
Hay momentos en los que el ejercicio de la política se vuelve inviable dentro de los cauces democráticos y no queda otra salida que jugarse el todo por el todo. Tomar medidas tibias para resolver la crisis no hace más que agravarla y despejar el camino para que las opciones antidemocráticas, e incluso delincuenciales, se apoderen de las instituciones del Estado y controlen la política.
Tomar decisiones drásticas no es fácil. Hay peligros y obstáculos. Pero precisamente ahí se evidencia la estatura política de un gobernante. A diferencia del político del montón que, ante todo, valora su seguridad y posibilidades de permanencia en el poder, el estadista se juega su seguridad, se pone en riesgo. Y al exponerse personal y políticamente adquiere la autoridad moral necesaria para exigir que los demás, los ciudadanos incluidos, se hagan responsables de la solución de la crisis política.
Al inicio de la invasión rusa de Ucrania, Estados Unidos y la Unión Europea ofrecieron a Volodímir Zelenski, presidente de esta nación, sacarlo del país para que dirija un gobierno en el exilio. Él se opuso y se mantuvo en Kiev, con su familia, al frente del Gobierno y la resistencia ucraniana. Su presencia en la capital del país, donde sufrió tres intentos de asesinato, ha logrado unir a los ucranianos y mantener alta la moral de sus tropas. Algo que no habría conseguido de haberse marchado al exilio.
Al negarse a aplicar la “muerte cruzada”, Lasso quitó a los ciudadanos la posibilidad de incidir directamente en una limpieza de la política y ahondó el fatalismo de los ecuatorianos: esa conciencia de que las cosas en la política nacional son como son y ellos deben someterse a fuerzas insuperables
En situaciones críticas, los ciudadanos esperan contar con un gobernante capaz de arriesgarse. Ellos están dispuestos a apoyar las decisiones valientes y comprometidas de sus líderes. Para ellos, el que un gobernante arriesgue su pellejo es un indicador de la bondad y justicia de su empresa.
El presidente Guillermo Lasso, en una situación que demandaba decisiones duras, optó por la tibieza.
La “muerte cruzada”, que le habría ayudado a hacer una primera limpieza de la política ecuatoriana, ha dejado de ser una opción para el Presidente. Más que lo que él gana al haber renunciado a la disolución de la Asamblea, lo que debe importarnos es lo que los ciudadanos y la endeble democracia ecuatoriana pierden con esta decisión.
¿Qué pierden los ciudadanos? Sobre todo, la confianza en que el cambio de la forma de hacer política en el país es posible. Guillermo Lasso, al negarse a aplicar la “muerte cruzada”, les quitó la posibilidad de incidir directamente en dicho cambio y ahondó el fatalismo político de los ecuatorianos: esa conciencia de que las cosas en la política nacional son como son y ellos deben someterse a fuerzas insuperables.
Había una oportunidad para salir del pantano político. Lasso tomó su decisión. La oportunidad se ha perdido.
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