El 13 de marzo de 2009, el mayor de la Policía Nacional Manuel Silva Torres encabezó la portada del diario Expreso de Guayaquil. Silva, ex jefe de la Unidad de Investigaciones Especiales, aseguraba que el desmantelamiento de su unidad, la UIES, dedicada a combatir a las organizaciones terroristas, subversivas y narcotraficantes, provocaría que “en poco tiempo estemos como México”. El mayor Silva no se equivocó. La decisión política de desmantelar a la Policía Nacional permitió la penetración de cárteles mexicanos en Ecuador, particularmente el cártel Jalisco Nueva Generación y el cártel de Sinaloa. En 2009 gobernaba Rafael Correa Delgado. Poco tiempo después, el mismo presidente Correa alcanzó un acuerdo de paz con organizaciones pandilleras vinculadas con el narcotráfico a las cuales incluso ofreció afiliaciones en su partido político y puestos en el Estado ¿Cuáles son las consecuencias de permitir que las mafias permeen el estado? ¿Qué es un Estado mafioso?
El historiador húngaro Bálint Magyar, ministro de educación de Hungría de 1996 a 1998 y de 2002 a 2006, describió al estado mafioso como una familia con códigos gansteriles que usan el partido de gobierno como a un títere. Bálint Magyar lo explicó en 2013 en su célebre libro que fuera traducido al inglés en 2016 con el título “Post-communist mafia state: the case of Hungary”. El libro se encuentra disponible para la descarga libre en el repositorio de la Universidad de Europa Central.
Como señala Kim Lane Scheppele en el prefacio del libro, profesor de sociología y relaciones internacionales de la Universidad de Princeton, menos de una década después de que Hungría ingresara a la Unión Europea en 2004, se convirtió en un modelo con controles y equilibrios constitucionales colapsados, con inversión extranjera en fuga, sin independencia del poder judicial, donde los medios de comunicación independientes ya no están garantizados, los grupos de la sociedad civil son atacados, los juicios políticos y las elecciones están amañadas, los niveles de intolerancia contra los grupos minoritarios aumentan y un solo partido gobernante controla todas las instituciones públicas de manera opaca. ¿Por qué hay tantas coincidencias entre el proceso liderado por Viktor Orbán y de la Unión Cívica Húngara (Fidesz) con el proceso liderado por Rafael Correa y Alianza País (AP, hoy Revolución Ciudadana)?
Viktor Orbán, un político de extrema derecha, ahora primer ministro de Hungría, que se considera liberal, poco después de asumir el cargo en 2010 lanzó un ataque contra todas las instituciones independientes del país. Los gobiernos locales fueron inhabilitados como espacios de poder independiente, y los organismos de la sociedad civil fueron estrangulados financieramente, atacados por inspectores fiscales y procesados penalmente. El gobierno impulsó, apoyado por los órganos de seguridad del estado, una campaña para divulgar la deslealtad de aquellos que se negaron a someterse a la voluntad de Orbán. Casi lo mismo que las sabatinas de Rafael Correa.
Para Bálint Magyar, Hungría es actualmente un estado mafioso poscomunista. Una característica fundamental del estado mafioso es la lógica interna de acumulación de poder y riqueza, que condiciona todas sus acciones ejecutadas a través de una combinación de concentración del poder político y aumento de fortunas en manos, dice Magyar, de una “familia adoptiva” constituida para la acción política de una cultura mafiosa elevada al rango de política central.
Durante el primer mandato de Fidesz en el poder en 1998 a 2002, el desarrollo de este modelo tuvo fuertes limitaciones institucionales. Con menos de dos tercios de la mayoría parlamentaria, no fue posible cumplir las condiciones básicas para el surgimiento de un estado mafioso, el monopolio del poder y la abolición de la separación de poderes. Por eso Orbán, presidente de Fidesz desde 1993, cambió de estrategia reconociendo que el partido no podía transformarse en un partido de masas y que tenía que abandonar su ubicación en el centro político. Después de tres gobiernos consecutivos de izquierda y de la erosión de la derecha, Orbán giró lentamente a la derecha radical y reconstruyó gradualmente su partido.
