Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
El mundo vive, no me atrevería a asegurarlo, una suerte de nueva guerra fría si es que alguna vez se desactivó la primera, aquella iniciada luego de la segunda guerra mundial. La actual, de serlo, no es una disputa entre la ex Unión soviética y los EEUU, sino entre los totalitarismos y la democracia. Es decir, entre las restricciones y el sometimiento y las libertades y los derechos. Por ello la preeminencia que en este enfrentamiento tienen la censura, el secretismo y la desinformación, versus la difusión plural de la información y de la opinión. Todo está permitido si contribuye a cercar la multiplicidad, incluida la imposición de políticas nacionales de comunicación, que diseñen el pensamiento único. Al parecer, ya no hay disputa en torno al modelo económico. Los totalitarismos actuales gustan del capitalismo de estado, del que disfrutan también sus círculos mas cercanos. Veamos ejemplos.
La reunión entre diplomáticos estadounidenses y chinos en Alaska, a mediados de marzo, evidenció la distancia irreductible entre dos miradas sobre la vida social y política, incluido el estatuto sobre los derechos humanos en el que difieren ambos enfoques. China estaba molesta porque EEUU condenó el “genocidio contra los uigures”, un grupo étnico al que China pretende reeducar, un asunto interno según Pekín. El delegado chino no pudo haber sido más claro cuando le restregó a su colega estadounidense la desconfianza que sus ciudadanos tienen de su democracia, por lo cual “Estados Unidos debería cambiar su imagen y dejar de promover su modelo de democracia”.
Nada sorprendente la recomendación. El modelo de los Estados Unidos, inscrito en la democracia, y el chino, en un patrón autoritario, no son compatibles. En el primero, las crisis y las contradicciones son constantes por la vigencia de las libertades justamente. Por ejemplo, la de la resistencia y la de la oposición, y la libertad de expresión del pensamiento que las acompaña. Esto, sin duda, convierte a los terrenos de la democracia en un campo repleto de incertidumbres y de dificultades. El otro, el del autoritarismo, es un espacio en donde la opacidad es un valor positivo y una realidad y en donde quien no aprueba en su totalidad las acciones y políticas del régimen dominante es callado de múltiples maneras y enviado a algún ostracismo. Su superficie, entonces, luce tersa; su apariencia es de calma y de quietud. La deliberación y el debate están prohibidos. También la protesta. Hay silencio pues todo desacuerdo es acallado. Y todo por culpa de la democracia y de ese invento que la acompaña: la libertad de sufragio.
Comprobemos. Al igual que Nicaragua, el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional de Pekín aprobó una ley para obstaculizar la participación electoral de todo disidente en Hong Kong. En virtud de esta norma, la oposición muy difícilmente podrá alcanzar la mayoría en el parlamento, pues los ciudadanos electores solo podrán escoger con voto popular a 20 diputados de un total de 90. La autoridad china, por el contrario, podrá nombrar a su gusto a 40 representantes. Los otros legisladores serán elegidos vía corporativa, es decir serán delegados de colectivos aprobados por el poder político. La disconformidad minimizará su voz efectiva. Con muchas dificultades los individuos podrán ejercer su ciudadanía.
Los hechos señalados son una minucia para algunos aspirantes a totalitaristas y para quienes señalan sus apoyos. Uno de ellos el autodenominado segundo mandatario, el dirigente de una facción de la CONAIE, de la conocida como mariateguista, por inspirarse en las tesis del grupo terrorista peruano de Sendero Luminoso, que decía estar imbuido por José Carlos Mariátegui.
En la misma línea de silenciamiento de la diversidad de voces, el mundo observó todo el secretismo en torno al origen de la Covid 19 en Wuhan. Difícil olvidar al personal sanitario que fue amordazado porque informaba en sus redes sociales sobre la misteriosa enfermedad que estaba azotando esa zona, hace más de un año. Ni siquiera los expertos de la OMS tuvieron facilidades para investigar cómo surgió la pandemia. Lo importante, diría yo, parecería ser la preservación incólume “del proyecto” para mantener sin rasguños su imagen. ¿A costa de qué? De lo que sea, añado.
La Rusia de Vladimir Putin es otro territorio de prácticas autoritarias y de ausencia de transparencia, aunque repleto de discrecionalidades, de aquella arbitrariedad que los bolcheviques tanto cuestionaron en los zares. Hacia fines de marzo el parlamento ruso aprobó una reforma que autoriza a Putin a postularse a dos nuevos períodos presidenciales. El jefe de estado, o emperador, podría permanecer en el poder ejecutivo hasta 2036. En la mentada votación, además, los diputados modificaron la constitución para que en ella el matrimonio estuviera reservado solo a los heterosexuales. La movida ejemplifica la manipulación que los totalitarismos ejercen cada vez con más desparpajo sobre las elecciones, para garantizar su permanencia y evitar ser relevados. La lucha que ejercitó y los cuestionamientos a esta pretensión que expresó uno de los opositores más visibles, Alexéi Navalni, fueron los motivos para que fuera envenenado en agosto pasado y casi perdiera la vida. Ahora Navalni está recluido en condiciones tan inhumanas por la tortura a la que está sometido permanentemente. No puede dormir más de una hora seguido. Sus carceleros lo despiertan cada hora para comprobar que no ha huido. Según declaraciones de Navalni, lo que pretenden sus verdugos es que enferme, de cualquier dolencia, para así condenarlo a muerte, pues la costumbre en las prisiones políticas rusas, exactas a las del antiguo gulag, es la de no brindar tratamiento médico a ningún recluso y abandonarlo a su suerte: ¿la muerte? ¿Hay algún principio garantista en la Rusia de Putin, el jefe del canal Russia today, por si acaso?
Al parecer los hechos señalados son una minucia sin ninguna importancia para algunos aspirantes a totalitaristas y para quienes señalan sus apoyos. Uno de ellos el autodenominado segundo mandatario, el dirigente de una facción de la CONAIE, de la conocida como mariateguista, por inspirarse en las tesis del grupo terrorista peruano de Sendero luminoso, que decía estar imbuido por José Carlos Mariátegui. Su simpatía con el candidato de Correa es su propia confesión de la alianza fracasada de octubre de 2019, para echar abajo al gobierno constituido, y un bofetón a las decisiones comunitarias de los pueblos indígenas. Sus palabras indicando que han posicionado (sic) al economista Andrés Arauz “presidente del estado plurinacional” son otra revelación de cuan dispuestos están el y sus seguidores para imponer su voluntad. Incluso a desconocer una elección. Porque los comicios aún no se han realizado y sus resultados son desconocidos.
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