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11 de Abril del 2016
Ideas
Lectura: 9 minutos
11 de Abril del 2016
Santiago M. Zarria

Filósofo y catedrático universitario.

La insoportabilidad del ser humano
Para saber cuánto vale un ser humano, dice Nietzsche, hay que calcular el precio que nos va a costar su conservación; es decir, cuánto nos va a costar en mentiras, corrupción, discusiones, chantajes, compromisos, chismes, sobornos, fraudes, lágrimas, sonrisas, angustias, felicidad, desasosiego...

El Hombre se ha convertido en un caso insoportable. Probablemente a esto se deba la preferencia por la soledad, a la insoportabilidad del ser humano. Dicha preferencia no es absurda o extravagante, sino al contrario, casi habitual entre filósofos y literatos, y lo demostraré inmediatamente.

1.- En 1880, en una carta dirigida a Madame Roger des Genettes, Flaubert le dice que casi todos los seres humanos tienen el don de exasperarlo. Cuando escribe esa carta, Flaubert había pasado casi tres meses de absoluta soledad. “Como el oso de las cavernas” y se encontraba perfectamente bien. Tanta era la satisfacción que sentía al estar solo que pensaba que “al no encontrarse con nadie no escucharía decir tonterías”, porque la insoportabilidad de la estupidez humana se había convertido, para Flaubert, en una «enfermedad» y como todo malestar uno trata de evitarlo como sea.

Deseaba alejarse tanto del ser humano que la sola presencia de éste contaminaba hasta el aire, en otras palabras, su misma existencia, y el único lugar donde podía respirar con satisfacción y libertad era en un desierto; es decir, en la soledad. Sin ruido, sin palabras y sin compañía.

Contra esa enfermedad llamada “Hombre”, la soledad se había convertido en el mejor antivirus para Flaubert.

2.- No muy lejos de este sentimiento, aparece otro, un poco más trágico. El de Unamuno. En 1912, el mismo año que apareció Del sentimiento trágico de la vida, Pontejos publicó Contra esto y aquello, una serie de escritos “críticos y literarios”. En uno de esos artículos, Leyendo a Flaubert, Unamuno justifica la migración a la soledad como una alternativa contra la banalidad del quehacer político y contra la excesiva insoportabilidad de la clase política que ha terminado espantado al ser humano. Entiéndase bien la ironía de la argumentación. Unamuno sabe que la apatía no tiene justificación, aunque esto signifique un alto grado de insoportabilidad humana.

La crítica unamuniana se centra en la pregunta: ¿Cómo no va a detestar la política el que padece de insoportabilidad de la estupidez humana? Para qué leer la prensa, para qué escuchar la radio, para qué ver la televisión. ¿Para ponernos de mal genio al leer y escuchar las tonterías conservadoras, liberales o socialistas? ¿Para cerciorarnos de que la corrupción continúa infectando al ser humano? ¿Para desesperarnos con la superficialidad mediática y la insufrible e insolente élite política?

Al igual que Flaubert, Unamuno no puede “resistir la tontería humana, por muy envuelta en la bondad que aparezca… prefiero el hombre inteligente y malo que al tonto y bueno”. Para escuchar esos disparates, es preferible quedarse en casa y fortalecerse contra el destino, “leyendo a los grandes desengañados, a los apóstoles de la desesperación y a los de la inmortal esperanza”.

3.- Uno de esos textos es el Libro del desasosiego de Pessoa, una autobiografía para indisciplinados. Un libro escrito para no ser leído, sino resistido. Al mínimo contacto con otro ser humano, dice Pessoa, que pierde la inteligencia, deja hablar automáticamente y pasados “unos cuartos de hora” solo tiene ganas de dormir. Lo que para algunos, “estar en contacto con otros, es un estimulo para el diálogo, para él representa un contra-estimulo, pues la presencia de un solo individuo desorienta y retrasa sus pensamientos” (Pessoa, 2013).

La insignificante idea de estar en contacto, le produce una angustia indescriptible: una invitación a cenar, asistir a una graduación, esperar a alguien en la estación, socializar en la oficina. Todos esos hábitos sociales le paralizan. La sola idea sacude su existencia al punto de quitarle el sueño, es que “sus hábitos son los de la soledad, no los de los hombres”. Todo es insoportable para Pessoa, excepto una cosa. La vida. Y de la cual, presume ante sí mismo su disidencia.

