Después de la consulta, lo que quedará del aliancismo correÍsta será conformarse con ser la copia mala de una falsa leyenda que no volverá. No podrán usar los nombres, las frases publicitarias, los eslóganes dogmáticos, los colores partidarios, el número electoral, las muletillas ni nada que sea propiedad de su antigua organización política. Ni siquiera podrán llamarse, aunque lo añoren, partido correista porque eso lo prohíbe la ley. Les tocará conformarse con ser la propia copia mala de Alianza País.
Ya no pueden usar las frases como “revolución ciudadana”, “la patria ya es de todos”, “podemos volver a creer” o “el pasado no volverá”. No pueden utilizar el número 35 como distintivo, el verde 58 o el azul 64 porque son de propiedad de otra organización política, que fue la suya propia, pero ahora sin ellos.
Tendrán que utilizar otra cosa, completamente nueva, de la que nadie tiene noticia, o tendrán que apelar a su propio recuerdo sin vulnerar los derechos de propiedad y uso de algo que ya no les corresponde.
Podrán utilizar el verde, pero ahora en otro tono. Lo mismo el azul. Podrán utilizar el verde lima, el verde esmeralda, o el verde oliva, aunque este último ya distingue a Sociedad Patriótica del ex presidente Lucio Gutiérrez. Podrán utilizar el azul marino, el azul cielo o el azul celeste, pero este último ya es de CREO de Guillermo Lasso. La tarea de la identidad es más difícil de lo que creyeron al amenazar que se irían.
Ya no podrá ser la lista 35, tal vez la lista 53. Hasta tendrán que decir “ya es de todos la patria”, “volver a creer, podemos”, “ciudadana revolución” o “no volverá el pasado”. Y tal vez ni esto sea posible, porque la propiedad de las frases consiste en la finalidad conceptual, no sólo en su composición gramatical. Tendrán que usar el recurso más básico de los imitadores y copiar sus propios emblemas sin violar la ley. Tendrán que conformarse con plagiar, como la tesis del ex vicepresidente.
El correismo fue un fenómeno publicitario. Nada más. Hasta sus ideas más progresistas eran copias del Foro de San Pablo, de la doctrina social de la Iglesia o de la revolución bolivariana que está destruyendo a Venezuela. El correismo fue un fenómeno autoritario, antipolítico y antidemocrático que manipuló los símbolos de la izquierda histórica para capitalizar el descontento popular, ganar elecciones y atornillarse en el poder. El correísmo es una mezcla entre propaganda, capitalismo de Estado y nacionalismo socialista. Su única ideología, si se puede llamar tal, fue el partido único y la apropiación mafiosa del Estado.
Ni siquiera la Constitución de 2008 les corresponde ahora. De hecho, el presidente Moreno convocó a la consulta popular apelando al “espíritu de Montecristi” e intentando restituir sus supuestos principios democráticos. Para eso tendrá que despresidencializar la democracia, multipartidizar la política, pluralizar la adopción de las decisiones públicas e inaugurar el respeto por los criterios diferentes. Con una tendencia constitucional hiprepresidencialista, el desafío es más grande que solamente descorreizar el Estado. Si el presidente Moreno se sienta sobre esta obesa infraestructura autoritaria sin cambiar sus fundamentos antidemocráticos, nada habrá cambiado con solamente sustituir al titular de ese poder abusivo y mafioso.
Arrinconado en la insignificancia, al correísmo le quedará solamente la opción del plagio. Tendrá que plagiarse a sí mismo y sus publicistas tendrán el doble trabajo de hacer lo mismo que antes pero ahora sin Estado, sin dinero y sin autoridad. ¿En dónde están ahora los intelectuales del autoritarismo populista?
La tarea será muy difícil después de la derrota del domingo. Esperar a apropiarse de un nuevo proceso masivo de descontento ciudadano, de ponerle una cara que ya no es nueva y de secuestrar los símbolos de ideologías ajenas, como marcadamente distintas, será más difícil que solamente llorar en la tumba de lo que fue políticamente Rafael Correa y de sus cientos de entenados nuevos ricos.
Al correísmo le quedará el extremismo, la violencia, y la venganza. Serán los nuevos tirapiedras. Le quedará arrinconarse en el extremo de la izquierda política, lamentando la derrota de su nacionalismo socialista, mientras el gobierno de Lenín Moreno se quedará con el espacio de la izquierda marxista, la socialdemocracia, la democracia cristiana, el liberalismo social y hasta el conservadurismo moderado del que provienen las amistades con las que jugaba tenis antes de ser un político activo y a las que recibe en Carondelet para hablar de economía. El aliancismo extremo, por su fanatismo, le hará un favor al gobierno morenista.
Al correísmo le quedará el “calentamiento de las calles”, llamar al descontento popular, boicotear a su antiguo copartidario y buscar un derrocamiento callejero o institucional. A la copia mala de sí mismos le quedará solamente el papel del golpismo.
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