Bienvenido presidente Lasso. En primer lugar, porque su llegada constituye una auténtica ruptura con el pasado ominoso del correísmo. Una demostración, quizás la más importante de todas, de lo que significa la democracia. Bienvenido porque el país lo ha elegido para reconstruir la democracia apabullad, para robustecerla.
En democracia nadie es indispensable y nadie sobra. Todos hacemos el país. Todos somos el poder que, libremente, lo depositamos en la persona presidencial para que nos represente. El poder del presidente es el que le damos los ciudadanos a través de las leyes.
La democracia es la perenne sembradora de ilusiones, de fantasías, de esperanzas y de logros. Con la democracia, incluso se soportan ciertas debilidades del poder. Pero nunca las incompetencias y menos aún las corrupciones. Solo los demócratas son capaces de reconocer errores, de corregirlos y de buscar siempre el bien común. La democracia respeta y fomenta las diferencias. Los tiranos se alimentan de la sumisión impuesta a rajatabla.
Tan solo un sólido espíritu democrático nos permitió soportar por una década entera la presencia totalitaria, abusiva y corrupta de Correa y los suyos. Y estos últimos cinco años han pasado sin que tengamos que enfrentarnos con violencia a un gobierno que no logró realizarse a sí mismo a causa de su dudoso origen.
La democracia no crea la libertad para que la corrupción actúe a sus anchas. Todo lo contrario: es libertad y honorabilidad. La democracia no se casa con el mal ni con el autoritarismo y la violencia. Tampoco con el dejar hacer y el dejar pasar.
La corrupción y el autoritarismo no forman parte del espíritu democrático. El poder es servicio a la comunidad y no la oportunidad calva para engordar hasta la obesidad a un yo quizás construido en las privaciones, las limitaciones y las violencias familiares y sociales.
Tan solo un sólido espíritu democrático nos permitió soportar por una década entera la presencia totalitaria, abusiva y corrupta de Correa y los suyos. Y estos últimos cinco años han pasado sin que tengamos que enfrentarnos con violencia a un gobierno que no logró realizarse a sí mismo a causa de su dudoso origen.
En democracia se crean los escenarios para que ciertos grupos ideológicos tomen la batuta y logren que el pueblo elija a sus gobernantes, aunque no sean precisamente los mejores. En democracia es posible equivocarse y disentir y sin embargo, no ser perseguido por ello.
El alma de la democracia es la diferencia. Esa diferencia que molesta a quienes poseen espíritu de dictadores. Tampoco hay lugar posible para que crezcan y actúen grupos que la manejen corruptamente. Ningún tipo de corrupción tiene lugar en una verdadera democracia. Los corruptos son enemigos del ser y del actuar democrático porque tan solo piensan en sí mismos.
Como en todo lo humano, en democracia son posibles las equivocaciones. Inclusive, podrían llegar a ser necesarias. Sin errores, el narcisismo nos inunda y terminamos convencidos de que somos perfectos e infalibles. Sólo así es posible mantener vivo el anhelo de perfección. Solo si aceptamos los errores, nos volvemos cautos e incluso sabios. Solo los necios se han convencido de su sabiduría e infalibilidad.
De ahí la imperativa necesidad de la alternancia en el poder del Estado y también la prohibición de optar por un nuevo mandato luego de una primera reelección. Nunca debería regresar al poder quien ya estuvo allí en un tiempo democrático. El caudillismo nada tiene que ver con la democracia, por eso sueña con la reelección indefinida.
También en democracia el pueblo puede ser engañado por falsos profetas y falsos demócratas. Por lobos disfrazados de corderos que hasta podrían ser reelegidos. Porque no dejaremos de ser los únicos que se tropiezan dos veces en la misma piedra.
El presidente Lasso ha abierto nuevos horizontes en el campo de la democracia. Ha dicho que habrá un serio esfuerzo por hacer un paréntesis a los últimos quince años para permitir el florecimiento de una auténtica democracia.
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