
A finales del siglo XVI ocurrió un milagro extraordinario en algún lugar de extremo Oriente. Un generoso poeta anónimo (¿tal vez Wu Cheng'en?) escribió la obra maestra de la literatura china: El Viaje al Oeste. Confieso que esa maravillosa novela, una de las más antiguas, ha sido siempre uno de mis libros favoritos.
La trama es mágica. El joven y piadoso monje Xuanzang ha sido elegido para viajar al lejano y misterioso oeste, a fin de encontrar los antiguos manuscritos de Buda. Estos contendrían enseñanzas místicas indispensables para vencer las fuerzas sombrías y recobrar el camino de la virtud. Pero el joven anacoreta no viajaría solo, lo acompañarían: un elfo acuático (la versión china de un elfo, por decirlo así); un guerrero mitad cerdo y mitad hombre de dudosas cualidades higiénicas; y finalmente el poderoso Sun Wukong, el rey de los monos.
Este último habría sido impelido por el mismo Buda para escoltar al monje como una forma de purgar sus culpas pasadas. Los cuatro amigos viven aventuras fantásticas, sufren penalidades innombrables, y libran batallas heroicas, todo ello con el único afán de traer la luz, que en esta ocasión (y de manera paradójica) surge del Oeste.
El Viaje al Oeste no es simplemente una obra de literatura fantástica, sino una verdadera joya de la filosofía china. Sus personajes pregonan enseñanzas taoístas, discuten categorías confusionistas, y buscan la iluminación del budismo.
Xuanzang, el monje, representa la virtud, la santidad, la paciencia, y el dominio propio. Por su lado Wukong, el simio guerrero, representa la impaciencia, la rebeldía, y la violencia pasional. Ambos personajes disputan la trama dentro un proceso cíclico de negación y encuentro, una dialéctica donde terminan aprendiendo uno del otro hasta alcanzar una síntesis mística que les permite comprender claramente las verdaderas enseñanzas del Buda, las cuales no necesariamente están atrapadas en las letras de los pergaminos, sino en la luminosa realidad del peregrinaje.
Soy un admirador confeso de ese libro, por eso cuando me enteré que la compañía Shen Yun Performing Arts presentaría un ballet basado en esta fantástica aventura, me alegré enormemente. Aquella sería una hermosa oportunidad para que el pueblo de Quito dialogue con uno de los grandes aportes de la cultura china. Sin embargo, al mismo tiempo que se promocionaba la obra, la Embajada de China hizo público su deseo de que esta puesta en escena sea cancelada. La razón: varios de los bailarines del elenco son declarados practicantes del Falun Dafa, una doctrina espiritual que conjuga enseñanzas del budismo con doctrinas taoístas.
El dogma criminal de origen marxista llamado "ateísmo científico", impuesto en la China contemporánea, exige que los creyentes sean perseguidos. En este contexto, los adeptos del Falun Dafa han sido hostigados con particular violencia, principalmente por proclamar una doctrina basada en la tolerancia y la libertad, valores incompatibles con las lamentables enseñanzas del camarada Mao y las histéricas premisas de su libro rojo. El Estado chino se ha ensañado con esta comunidad religiosa, los ha encarcelado, torturado, y perseguido, no solamente en las fronteras de su país sino fuera de ellas. Esta sería la principal razón por la cual la Embajada de aquella nación asiática habría estado exigiendo que la presentación del ballet del Rey Mono sea cancelado en Ecuador.
Sin embargo, yo no me preocupé demasiado. China queda a miles de kilómetros de Ecuador, y aquí, en un país soberano, los bailarines y el pueblo de Quito estaríamos libres de la macabra persecución que se vive al otro lado del mundo. Además los funcionarios y los políticos ecuatorianos defienden la soberanía de la patria. Es decir, sería verdaderamente imposible que el Embajador de la China llame a media noche al Ministro de Cultura y le increpe de manera enérgica "oye tú, como te llames, me suspendes inmediatamente ese ballet, hazlo enseguida, no me hagas enojar, recuerda que el grueso de vuestra economía, depende de nosotros".
No. Imposible eso jamás podría pasar en nuestra patria altiva y soberana. Nunca. Aquí el pueblo, la ciudadanía, tiene derecho de admirar sin temor cualquier manifestación cultural, aquí no existe la censura, nosotros jamás nos someteríamos de rodillas a las exigencias persecutorias de regímenes autoritarios. Eso jamás. No. Estaba seguro de eso. Así que me preparé para asistir a esa maravillosa función.
Ahora bien, ustedes podrán imaginar mi sorpresa cuando supe que la presentación del ballet fue suspendida por las autoridades burocráticas ecuatorianas. La obra fue cancelada a pesar de tener, en palabras de los abogados de la compañía, todos los documentos en regla, a pesar de que el 8 de abril de 2015, el Cuerpo de Bomberos de Quito emitió el respectivo permiso (en el oficio No 0033733) para su realización. El advertido lector podrá sacar sus propias conclusiones.
Yo prefiero consolarme con mi descolorida traducción del Viaje al Oeste, quiero creer en esa narración fantástica que me habla de peregrinos chinos viajando a occidente en busca de la luz de la libertad, para poder traerla de vuelta a casa y combatir a las sombras.
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