
Economista y Magister en Estudios Latinoamericanos.
@giovannicarrion
A pocos días de producirse la posesión de Joe Biden como el Presidente Nro. 46 de los Estados Unidos, el actual mandatario Donald Trump se encuentra en medio de una tormenta política que implica enfrentar un segundo impeachment, proceso que tendrá por propósito juzgar el procedimiento inadecuado del presidente saliente en los acontecimientos suscitados en el Capitolio que derivó en el asalto a las instalaciones del Congreso por parte de simpatizantes radicales del trumpismo que se han negado a aceptar la derrota electoral, exacerbando con ello los ánimos y profundizando aún más las diferencias en ese país.
Y si queremos hablar de herencias, precisamente, la administración de Donald Trump deja a EE.UU con una economía afectada por sus cuatro costados, con una crisis sanitaria sin precedentes que registra hasta el momento 23,8 millones de personas contagiadas y la apocalíptica cifra de 396 mil muertes. A esto se suma un país profundamente dividido, producto de una política sustentada en un discurso abiertamente violento, intolerante y segregacionista. A propósito, Francis Fukuyama, desvela que el fin central de Trump, antes y dentro de la política, ha sido siempre la ‘autoproclamación’ y que ‘…no ha tenido empacho a la hora de sortear a personas o leyes que se interpusieran en su camino por cualquier medio a su alcance’.
Lo que ha hecho Trump y sus partidarios republicanos en las últimas elecciones en EE.UU hablan de una decadencia de la política y de sus instituciones que ponen en entredicho, en últimas, la calidad de esa democracia que ha sido utilizada como modelo en la región y en el mundo.
Lo que ha hecho Trump y sus partidarios republicanos en las últimas elecciones en EE.UU hablan de una decadencia de la política y de sus instituciones que ponen en entredicho, en últimas, la calidad de esa democracia que ha sido utilizada como modelo en la región y en el mundo. El propio ex presidente, George Bush, ahora dice que lo ocurrido en el Capitolio se asemejó a lo que suele suceder en una ‘Banana Republic’.
Por eso, la imagen internacional de los Estados Unidos se ha visto afectada y requerirá de un gobierno -conciliador pero firme- en la administración Biden – Harris, para revertir esa política nacionalpopulista que, por lo regular, trata de legitimarse en el voto popular para concentrar poder a cuento a considerarse el elegido, el predestinado, el nuevo mesías y con ello evadir los pesos y contrapesos que activa todo régimen democrático.
El politólogo Fukuyama al momento de evaluar al trumpismo, señala -sin ambages- que el liderazgo de Donald Trump carece de las virtudes de ‘…integridad, fiabilidad, buen juicio, devoción por el interés público y una brújula moral incuestionable…’. Tener claro esto permite mirar con nitidez a un inestable presidente americano que termina su mandato en las sombras, aislado y angustiado por sus propios demonios.
Entablar un proceso de impeachment a pocos días de dejar la presidencia podría ahondar las diferencias entre los americanos y dificultar la reconciliación nacional a la que apuesta el Presidente Joe Biden. Sin embargo, y como bien lo sostiene el Senador progresista, Bernie Sanders, hay la urgencia de establecer un precedente. Es decir, no se puede pasar la hoja tan fácilmente, como ocurre lamentablemente en otros países, como es el caso de Ecuador, donde mucho se apela a la figura de los hechos consumados…
En general, la herencia que deja Trump en la economía, política y sociedad americana, es paupérrima y requerirá de mucho esfuerzo para encarrilar otra vez a la potencia mundial en el sendero de la racionalidad, sensatez y genuina democracia.
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