
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Una inquietud tiene ocupados a políticos y pensadores de todo el mundo: se debate si el aparente éxito de China y Corea del Sur en el control del coronavirus implica la confirmación de un modelo político disciplinario como alternativa frente a las distorsiones del capitalismo contemporáneo.
Quienes más alarmados están respecto de esta eventualidad son los europeos. Muchos atribuyen el desbordamiento de la pandemia a la debilidad el aparato productivo del Viejo Continente. La dependencia comercial de China habría afectado la capacidad endógena de aplicar acciones efectivas. Por ejemplo, realizar pruebas de detección oportunas, aplicar tratamientos farmacológicos o proveer de equipos a los hospitales. Europa no estaba en condiciones de producir los insumos indispensables para responder a estas demandas.
¿Es la liberalidad de Occidente un escollo a la hora de reaccionar contra amenazas extremas e inusuales como una pandemia? ¿Ha sido la extrema complacencia del neoliberalismo la causa de la debacle sanitaria? Las preguntas son pertinentes en la medida en que las respuestas podrán marcar la reestructuración del mundo en los próximos años.
La idea del manejo ultrapersonalizado de la información se va a convertir en la próxima tentación del poder. Lo que algunos denominan biovigilancia: reconocimiento facial universal; registro total y pormenorizado de actividades cotidianas, como adquirir un libro, ver una película, visitar un local comercial o fumar marihuana; seguimiento de actividades en redes sociales. Es decir, todo un compendio de dispositivos de control político llevado a extremos aterradores. Eso es, en síntesis, lo que haría la diferencia entre un occidente díscolo arrasado por la pandemia y un oriente disciplinado que ha atravesado exitosamente la tormenta.
Poco importará la pertenencia socioeconómica, étnica o cultura de los involucrados: habrá una respuesta particular para cada individuo que sea considerado peligroso, disfuncional, inepto, etc. El algoritmo será la llave maestra para la política del futuro. La genopolítica ha llegado para instalarse.
Uno de los grandes aportes de Michel Foucault a las ciencias sociales fue su concepto de biopolítica. Definió así una lógica de Estado para tener control sobre la preservación y reproducción de una población determinada en función de las necesidades del sistema. El poder sobre la vida (bio-política) se ejerce sobre grupos humanos: trabajadores, adolescentes, migrantes…
Hoy, ese poder busca ejercerse sobre cada individuo. Ya no se trata de intervenir sobre la vida común de una colectividad (por ejemplo, proveer de agua potable a una zona rural para evitar que sus pobladores se enfermen) sino de intervenir en la estructura misma de la vida; es decir, en esa información genética que nos identifica como piezas únicas dentro de la generalidad de la especie. Se rastreará información que permita responder tanto a las expectativas de cada persona como a la potencial amenaza que pueda significar para el sistema.
De la misma manera que las estrategias del mercado nos diversifican culturalmente para luego uniformarnos como consumidores (el mismo zapato deportivo, pero con detalles acordes con cada grupo social o etario), habrá mecanismos inversos para cernirnos por nuestros comportamientos o ideas. Poco importará la pertenencia socioeconómica, étnica o cultura de los involucrados: habrá una respuesta particular para cada individuo que sea considerado peligroso, disfuncional, inepto, etc.
El algoritmo será la llave maestra para la política del futuro. La genopolítica ha llegado para instalarse.
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