PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
El destacado columnista, analista económico y amigo, Walter Spurrier, en su columna de El Universo, 26 de septiembre de 2021, hace afirmaciones rotundas que merecen ser rebatidas. Pretende poner al presidente Lasso contra la pared: entre sus principios liberales, y su práctica, a la que califica de social demócrata. Expresa, con cierto apasionamiento, su rechazo a la planificación, y tilda a Lasso de estatizante, al haberse valido de ella. Ésta-la planificación- es pintada como sinónimo de comunismo, a la luz de lo que, al parecer, sostiene una autora, Ayn Rand, a la que cita.
Aparte de los cuestionamientos de orden teórico que cabría hacer a estas afirmaciones, hechos históricos de nuestra historia, las contradicen.
Galo Plaza fue el iniciador de la planificación en el Ecuador, en un contexto en que el desarrollo era un antídoto al comunismo. La CEPAL y la Alianza para el Progreso formularon una propuesta desarrollista como una alternativa al avance de la influencia de la revolución cubana en América Latina.
Con Galo Plaza, las estadísticas cobraron importancia vital para la gestión técnica de los gobiernos y del Estado. Plaza fue un convencido demócrata que apostaba a la estabilidad política como soporte del crecimiento económico y de la justicia social. Su principal contradictor no fue el socialismo, sino el CFP, liderado por Carlos Guevara Moreno. En su gabinete hubo prestantes elementos socialistas. Tuvo que medirse con el populismo, entonces encarnado en el liderazgo carismático de José María Velasco Ibarra, para quien los técnicos eran insensibles a la miseria que agobiaba a las masas. Aunque Velasco no creía en la planificación, bajo su gobierno, en 1954, se dio vida a la Junta Nacional de Planificación y Coordinación Económica (JUNAPLA) que estuvo dirigido por Clemente Yerovi Indaburu, de 1961 a 1963, y que congregó en su seno a economistas de la talla de Germánico Salgado, Pedro Aguayo, José Moncada, Luis King Vanonni, Galo Salvador, entre otros.
Tanto la Junta Militar de 1963-66, como la dictadura del general Guillermo Rodríguez Lara, 1972-1977, hicieron gobiernos reformistas, apoyándose en la planificación, a cargo de la JUNAPLA, y sentaron las bases del Ecuador moderno. La oligarquía perdió peso, emergió una pujante clase media, y los sectores populares, reprimidos en la primera dictadura, avanzaron en su organización, en la segunda.
De alguna manera la democracia reinstalada en 1979 fue producto de este proceso. La victoria de Jaime Roldós y Osvaldo Hurtado, en las elecciones de ese año, no habría podido darse, de no ocurrir las transformaciones de los sesenta y setenta. La pugna entre el social cristianismo y el centro izquierda marcaron el derrotero político de las décadas ochenta y noventa. De ahí que León Febres Cordero y Rodrigo Borja fueron los referentes de la época.
Con la caída del socialismo real y del Muro de Berlín en 1989, el centro izquierda se replegó, y abrió paso al neoliberalismo, auspiciado por el Consenso de Washington. El auge del llamado socialismo del siglo XXI y de la “revolución bolivariana” fueron una respuesta a la asonada neoliberal.
Los argumentos esgrimidos en el artículo de Spurrier, están teñidos de cierto sesgo ideológico. No ve Spurrier la más remota posibilidad de un acercamiento entre una postura, que él califica de libertaria, y la social democracia.
Los argumentos esgrimidos en el artículo de Spurrier, están teñidos de cierto sesgo ideológico. No ve Spurrier la más remota posibilidad de un acercamiento entre una postura, que él califica de libertaria, y la social democracia. Si no hay lugar para tal acercamiento, no cabe sorprenderse de que tanto, desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, se ponga en segundo lugar la democracia. Ello explica que la primera, haya saludado y apoyado el golpe militar de Augusto Pinochet en Chile, calificando de milagro económico lo hecho en dicha dictadura, y que no se canse de alabar el giro de China a la economía de mercado, independientemente de la dictadura del partido comunista que rige en ese país. Mientras que, por otro lado, la extrema izquierda, no se avergüenza de defender a Daniel Ortega, a Nicolás Maduro y a Miguel Díaz-Canel, no obstante su contextura dictatorial.
El expresidente de Uruguay, Julio María Sanginettti, en el diario digital, El País (uruguayo), cuestionó al “frentismo vernáculo” (Frente Amplio) que “está dispuesto a defender dictaduras puras y duras si se proclaman de izquierda” Ello lo dijo, a propósito del discurso del Presidente Lacalle , en el que éste calificó como dictadura los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, durante la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en México, y que fue rechazado por la oposición de los parlamentarios uruguayos del Frente Amplio. “La cuestión no es de izquierda o derecha, sino democracia o totalitarismo, libertad o autoritarismo”, dijo Sanguinetti.
La polarización ideológica es enemiga de la democracia. La defensa de uno u otro modelo económico, como la panacea de la prosperidad o la igualdad, incurre y desemboca en los barbarismos totalitarios que asolaron a la humanidad el siglo anterior.
El gobierno del presidente Guillermo Lasso es un desafío. Lo que está en juego, precisamente, es la viabilidad de un proyecto que rescate el equilibrio entre estas dos posiciones polares, del que depende la estabilidad democrática, el crecimiento económico y la lucha contra la pobreza, agravada por la pandemia.
Si Walter Spurrier soñó en Ayn Rand, cantando La Internacional, quizá atisbó un sueño, que, a su pesar, yace en el fondo de su inconsciente.
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