4.- Cuando se concede el regalo de la soledad, como creía Chesterton, algunos se deshacen de ella como de las pulgas. Cuanto antes mejor. Les da igual, si es un burdel o en un bautismo. Un casino o una iglesia. No soportan su cercanía. No saben como comportarse o reconocerse en ella. Han perdido la sensibilidad de sí mismo. Están demasiado embriagados de independencia que no distinguen la soledad como el don de la libertad. Pero los que conocen su valor, saben que no hay mejor lugar para la alegría que permanecer en sus orillas.

La compañía es una ilusión, deberíamos saber que “nunca nos sentiremos más sociables que cuando estamos solos”(Chesterton, 2010).

5.- El 10 de septiembre de 1953, En la tentación del Fracaso (2003), diario personal de Julio Ramón Rybeiro, en el primer diario parisino cuenta que su sensibilidad para socializar se había agudizado de tal manera que no podía soportar a una persona más de cinco minutos. Parezco “un molusco cubierto de pequeños cuernos retractiles, que se repliegan al contacto del mundo exterior”.

El 23 de diciembre de 1955, en el diario muniquense Ribeyro confiesa cierta mejoraría social. Esta vez, no puede soportar la presencia de una persona más de tres horas, “pasado este límite, pierdo la lucidez, me embrutezco, las ideas se me ofuscan y al final, o me irrito o me quedo sumido en un profundo abatimiento". Todo el desgaste que implica un encuentro y la preservación de las costumbres sociales, en donde la mayoría de conversaciones son triviales, llenas de nada, le parecen insoportables.

Presintiendo, la posibilidad de un comportamiento “social enfermizo”, el 23 de mayo de 1957 en el diario antuerpense, Ribeyro dice que “le gustaría saber el tiempo exacto en que comienza a sentirse incómodo entre sus semejantes, a sufrir su presencia como una agresión, a buscar la soledad y el silencio” (Rybeiro, 2003).

6.- Para Nietzsche, tratar con el Hombre, representa un desafío para su paciencia y humanitarismo, porque tenía cierto don para descubrir al primer contacto “la suciedad que ocultan ciertas naturalezas” y eso le hacía optar por su conservación.

Ese don le permitía “husmear en lo más íntimo de las personas, indagar en las «vísceras» de toda alma”, sobretodo de aquellas que se ocultan dentro del barniz de las buenas costumbres, de la buena educación, del buen apellido, del buen salvaje. Detrás de todas esas mentiras, arrogancia y vanidad, Nietzsche advertía, al verdadero monstruo.

El costo de esa relación, al igual que para los demás, le significaba un tremendo desgaste de energías que su humanitarismo se definía como “una permanente victoria sobre sí mismo”, cuando lo que en realidad necesitaba era soledad. Cosa que no conseguía si un Hombre merodeaba por sus costados, pues al menor contacto con el ser humano, ese aire “libre, ligero y juguetón”, del que habla en Ecce homo, desaparecía.

Para saber cuánto vale un ser humano, dice Nietzsche, hay que calcular el precio que nos va a costar su conservación; es decir, cuánto nos va a costar en mentiras, corrupción, discusiones, chantajes, compromisos, chismes, sobornos, fraudes, lágrimas, sonrisas, angustias, felicidad, desasosiego, etc. Para saber el valor real de un ser humano, hay que conocer las “condiciones reales de su existencia”. Solo entonces, podremos decidir si nos conviene o no establecer algún tipo de relación.

La preferencia por la soledad tiene que ver con las condiciones de existencia internas (racionales) en el trato cotidiano con las personas. En las relaciones “normales” con amigos, familiares, conocidos y pareja.

Al intercambio natural de palabras, ideas, gestos y miradas. A las relaciones presenciales, cara a cara. No a distancia. A esos encuentros que demandan grandes dosis de paciencia y tolerancia. Si primaran las urgencias externas en el trato con los seres humanos, nuestras relaciones se reducirían a la oferta y demanda de satisfacciones.

Llegados a ese extremo, el retorno a lo cotidiano sería completamente insoportable.

[PANAL DE IDEAS]

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