Así es como la familia adoptiva de Orbán toma control del partido y las decisiones ya no las adoptan sus dirigentes o los órganos partidarios, sino una camarilla dirigida por un presidente-padrino. En otras palabras, el centro del poder en un verdadero estado mafioso es una familia adoptiva que obtiene el control formal del partido de gobierno en un sistema unipartidario hegemónico. Según Bálint Magyar todo “funciona tras bastidores de la democracia, donde el propio partido de gobierno es el títere político de la familia adoptiva”.
Las coincidencias con Hungría son sorprendentes. Al conseguir el poder, Alianza País se convirtió en un partido-patrono que difuminó las fronteras entre la organización política y el estado, que aplastó y persiguió a sus adversarios, que modificó la ley electoral para su beneficio.
Después de regresar al poder en 2010 y asegurar una mayoría de dos tercios en el parlamento húngaro, tras una pausa de ocho años, Fidesz usurpó las herramientas gubernamentales y estatales para convertirlas en herramientas de construcción de una vasta clientela. Así, la frontera entre el reclutamiento de clientes para el partido y el funcionamiento del estado era casi indistinguible, y con la liquidación de las instituciones sociales autónomas de veeduría del estado, se impuso el modelo cliente-patrón.
En opinión de Balint Magyar, para Fidesz, “la separación de poderes no servía para controlar al gobierno, sino para asediarlo”. Entonces, el constitucionalismo liberal era un estorbo para Orbán. En el modelo constitucional húngaro, la base del sistema de frenos y contrapesos es el requisito de una mayoría calificada, es decir, un límite de votos a dos tercios. Para reformar la constitución y muchos de los llamados estatutos cardinales sobre el autogobierno, los medios de comunicación, las asociaciones, o las elecciones, se requiere de una mayoría parlamentaria calificada de dos tercios. Pero tras conseguir esta supermayoría, Fidesz destruyó la cultura del consenso en la legislatura e impuso un modelo de chantaje y exterminio de los opositores políticos. Tal y como sucedió con Alianza País en Ecuador.
Las coincidencias son sorprendentes. Al conseguir el poder, Alianza País se convirtió en un partido-patrono que difuminó las fronteras entre la organización política y el estado, que aplastó y persiguió a sus adversarios, que modificó la ley electoral para su beneficio. Lo mismo sucedió con el presidente Correa cuya diferencia con el gobierno y con el estado era indistinguible. Por eso Correa usaba los bienes del estado para hacerse campaña, para perseguir a sus críticos y para distribuir a manos llenas los contratos de construcción y consultoría a sus más fieles clientes a cambio de su lealtad. Allí construyó la familia adoptiva a la que se refiere Bálint Magyar en el caso de Hungría.
El entorno político de Correa es su mafia personal. Por eso se los ve tan juntos en viajes a distintos países, en ostentosos festejos y en lujosos banquetes. Son una familia adoptiva con sus propios códigos de lealtad gansteril que no funciona como un partido político y que no tienen una ideología precisamente porque las mafias no la necesitan. ¿Acaso los integrantes de esa familia son como su líder, muy parecido a Orbán por su conservadurismo? No, hay una diversidad tan extraña en eso que llaman progresismo que incluso se encuentran guevaristas y neoliberales en el mismo saco. Entonces no los junta la ideología, los junta el hambre por el poder.
Correa es un Orbán y el correísmo es un movimiento depredador como Fidesz. Ahí gravita su peligrosidad. Si regresan al poder, incluso a través de un golpe de estado, volvería la familia adoptiva a apropiarse del gobierno y del destino del Ecuador, para concluir el presagio del mayor Silva. ¿Lo permitiremos?
@ghidalgoandrade
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