
Desde el mito, los orígenes del mundo y sus culturas se inician con el aparecimiento del mal y de la culpa. Desde entonces, no cesamos de buscar la felicidad. Ni absolutamente malos, como los habitantes de ese infierno dantesco inventado por los dioses, ni ese paraíso mágico ofrecido a los ingenuos.
Sin embargo, nadie ha definido ni lo absoluto del placer ni tampoco el abismo incomprensible de un total sufrimiento. Aunque, por cierto, es mucho más comprensible ese non plus del dolor de las privaciones, que el de un goce infinito.
El ofrecimiento de un paraíso para los buenos y la amenaza de un infierno de sufrimientos infinitos para los malos pertenecen a la mitopoiesis de la humanidad a través del poder. De hecho, no constituyen sino los señuelos con los que el poder se ha asegurado aquello que realmente lo sostiene: el sometimiento de los débiles. De hecho, con ello lo único que se ha buscado no es otra cosa que el ladino sometimiento de unos fieles seguidores. Al final del camino, siempre aparecerá el mismo abismo en cuyo fondo no existe sino el conjunto de los engaños.
Pero el tema fundamental de la Conaie radica en que sus dirigentes se han convertido, no precisamente en los mediadores, sino en los proveedores de esos dones ante las comunidades indígenas del país.
Han asumido el lugar de los redentores y salvadores. Ellos, los que viven bien y gozan de prebendas, ellos ofrecen la redención. En el fondo, han acudido a la rancia política que ofrece la redención a los pobres de espíritu.
Pero no hay redención. Y ningún salvador es ni veraz ni inocente. A lo largo de la historia se ha repetido el mismo patrón de los redentores que, tras bastidores, negocian su propia salvación sin importar la de los otros.
Han asumido el lugar de los redentores y salvadores. Ellos, los que viven bien y gozan de prebendas, ellos ofrecen la redención. En el fondo, han acudido a la rancia política que ofrece la redención a los pobres de espíritu.
Conviene interrogarse sobre las verdaderas bondades de quienes ofrecen el paraíso e incluso se prestan al sacrificio por el bien de los otros. Lo dice la historia: los líderes nunca son tan inocentes como pretenden. Primero habría que ver quién posee las manos limpias. Tal vez algunos de ellos ni siquiera posean manos.
No es, de modo alguno, la posición enunciativa de las reales condiciones en las que viven los indígenas del país desde el primer día de la conquista española. No. Se trata de los manejos sociales y políticos realizados por sus dirigentes desde hace años y que no han conducido a cambios importantes.
Desde el primero hasta el último levantamiento indígena, a final sus condiciones no han cambiado de manera sustancial como se habría esperado. Lo cual da cuenta, sin lugar a dudas, de que las dirigencias no necesariamente son ni tan lúcidas como parecerían ni, sobre todo, tan honestas como se esperaría
Nuestro indigenado vive siglos de ignominia.Toda salvación proviene del Otro. Nadie se salva a sí mismo. Y ese Otro, por supuesto, nunca es el poder y menos todavía la violencia. Ese Otro pertenece al orden de la verdad, de la justicia y la ley,
Podría acontecer que los delegados de la Iglesia católica ayuden. Pero no constituye los interlocutores originales con los que las comunidades deben relacionarse. La situación del indigenado requiere una suerte de revolución ética, social, política y económica.
No es dable que regresen a sus mismas atávicas pobrezas. Exigen vivir en condiciones del siglo XXI similares a las urbanas. Necesitan tierras fértiles. Necesitan salud, educación, bienestares similares a los urbanos. No necesitan las migajas que caen de las mesas de los ricos. Pero también les haría falta más coherencia y más lógica política.
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