Adolfo Bioy Casares narró en su novela ¨El diario de la guerra del cerdo¨ una angustiante sociedad distópica en la que los mozuelos llegaban a la alegre conclusión que debían asesinar a sus mayores. El protagonista de la narración vive en el barrio Palermo, habla en acento porteño, bebe cañas, y subsiste de la pensión jubilar. A simple vista la obra podría interpretarse como una analogía del choque generacional exacerbado por la hirviente cultura de finales de los sesentas (la novela fue impresa en 1969). Sin embargo, la narración de Bioy Casares está orientada a exponer de manera metafórica varios sucesos acontecidos años atrás durante los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón.
Las hordas fanáticas que persiguen a los adultos son irreflexivas, torpes, histéricas y a simple vista corrompidas. Sus víctimas atesoran experiencias vitales, disciernen dilemas morales, son educados, y discuten la muerte y desaparición de sus compañeros con filosófica perplejidad. El libro no es, simplemente, un tratado sobre las diferencias culturales entre sujetos de edades distintas, la obra de Casares llega más lejos. El esfuerzo individual, la honestidad, la acumulación de conocimiento son representadas por los hombres maduros. Por otro lado, los militantes fanáticos de una secreta ideología totalitaria son casi niños, y representan la embriaguez del poder temporal, la fuerza bruta, y el colectivismo agobiante. El avance asfixiante del peronismo en Argentina, y su expansión hacia todos los ámbitos de la vida fue descrito también por otros autores. Cortázar describió en ¨Casa tomada¨ el avance de una fuerza misteriosa que acorrala a una pareja de hermanos en una antigua mansión, y Borges (a quien el peronismo trató de obligar a ser inspector de aves y peces en el mercado central) narraría de manera velada en su relato ¨El hombre de la esquina rosada¨ la simiesca brutalidad de los provocadores populistas. La memoria literaria recuerda al peronismo como el reino del abuso, la indignidad y la vulgaridad por sobre la razón y el ejercicio de la ética.
Las metáforas son representaciones de elementos sociales que pueden verse reflejadas en momentos diferentes. Así pues, en la agresividad del violento provocador Patricio Mery Bell (cuya gruesa lista de grasientas trifulcas está archivada en internet) puede verse las bravatas del villano del “Hombre de la esquina rosada” de Borges. En la burda extensión del poder Ejecutivo hacia todas las funciones del Estado podría comprenderse la desesperación de los protagonistas de la ¨Casa tomada¨ de Cortazar. Finalmente, en el estruendoso acoso judicial que están sufriendo los miembros de la Comisión Nacional Anticorrupción, la mayoría de ellos adultos mayores, pueden leerse las ideas y los sentires que Bioy Casares trató de expresar con su ¨Diario de la guerra del cerdo¨.
La historia no se repite, pero rima, diría Mark Twain. Por eso los trabajos literarios de autores que vivieron en sociedades autoritarias basadas en colectivismos violentos, nos son tan familiares. Ellos nos ayudan a comprender como la negación de la libertad individual y el rechazo a categorías consideradas anticuados por el socialismo del siglo XXI (por ejemplo la honestidad) delimitan una verdadera guerra donde aquellos que se benefician del poder tienen notables posibilidades de salir victoriosos.
Note la suerte que corrieron aquellos que han denunciado actos de corrupción en los últimos tiempos. Recuerde las amenazas a Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, autores del libro ¨El gran hermano¨ donde describen la conmovedora historia de amor filial y solidaridad a toda prueba entre los hermanos Correa. Una suerte más accidentada, con un final menos luminoso, corrieron los veedores de un proceso de contraloría social organizado en el seno del CPCCS que aseguraron haber hallado evidencias del, supuesto, conocimiento que habría tenido el primer mandatario de las relaciones comerciales entre su hermano y el Estado (los veedores fueron sentenciados a la cárcel). La lista se extiende. Recuerde a Fernando Villavicencio, cuya familia tuvo que poner los ahorros de toda su vida en manos del Presidente de la República en medio de un extenuante proceso de persecución y hostigamiento, solo para terminar exiliado en busca de asilo político luego de haber publicado completos documentos que denunciaban aparentes actos de corrupción.
Ahora mismo, los miembros de la Comisión Nacional Anticorrupción, hostigados por funcionarios del actual régimen (disculpe usted, pero ya no es posible considerar a la Contraloría una oficina autónoma de la función Ejecutiva) son un eco nítido de aquellas personas mayores acosadas y masacradas por las hordas criminales descritas por Bioy Casares. No importa si los procesados han recibido la necrótica misericordia del perseguidor que busca humillarlos. Al final lo que se pretende es demoler la idea de una ética que trasciende la voluntad, los intereses y el humor de los insignificantes déspotas que detentan del poder. La necesidad de anular aquellos que son más grandes que los pequeños bribones al mando (desde el universo de Bioy, claro). No sé. Se me ocurre que la mejor manera de describir la fábula que estamos presenciando ahora mismo es: La Segunda Guerra del Cerdo.
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