y eficientemente comprometidas con el desarrollo y la vida del país. la verdad es que el camino hacia una real equidad se encuentra aún lejos, muy lejos. Sin embargo, la violencia no lo reducirá, sino todo lo contrario.
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