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21 de Octubre del 2019
Ideas
Lectura: 6 minutos
21 de Octubre del 2019
Patricio Moncayo

PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.

La economía moral de la multitud
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Los líderes indígenas fungieron de revolucionarios, cuando en realidad lo que escenificaron fue la reacción en contra la supresión de un derecho de aprovechamiento tradicional, como los subsidios, basado en el principio de la “economía moral”, opuesta al libre mercado.

El sociólogo inglés Edward P. Thompson habló en 1978 de la “economía moral de la multitud” para explicar los motines de subsistencia en la Inglaterra del siglo XVIII. Tras de estos motines había no solo motivaciones económicas sino prácticas culturales derivadas de una sociedad pre capitalista. Con esas prácticas -afirmaba Thompson- los hombres y mujeres “creían estar defendiendo derechos o costumbres tradicionales”.
 
La economía de mercado en aquella área rural no podía operar libremente: regía un modelo paternalista. El resentimiento popular se agudizaba “cuando cambiaban las viejas prácticas de mercado”. Éste devino en un campo de batalla de la guerra de clases “en la misma medida en que llegaron a serlo la fábrica y la mina durante la revolución industrial”. Pero era en el mercado donde los trabajadores “podían llegar a organizarse con más facilidad”. “El paternalismo como mito o ideología mira casi siempre hacia atrás” sostenía el historiador inglés.

Me pregunto ¿hasta qué punto en el Ecuador ese mito estuvo detrás de la movilización indígena?  Según Thompson, “la cultura conservadora de la plebe resiste muchas veces, en nombre de la ‘costumbre’, a aquellas innovaciones y racionalizaciones económicas que gobernantes o patronos deseaban imponer”.

¿No fue el subsidio a los combustibles una práctica que se quiso abolir con el decreto 883? ¿En qué medida la movilización indígena respondió a una “cultura tradicional” antes que a una “cultura rebelde”?

Los líderes indígenas fungieron de revolucionarios, cuando en realidad lo que escenificaron fue la reacción en contra la supresión de un derecho de aprovechamiento tradicional, como los subsidios, basado en el principio de la “economía moral”, opuesta al libre mercado.

Los líderes indígenas fungieron de revolucionarios, cuando en realidad lo que escenificaron fue la reacción en contra la supresión de un derecho de aprovechamiento tradicional, como los subsidios, basado en el principio de la “economía moral”, opuesta al libre mercado.

Para Thompson, “la lógica capitalista y el comportamiento tradicional “no económico” se encuentran en conflicto activo y consciente”. En la disputa que presenciamos y sufrimos en el Ecuador, durante los doce días de paro, el avance en la dirección de sincerar la economía -mediante la eliminación de los subsidios- chocó contra los defensores, indígenas o no, de un pasado pre capitalista.

Abogaron por la conservación de un modelo paternalista, bajo el cual el estado debía establecer precios subsidiados a los combustibles, o sea, precios no económicos, lo cual implicaba “una protección paternalista al consumidor”. Recordemos que el capitalismo, en términos de Marx, es una sociedad más avanzada que el feudalismo y que la sociedad preindustrial; el comercio, entonces, debía liberarse “de imperativos morales intrusos”. Suprimir los subsidios iba en esta dirección.

Sin embargo, en la protesta indígena se impuso la “política de sustitución”. O sea, quienes se auto titulan “vanguardia” sabían más que la propia dirigencia indígena cuáles eran los verdaderos intereses de los pueblos indios. Quedó a un lado la histórica reivindicación étnica de la CONAIE, aquella que mereció el apoyo de la población blanco-mestiza. Esta demanda fue sustituida por un reclamo económico, tras del cual parecía incubarse una alianza tácita con los beneficiarios de los subsidios a la gasolina, esto es, con los transportistas, los contrabandistas, los narcotraficantes. Por oponerse al “neoliberalismo” y al FMI; la dirigencia indígena terminó abogando por el paternalismo estatal, o sea por el statu quo y no por la innovación.

Los abanderados de la política de sustitución, correistas y no correistas, convertidos en vanguardia de la protesta indígena le dieron a ésta un cariz “revolucionario” y en nombre de la “revolución” orquestaron una conspiración para echar abajo al gobierno del “traidor” y retornar al poder. Olvidaron que bajo el correismo, indígenas, movimientos sociales y grupos de izquierda y disidentes del correismo, fueron duramente atacados. Se criminalizó la protesta social y en estas circunstancias hubo una gran confluencia de fuerzas por derechos ancestrales de los indígenas y en contra de la reelección indefinida.   

En el reciente diálogo con el presidente Moreno los dirigentes indígenas hicieron gala de arrogancia, colocándose de igual a igual y hasta se permitieron exigir la salida de dos ministros -el de Interior y el de la Defensa-. Ejercieron, pues, la estrategia de doble poder. Como en las coyunturas revolucionarias solo faltaba que proclamaran “todo el poder a la CONAIE” (como lo hizo el dirigente bolchevique Lenin en la revolución de octubre en Rusia). Frente al estado de excepción, decretado por el gobierno, los representantes indígenas no se quedaron atrás y decretaron su propio estado de excepción.

Los pueblos y nacionalidades indígenas erraron en la estrategia utilizada. Fueron objeto de una manipulación orquestada desde el correismo y, paradójicamente, desde aquellas fuerzas de izquierda que fueron reprimidas por éste cuando fue gobierno. Dentro de los movimientos sociales, no faltaron   los fieles a lo “políticamente correcto”, que apoyaron y aplaudieron los desmanes de los manifestantes, como si de esta manera le hicieran un favor al movimiento indígena. Este, como todo movimiento social, tiene derecho a plantear y demandar sus exigencias pero sin atropellar los derechos de los demás ecuatorianos. La construcción de un estado “intercultural y plurinacional” debe respetar el pluralismo, la diversidad cultural, sin atentar contra la unidad nacional, ni contra la democracia.

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