
Catedrático universitario, experto en Relaciones Internacionales y política exterior, analista político.
Escribo estas líneas en caliente, luego de los resultados del 5 de febrero, dignos de un análisis mucho más sesudo y académico que rebase los alcances de una columna de opinión que, sin embargo, estimo necesaria. Y tampoco la escribo desde la pretendida objetividad académica que me corresponde en otros espacios que me resultan muy gratos, como el aula o el análisis político, sino desde mis preferencias políticas personales. Hecho este breve descargo, comencemos.
La derecha y la centro derecha ecuatorianas se convierten o mueren. Así de sencillo y taxativo. El desastre que viene siendo el gobierno de CREO y el colapso del PSC en su bastión histórico de Guayaquil luego de casi 31 años son la muestra palpable de esto. Y si bien la crisis del sistema de partidos es parte de la explicación, no deja de ser una respuesta insuficiente. Ni qué decir de la lamentable justificación de una dicotomía correísmo / anti correísmo que tapa errores, justifica mediocridades y paraliza intelectualmente. Lo grave no es que dos partidos cumplan su ciclo de vida, o pasen a ser fuerzas de segunda categoría que se apaguen lenta e inexorablemente, sino que en ese declive se carguen un legado y un potencial que, a estas alturas, les quedaron grandes.
En el caso del PSC, su mutación desde sus orígenes serranos y enraizados en la Doctrina Social de la Iglesia católica, de la mano de Camilo Ponce Enríquez, para terminar siendo el músculo político de la oligarquía guayaquileña, y hoy sostenido con las justas en torno a la figura de Jaime Nebot, merece un capítulo aparte. ¡Y qué decir de CREO! Lo que debió ser la recuperación del liberalismo en el espectro político nacional, de una nueva derecha, terminó en la aventura política de una camarilla de desconectados de la realidad ecuatoriana, ajenos casi por completo al manejo de la cosa pública (a la que desprecian), tiktokeros de ocasión y algunos ex miembros de la Democracia Popular, que por dignidad debieron mantenerse en su jubilación y no regresar a la vida pública para, junto con los primeros, aupar al poder a alguien que se preparó para ser candidato pero jamás para gobernar.
El legado del liberalismo merece algo mejor. Y no, no me refiero al alfarismo. Es hora de rebasar los límites parroquianos de nuestra historia en torno a los conceptos políticos que moldearon buena parte de nuestra vida republicana. Me refiero al liberalismo clásico.
El legado del liberalismo merece algo mejor. Y no, no me refiero al alfarismo. Es hora de rebasar los límites parroquianos de nuestra historia en torno a los conceptos políticos que moldearon buena parte de nuestra vida republicana. Me refiero al liberalismo clásico, ese que desde fines del siglo XVIII empezó a tomar forma y dio origen a las instituciones propias de las democracias liberales; ese que estableció la necesidad de un Estado con división de poderes, el respeto irrestricto a las libertades fundamentales del ser humano y a las leyes como fundamentos de la convivencia social. Un Estado limitado, sí, pero no inexistente; presente pero no omnipresente; benefactor pero no irresponsable; una sociedad libre pero empática, donde las relaciones sociales, económicas y políticas sean orgánicas y descansen sobre la responsabilidad de los individuos y no del Estado.
El ocaso del PSC y la caída libre de CREO son la oportunidad para el surgimiento de un liberalismo republicano genuino, alejado de los intereses de una oligarquía que usó al liberalismo como justificación de un obsceno mercantilismo protegido por el Estado y también que se divorcie de las taras que desconectan a las élites de lo popular, incapaces de entender cómo no pueden derrotar en las urnas a un demagogo que cierra campañas a ritmo de tecnocumbia pero que tiene a su favor la percepción de ser auténtico. Y por republicano no me refiero al sistema político per se, sino al ideal de buen gobierno que los antiguos entendieron como propio del hombre libre, sujeto a la ley de forma inexorable y donde esa libertad sólo alcanzaba plenitud no en la satisfacción individual, sino en el servicio a los demás, en la entrega a la res publica, dándole sentido al ser ciudadano.
Quito podría ser la matriz de este liberalismo republicano de nuevo cuño. Huérfana de referentes reales del centro a la derecha, vive la paradoja de ser cuna de politólogos y cada vez de menos ciudadanos con conciencia política, escépticos a entrar en la lid: brillantes analistas (muchos de ellos me honran con su amistad y sabiduría) fungen de voces que claman en el desierto, frente a una cada vez mayor desidia ciudadana. Y no hay cómo culpar a nadie: las élites políticas locales le han fallado a la capital, y cada vez se hacen más fuertes quienes, presa del hartazgo y también de una buena dosis de identidad líquida, buscan desmembrarla ante el continuo abandono de sus autoridades. Quito requiere de un nuevo modelo de administración descentralizada y con responsabilidad política, sin lugar a dudas. Pero ante todo requiere y merece una mejor clase política.
En el campo de las ideas, la diversidad siempre es señal de salud y promesa de progreso, ya que impide que la comodidad del relato único derive en inmovilismo. En el espectro político, otras tendencias demuestran buena salud y vigencia (el 5F no puede ser más claro), lo que es necesario y legítimo para el buen devenir de la democracia. Pero el liberalismo no puede quedarse atrás. Aún tiene mucho que ofrecer y aportar en el debate político y en el futuro de Quito en particular y del Ecuador en general. Pero para eso, debe zafarse primero de esa horda variopinta de indeseables, compuesta por mercaderes sin intereses cívicos, filonazis camuflados de nacionalistas, tiktokeros e influencers que no pisan un mercado, nihilistas simplones que confunden interesadamente libertad con relativismo y toda una fauna conexa que no han hecho más que prostituir el legado del pensamiento político que más ha luchado por la libertad del ser humano. La renovación liberal es ahora, si no se quiere pasar en dos años al basurero de la historia. Quito, la plena, es hora del sacudón.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]


NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]


