Estamos a días de que el gobierno del Presidente Lenin Moreno cumpla un año en el poder. Ya no es tiempo de quejarse de que "la mesa no estuvo servida" y de que los problemas económicos son mucho más grandes de lo que se pensaba, puesto que todos los ecuatorianos, unos más que otros, se han ido dando cuenta que la bonanza económica correísta fue solo un espejismo, y que estaban solamente pagando el mínimo en la tarjeta de crédito y metiendo la basura debajo de la alfombra, lo que no significaba que la economía ecuatoriana pintaba para el gran "tigre latinoamericano" que nos querían vender. Las causas del fracaso son innumerables y no vienen al caso repetirlas.

Hoy es tiempo de evaluar la receta y calificarles a los médicos tratantes, para saber si verdaderamente están preparados para hacer una operación de alta cirugía. Hace unas pocas semanas, el Gobierno nos presentó su programa económico, que en lo fiscal nos anunciaba el tan esperado ajuste que ciertamente entregó una señal en la dirección correcta, aunque bastante tibia a mi gusto, pero que de todas maneras provocó una especie de euforia en los distintos agentes económicos.

A la fecha, pareciera que vamos pasando de la euforia al desencanto, por cuanto el proceso ha sido poco transparente, y resulta claramente insuficiente para tranquilizar respecto a la tendencia futura del equilibrio fiscal y la propia situación de la deuda pública que está muy por encima de los niveles permitidos y razonables. En otras palabras, el Gobierno  dio una señal, pero no es claro que se hayan dado y sobretodo que se quieran dar los pasos suficientes para despejar todas las dudas.

Es que la débil posición fiscal no permite que el ajuste se pueda realizar en cualquier tiempo y solamente con recetas light, lo que se ha ido reflejando en el aumento del riesgo país como evidencia de que los mercados comienzan a ver nerviosos el escenario macro de Ecuador, en tanto sigue presente el riesgo de deterioros adicionales en los parámetros fiscales.