Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
En la sabatina del 5 de septiembre, Rafael Correa hizo mención a su inconformidad con el artículo de la Constitución referido al derecho a la resistencia. Sin inmutarse, menos avergonzarse, dijo: “Cómo me arrepiento haber cedido”, según él, a “la novelería” de Alberto Acosta, para ese momento presidente de la Asamblea Constituyente, de incluir en la Constitución de Montecristi el derecho a la resistencia.
Sin pudor alguno hizo alarde de la penosa respuesta que hiciera al pedido hecho: “estás loco, conociendo a ciertos dirigentesesto va a servir para que opositores hagan cualquier cosa y además ya está en los tratados internacionales”.
El último sábado 12, una vez más indiferente a las acertadas críticas que varios sujetos políticos, incluidos el economista Alberto Acosta, hicieran a las penosas declaraciones presidenciales, la insolente vanidad pudo más. No conforme con sus tristes declaraciones del 5 de septiembre, Rafael Correa las reafirma necia y cínicamente en la última sabatina del 12 de septiembre: “Yo dije el sábado pasado que cómo me arrepiento de no haberme levantado más fuerteenfrente del bebé de 60 años que es Alberto Acosta, porque es un bebé. Él vive de esto, de la resistencia, nunca tiene una propuesta.”
Ante esta insolente vanidad del poder, la sociedad debe responder ¿Quién es él para arrepentirse de un artículo constitucional redactado por una Asamblea Constituyente y aprobado por la mayoría de la sociedad ecuatoriana? ¿Qué poder tienen un individuo entre tantos frente al legítimo poder constituyente? Más aún, ¿Quién es este señor para arrepentirse de un derecho no solo constitucional, sino fundamentalmente humano e histórico, conquistado con la lucha y la dignidad de los pueblos en todas las épocas del caminar humano? No es nadie para arrepentirse de un valor universal que lo trasciende no solo por su condición de hombre particular, sino por su incapacidad de entender la grandeza humana en la ética de la resistencia.
De lo que sí debería arrepentirse, en un acto de decencia política y no lo hace, es de manipular e irrespetar el acuerdo constitucional a su antojo y querer reformarlo para perpetuarse en el poder; de entregar la mitad de la reserva del oro nacional a la voracidad financiera internacional; de endeudar al país y empeñar el presente y el futuro de los ecuatorianos; de ampliar la frontera extractiva en el territorio ecuatoriano; de dar paso a la firma de un TLC con la Comunidad Económica Europea; de hacer un manejo inadecuado de la economía nacional que nos pone al borde de una crisis; de retirar el 40% del aporte estatal a las pensiones jubilares del IESS; de confiscar los fondos de Cesantía de los maestros, de criminalizar la lucha social, perseguir, juzgar y encarcelar a dirigentes sociales y jóvenes estudiantes; de imponer su visión machista como política de gobierno; de irrespetar a los ecuatorianos y ecuatorianas que discrepan con su proyecto y sus ideas políticas; etc., etc.
De algo de lo que debería arrepentirse personalmente es de homenajear a su primo que estafó a la sociedad ecuatoriana y luego no impedir que salga del país.
Conociendo su trayectoria y compromiso con la transformación social, el que honestamente ya debe haberse arrepentido de haber confiado los procesos de lucha y la relación con los movimientos sociales a un hombre sin historia política en la izquierda que hoy se pone en contra de los sectores populares, es el economista Alberto Acosta. Más aún, debe estar arrepentido dehaber brindado su amistad a un sujeto incapaz de mostrar mínima gratitud, sin más posibilidad humana que ocultar sus carencias y debilidades política, éticas e intelectuales con insultos y deslegitimaciones al que ahora considera su adversario político.
No conforme con repetir una declaratoria de arrepentimiento absolutamente impropia y carente de razón, el aún primer funcionario del Estado vuelve a atacar: “… siempre ha habido el derecho a la resistencia pacífica, a la desobediencia civil, pero ponerlo directamente en la Constitución teniendo a la Lourdes Tibán, al Alberto Acosta, al Salvador Quishpe, a los Carlos Pérez, eso era un absurdo. Eso era darle una navaja a un niño de 5 años. Sabíamos que iban a haber abusos”. ¿De dónde se inventó la, sí, absurda idea de que el derecho a la resistencia o cualquier otro derecho humano y constitucional se establecen o se restringen con dedicatoria a ciertos miembros de la sociedad de agrado o no para el poder de turno? Según el “brillante” análisis presidencial, el derecho a la resistencia es una dádiva del poder a los amigos, de la cual carecen los considerados enemigos u opositores. En otras palabras ¿está diciendo que vale para los sumisos y no para los dignos?
Coherente con sus convicciones coloniales, el Presidente infantiliza a los pueblos ancestrales en sus representantes legítimos, cuando refiere al niño de 5 años y la navaja. Usando su pobre figura metafórica para que nos entienda se le puede preguntar: ¿si acaso quiere él, “adulto” ser el único dueño y manipulador de la navaja con la cual intenta someter a los pueblos que legítimamente se resisten a la dominación que quiere implementar en el país? Puede ser que eso quiso trasmitir cuando irresponsablemente dijo:
“Llamo a todos, ahora sí, con absoluta legitimidad, a aplicar nuestro derecho a la resistencia, a resistir que unos cuantos abusivos atenten contra nuestras carreteras, atenten contra nuestros colegios, contra los derechos de nuestras familias. A resistir, compañeros, porque el derecho a la resistencia es contra los abusos de la autoridad pública o de grupos de poder privado”.
¿Qué es lo que busca? ¿Enfrentar pueblos contra pueblos? ¿Volver al Estado o a su gobierno sujeto de derechos para oponerse y atacar a la sociedad? ¿Restringir los derechos ciudadanos individuales y sobre todo colectivos para que nadie reclame por su mal gobierno? Parece que no alcanza a entender que el derecho a la resistencia al que muchos sectores sociales y políticos del país se han acogido tiene como fin luchar en contra de su autoritarismo y de su proyecto antipopular. Tampoco logra entender que gran parte de la sociedad ecuatoriana, y fundamentalmente los sectores populares y de izquierda a quienes dice representar, está, si, muy arrepentida de haber entregado la dirección del Estado y de la sociedad a un gobierno y aun presidente que gobierna a sus espaldas y en contra de ella. Le guste o no, al “adulto” que aún ejerce las funciones de presidente, entienda o no, los pueblos del Ecuador seguirán resistiendo a la dominación colonizadora de Alianza PAIS como lo han hecho desde la época de la conquista. Seguiremos siendo indignados y dignos. Aprovecho este texto para expresar mi solidaridad con las y los compañeros agredidos en las declaraciones presidenciales.
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