
Gustavo Guayasamín Crespo es un personaje sorprendente: él, junto con Igor Guayasamín, fueron los creadores de Los hieleros del Chimborazo. Ninguna película ecuatoriana ha obtenido tanto reconocimiento internacional: el Colón de Oro del jurado y del público en el VI Festival Iberoamericano de Cine en Huelva, España, en 1980 y otros premios en festivales en Francia, Finlandia, la URSS, México. La lista es larga. La filmografía de los hermanos Guayasamín es amplia y rica.
Un día, sin más explicaciones, Gustavo Guayasamín dejó el cine, estudió biomagnetismo con el médico mexicano Dr. Isaac Goiz Durán y hoy se dedica a la cura de almas y cuerpos. Sin embargo, tenía una pasión secreta, la astronomía andina, a la que ha dedicado largos años de su vida. Esa pasión le ha llevado a escribir La cruz del tiempo (marzo, 2019).
Reescribir la historia a través de la reinterpretación del tiempo, para ser precisos, de la medición del tiempo a través de la sombra que el sol proyecta, ese es el propósito de Guayasamín. Era el conocimiento sagrado de los antiguos habitantes de estos lugares. Los Incas al mando de Tupac-Yupanqui avanzaron hacia el norte, el Chinchay Suyo. ¿Por qué lo hicieron? Todas las historias, o casi todas, sobre la expansión de los imperios, antiguos y modernos, apuntan a razones materiales. El Inca también fue hasta el sur, hacia los territorios que hoy son Argentina y Chile, sobrepasó el Trópico de Capricornio y, en palabras de Guayasamín, llegó al lugar «en que se acaba el tiempo».
Gustavo Guayasamín dejó el cine, estudió biomagnetismo con el médico mexicano Dr. Isaac Goiz Durán y hoy se dedica a la cura de almas y cuerpos. Sin embargo, tenía una pasión secreta, la astronomía andina, a la que ha dedicado largos años de su vida. Esa pasión le ha llevado a escribir La cruz del tiempo (marzo, 2019).
A partir de Guayasamín podemos especular que el propósito último de la expansión inca hacia el norte fue ocupar el lugar en el cual el sol tenía su asiento de oro, desde el que la vida iniciaba su ciclo anual; tomar el control del lugar en que el tiempo nace. Así sucede cada 20 de marzo en el calendario gregoriano y que en mundo antiguo correspondía a la ceremonia del Mushuc Nina. Era cuando el fuego se apagaba dando origen al ayuno y sacrificio a la espera de que llegara el día del sol sin sombra, del sol recto. En el momento del cenit, los rayos sol se concentraban en un vaso ceremonial cóncavo provocando el fuego que luego se repartía entre las familias. La vida se reiniciaba como un don del sol. Fray Bernardino de Sahagún relata en su memorable Historia general de las cosas de la Nueva España la ceremonia del fuego nuevo entre los aztecas: distinta y en otras fechas.
Los incas se instalaron donde habitaban otros pueblos, en el preciso lugar en que se forma la chacana, la gran cruz que simboliza el movimiento del sol a lo largo del año y que marca los solsticios y los equinoccios, el lugar en el que nace y muere el tiempo: el 20 de marzo, cada 365 días y también en los años bisiestos, los de trece lunas. El día del sol sin sombra, el día del sol recto era llamado Kih Toh, que se castellanizó en Quito y que deberíamos escribir Kito.
Todo esto ocurría hacia fines del siglo XV. En otro lugar, lejano y desconocido para los incas y para los aztecas, en enero de 1492 el rey Baobdil rendía Granada, el último bastión árabe, ante los reyes católicos. Cuentan que Colón los acompañaba. Meses después, el genovés iniciaría el viaje que cambió la historia de la humanidad, tanta la de aquí como la de allá. Pero ese es otro tema: el del arribo del Calendario Juliano a estos territorios y que se hallaba vigente desde Julio César. Eso historia la tenemos asimilada, más no la de La cruz del tiempo.
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