
Mereces lo que sueñas. Gustavo Cerati
Toda indiferencia es criminal. Albert Camus
La dialéctica del amo y el esclavo es la teoría fundamental de Hegel, allí plantea que la Historia se desarrolla cuando dos deseos se enfrentan en busca del reconocimiento del otro, el que tiene más miedo a morir es el que antepone su miedo a su deseo y termina siendo esclavizado. Los indígenas después de 527 años lograron algo impensable que el FMI retroceda con su política de ajuste. El 14 de octubre, Bernie Sanders, el opositor más representativo que tiene Donald Trump envió un mensaje de felicitación al movimiento indígena por haber detenido al Fondo Monetario.
Y es que fue real, dramático y épico, pero el movimiento indígena demostró al Ecuador y al mundo que tiene la fuerza e inteligencia políticas para liderar no solo a sus pueblos y nacionalidades sino a toda una sociedad mestiza atomizada y repleta de prejuicios de todo tipo. Se dio una victoria histórica, repleta de una poderosa carga simbólica del movimiento indígena y su dirigencia sobre el gobierno, las cámaras, los mass media y los políticos tradicionales como Nebot, Lasso, Correa, Bucaram, Romo y Ayala Mora.
Durante doce días, Quito fue el epicentro de una de las batallas políticas más complejas y violentas de las últimas décadas, cuyo saldo según Defensoría Pública fue de 8 personas asesinadas (aunque la ministra Romo dice que fueron accidentes), 1340 heridos y 1192 detenidos. Lo cierto es que Amnistía Internacional expresó su preocupación por los niveles represivos contra los manifestantes en este nuevo levantamiento indígena.
Se enfrentaron dos bandos, aparentemente irreconciliables, pero muy bien definidos. De un lado el gobierno que seguía directrices del FMI, apoyado por las cámaras de comercio y producción en contubernio con los bancos y los mass media; del otro lado el movimiento indígena acompañado por sectores de trabajadores, estudiantes, desempleados y militantes de varios partidos. El enfrentamiento desnudó los altos niveles de polarización ya existentes en Ecuador. Vivimos doce días de un conflicto violento y despiadado que se desató desde la aprobación del decreto 883 que eliminaba el subsidio a la gasolina y al diésel, decreto que iba a pauperizar más a la mayoría de la población, entiéndase que el 80% de la población estaba en contra de éste polémico decreto.
Algunos sectores, entre ellos la Iglesia, hicieron llamados a la paz y al trabajo pero la realidad no era tan sencilla: Ecuador tiene un ethos marcado por la inequidad social lo que ha generado altísimos niveles de conflictividad política a lo largo de nuestra historia. Es imposible exigir paz sin justicia y equidad. Mientras seamos parte de uno de los países que peor distribuye su riqueza en el mundo, los conflictos de clase superarán todo proyecto de construcción de un estado nacional.
En 1848, Carlos Marx, en su célebre Manifiesto del Partido Comunista, escribió: “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases.” La historia se desarrolla alimentada por una tensión permanente entre dos clases antagónicas que en determinados momentos no pueden negociar más y se enfrentan violentamente. Ningún derecho humano se ha conseguido pacíficamente, todos han costado vidas humanas, desde la jornada de 40 horas hasta la abolición del trabajo infantil.
Doce días de teclear frenético en redes sociales intentando apoyar al movimiento indígena, la misión de un académico no solo es transmitir conocimientos sino como diría Marx, transformar el mundo. Demasiada cafeína y adrenalina, emociones extremas, amigos que se enojan en redes sociales o simplemente personas que demuestran su dimensión real como seres humanos.
Doce días de teclear frenético en redes sociales intentando apoyar al movimiento indígena, la misión de un académico no solo es transmitir conocimientos sino como diría Marx, transformar el mundo. Demasiada cafeína y adrenalina, emociones extremas, amigos que se enojan en redes sociales o simplemente personas que demuestran su dimensión real como seres humanos. Pasar de la tristeza y desilusión sentida la mañana del 13 de octubre a la euforia más liberadora como la vivida después de observar a indígenas abrazándose con policías después de la derogatoria del decreto 883, conmovió esa escena que reflejó el nivel de nobleza de los indígenas, pese a la crudeza de los enfrentamientos aún conservaban empatía como para no ver en los policías a sus enemigos.
