
Director de Plan V, periodista de investigación, coautor del libro El Gran Hermano.
Para decirlo sin anestesia, el general Paco Moncayo debiera ser el candidato natural por parte de la tendencia de centroizquierda, respetando por supuesto, los méritos y posibilidades de los otros precandidatos de la izquierda. Es el que goza de menos resistencias; es una figura pública y conocida a escala nacional; contiene una amplia experiencia y una hoja de vida sin rabos de paja, que haría las delicias de cualquier director de campaña. Su perfil se acerca, además, al que los ecuatorianos quisieran para el próximo periodo presidencial: ecuánime, experimentado, honesto, respetuoso, institucionalista… O sea, todo lo contrario a lo que vivimos ahora. Por eso, si la teoría del péndulo funciona, no será esta vez desde la izquierda a la derecha o viceversa, sino desde el mesianismo ridículo hacia un liderazgo creíble y prudente, que nos devuelva ciertas certezas democráticas, algunos derechos ciudadanos, algo de institucionalidad y nos permita a todos salir de la crisis política y económica en paz y reconciliados.
Ya el mismo general lo ha dicho a todo el que quiera oirlo. Que a pesar de ser el coordinador del Acuerdo Nacional por el Cambio, un consorcio de partidos y movimientos políticos y sociales de izquierda, él no es izquierdista y nunca ha militado en un partido de izquierda ni lo piensa hacer. Es -se ha definido a sí mismo- un socialdemócrata. Yo precisaría: un militar socialdemócrata ilustrado. En ese orden.
La mayor parte de la dilatada carrera política del general Moncayo ha transcurrido junto a la Izquierda Democrática. Cuando la ID desapareció del mapa de partidos, el general tomó otras opciones. Pero ahora que la ID ha vuelto luego de ocho años de silencio frente al correísmo (porque no por perder un casillero electoral se deja de hacer política ni se pierde responsabilidades frente a la sociedad) es natural que Moncayo sea el candidato de un gran frente de centroizquierda y de izquierda (más moderada ahora) que ocupe ese vacío en esta lid electoral.
Por sus declaraciones públicas, y por algunas privadas, parece que Moncayo está empeñado sinceramente en lanzarse a su batalla política más importante. Pero ha puesto una sola condición: que se integre un frente de centroizquierda. Y lo ha dicho aún más claramente: solo seré candidato si la ID me lo pide. Y ahí debiera entrar la Izquierda Democrática en el juego: proponiendo a Moncayo como su candidato, ayudando con entusiasmo a armar un frente político con el Acuerdo Nacional para el Cambio y así dar salida a una alternativa fuerte a los indecisos y los desencantados del correísmo. Pero la ID no se mueve. Juega a la dilación. Sus actuales directivos dicen que prefieren recuperar el terreno perdido en la organización y en la escena política nacional, que participar de lleno y de entrada en una campaña presidencial.
De persistir en ese escenario -que, como todo en política, puede cambiar- es probable que la ID no entre al juego presidencial sino que se limite a lanzar listas de asambleístas para recuperar ese terreno. Con lo cual habrá hecho el favor del siglo a la alicaída opción oficialista, dejando el terreno libre para que Lenin Moreno ocupe el sector de centro y centroizquierda y quede prácticamente solo frente a las candidaturas de la derecha. Sobre todo, favorecería a Alianza PAIS en la Sierra, donde el oficialismo tiene más rechazos que adhesiones. La Sierra ha sido históricamente de centroizquierda y si ahora vota contra PAIS, no apoyaría con el mismo entusiasmo a las opciones más radicales de la derecha. Creo que su anticorreísmo no da para tanto. Una candidatura fuerte de la tendencia de centroizquierda dejará sin opciones reales al candidato del correísmo, y será determinante para ganar en Quito, donde realmente se jugará la elección presidencial. Sin una candidatura fuerte de esa tendencia, sucederá todo lo contrario.
Sin el apoyo explícito, audaz y entusiasta de la ID, es muy probable que el general Moncayo no se lance a la Presidencia de la República. Y eso desbarata la posibilidad de un frente de centroizquierda y deja a la izquierda histórica íngrima; una izquierda que por su desgaste -mucho del cual ha sido obra del izquierdismo sectario que ha medrado del correísmo- solo tiene la posibilidad de salvar los muebles.
Entonces, en este punto, lanzo varias preguntas pertinentes y una, la última, impertinente: ¿a qué juega la ID? ¿Están conscientes sus directivos del momento histórico que vive el país? ¿O por estar con la cabeza bajo tierra casi una década, no se han dado cuenta de lo que ha pasado y pasa en el Ecuador? ¿Volverán a su tradicional política del avestruz? ¿Creen que es momento de hacer cálculos de conveniencia política y esperar a ver qué pasa con Lenin Moreno? O más claro: ¿no será que entre sus cálculos está también apoyar -con su dilación e innacción- a Lenin Moreno y el sector socialdemócrata de Alianza PAIS, para “no hacerle el juego a la derecha”? Esta es la pregunta odiosa e impertinente –y me disculpan si ofendo- pero hay que hacerla, sabiendo que en política muchos han tostado granizo.
Algunos dirán que es darle demasiada importancia a una ID que apenas resucita y que no es ni la sombra de lo que era. Yo creo que el partido naranja perdió mucho, pero no demasiado. Básicamente porque aún conserva la propiedad intelectual de la tendencia; porque sus directivos, siendo lúcidos, no son niños de pecho recién aterrizados desde Marte, como para no saber qué es lo que se está jugando en el 2017; porque conserva una militancia inteligente, organizada y la mayor parte honrada. Y fundamentalmente, porque el propio general Moncayo les ha puesto en esa encrucijada -dándoles una enorme importancia estratégica- al condicionar su participación presidencial a una decisión de la ID.
Por tanto, creo que la ID, así crudita como está, se enfrenta en su rentrée a una decisión histórica en esta coyuntura tan determinante para el país: o facilita decididamente que Moncayo sea una opción de centroizquierda fuerte, o deja el terreno libre para que Lenin Moreno sea la única alternativa de esa tendencia, y obliga así a que muchos desencantados –que nunca votarían por los socialcristianos o Lasso, menos por Lucio o Dalo Bucaram- vuelvan a votar por el correísmo reencauchado, aunque sea tapándose la nariz.
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