Un buen amigo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito, escribió después de la derogatoria del 883: “el 1% quejándose de que el 7% decide por ellos”. Y es real porque los indígenas son una minoría, pero una minoría muy organizada y con un alto nivel identitario, superior al 90% de mestizos que habitamos éste país atravesado por una línea imaginaria. Los indígenas motivados por una fuerza telúrica y con una estrategia clara llegaron desde diferentes comunidades de la sierra y el oriente a Quito, ciudad donde se tumban presidentes, para realizar una serie de marchas por plazas, avenidas y calles emblemáticas de la capital. Vinieron a disputar con su presencia y audacia el capital simbólico que define a los grupos hegemónicos. Llegaron como unos vagabundos peligrosos y se fueron como héroes, así los vimos la mayoría de ecuatorianos y así los vio el mundo progresista.
¿Cómo lo hicieron? Realizaron valiosas alianzas con instituciones democráticas y progresistas como algunas universidades quiteñas: Católica, Central, Politécnica Salesiana, Andina. Además fue clave el apoyo de la Casa de la Cultura, que les facilitó el Ágora. Desde este centro político se movilizaron día a día, logrando nuevos contactos, generaron afectos y desafectos, pero tenían claro que más del 80% de la población rechazaba el decreto 883. Ellos sabían y saben que son los actores políticos de la resistencia al “establishment” más representativos que tiene Ecuador. Si Moreno no derogaba el decreto 883 el 13 de octubre permitía que Ecuador estalle porque en el resto del país la gente se estaba manifestando masivamente a favor del movimiento indígena: “Quito aguanta El ORO se levanta", Cuenca se levanta, Guayaquil se levanta…es decir se activó la caja de resonancia de la lucha de clases que hubiese hecho colapsar al Ecuador.
El movimiento indígena logró algo inédito: sentar al gobierno después de 12 días de protestas y represión en una mesa de diálogo frente a todo el país en una negociación abierta y televisada. Allí Jaime Vargas, Leonidas Iza y Miriam Cisneros demostraron claridad política, no especularon y fueron contundentes con sus afirmaciones:
“No hay planificación y eso se nota”
“Antes nos dijeron la patria ya es de todos, ahora nos dicen gobierno de todos, el buen gobierno es el que escucha y defiende a sus pueblos y no a las transnacionales, se ve que la derecha está gobernando el país”.
“No creo que Correa esté detrás de la violencia. Querer tapar la realidad y decir que detrás de los actos vandálicos están los correístas también sería una irresponsabilidad.
“Usted señor presidente tiene ministros vagos que le hacen quedar mal”
“No se ha cumplido el objetivo principal de tener un Estado plurinacional.”
“No vamos a negociar nuestros caídos”
“Rivadeneira, Hernández y Serrano por cerrar vías nos dijeron terroristas, saboteadores y nos mandaron a la cárcel”
También fue triste y desilusionante encontrar una clase media y media-alta con profundos complejos, totalmente racista, incapaz de aceptar a la otredad, todo lo que no pertenezca a su blanquitud forzada los afecta y denigra. Jamás asumirán su condición de mestizos y creen que el indígena te sirve cuando trabaja, y si trabaja a menor precio, mejor. Para ellos no existió la Revolución Francesa ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de1948. En medio de tanta desilusión conmovió la valentía de jóvenes que rompieron con este esquema racista, estudiantes de medicina y otras carreras de algunas universidades quiteñas: Católica, Salesiana, Central, Politécnica que protegieron a los más vulnerables incluso a costa de su propia integridad. El último día hicieron un cordón humano para proteger a los indígenas del acoso sistemático al que fueron sometidos por la policía y el ejército.
Los quiteños presenciamos la represión desproporcionada y en algunos casos cobarde de la Policía y el Ejército. Menos mal que los reporteros populares con sus cámaras de celular estuvieron ahí, para mostrar al mundo como se irrespetaron los derechos humanos. Me dirán ¿y el vandalismo? y ¿los intentos desestabilizadores de los infiltrados? Sí, existieron, aunque en el caso del incendio a la Contraloría tengo mis dudas: ¿por qué el ejército no la resguardó?, ¿cómo es posible que la hayan incendiado dos veces?, ¿qué interés tenía el movimiento indígena de quemarla?
Será una tarea más compleja que la reconstrucción de las áreas destruidas por esta guerra desoladora que ha costado ocho vidas de ecuatorianos, el restaurar las heridas en el tejido social de una nación que sigue atomizada pero que ahora tiene claro que ya no necesita de ningún mesías, ni caudillo oportunista, porque los movimientos sociales han despertado.
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