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12 de Junio del 2015
Ideas
Lectura: 4 minutos
12 de Junio del 2015
Lizardo Herrera

Es PhD  por la Universidad de Pittsburgh y tiene una maestría en estudios de la cultura en la Universidad Andina Simón Bolívar y una licenciatura en historia en la PUCE. Es profesor en Whittier College, California, Estados Unidos. 

La intransigencia de las imágenes
La única respuesta de Correa ante la crítica es la descalificación visceral del contrario quitándole a este último el estatus de interlocutor. Por el otro lado, varios sectores de la oposición al sentir los constantes agravios del oficialismo, no encuentran otro camino que responder también con el insulto visceral radicalizando aún más su posición.

En estos días, no he podido sacarme dos imágenes de la cabeza. La primera, del gran documental La batalla de Chile de Patricio Guzmán, en donde una señora de las clases acomodadas denigra el proyecto de la Unidad Popular tildando a sus miembros de “comunistas asquerosos”. La segunda, los comunicados de la Secretaría de la Comunicación en el Ecuador sobre las marchas opositoras al gobierno de Rafael Correa en donde vemos un proceso de denigración permanente del contrario.

La señora chilena cuando da su testimonio está muy alterada y descompuesta. Ella expresa su sentir llena de odio. Considera que el gobierno de Allende es pésimo y utiliza los siguientes adjetivos para describirlo: corrompido, asqueroso, podrido, cancelando de esta manera cualquier posibilidad de entendimiento con la otra parte. Su posición es violenta y, desde mi punto de vista, raya en el fascismo. El deseo fascista, en este caso, no se reduce a un proceso de manipulación de las masas, sino que es mucho más complejo. La señora se fascina por la destrucción, quiere arrasar al contrario y se apasiona con esta posibilidad. La única forma que ella tiene para recomponer su subjetividad y el orden idealizado es por medio de la violencia.

En la segunda imagen, el gobierno ecuatoriano describe a sus opositores como gente intolerante y violenta. Los comunicados señalan que se trata de los “mismos de siempre”, “aquellos que defienden sus privilegios”, “violentos que buscan desestabilizar al régimen”, “tira piedras”. Los opositores, de este modo, se transforman en un “otro irracional” con quien es imposible dialogar y lo responsabiliza de todos los problemas del país. La estrategia de comunicación del gobierno exacerba los ánimos promoviendo un odio visceral hacia el contrario.

Ambas imágenes, a mi juicio, muestran los límites de la política ecuatoriana contemporánea. Los ánimos están desbordados en el país. Si la señora chilena, al igual que muchos ecuatorianos en la actualidad, describía a la gente que apoyaba a la Unidad Popular como “comunistas asquerosos” o “una dictadura”, el gobierno mete a todos sus críticos en el mismo saco y los presenta como “tira piedras” o “violentos”. Para unos, el correísmo es un régimen totalitario; para otros, la oposición es conspiradora y golpista.

Sin embargo, aunque los bandos en disputa se presentan como la alternativa frente a la “barbarie del otro”, no son tan diferentes como aparentan. Ambas imágenes denigran del contrario y hacen un llamado a defender la posición personal o del grupo hasta las últimas consecuencias. En este sentido, tanto la imagen de la señora alterada como los comunicados maniqueos de la Secretaria de Comunicación se encuentran fascinados con la denigración o incluso con la destrucción del contrario.

En un escenario de confrontación cada vez más radicalizado, considero indispensable deshacernos de ambas imágenes o discursos. Por un lado, el gobierno desde una posición autoritaria e intransigente se ha encargado de polarizar al país descalificando la voz y las demandas de muchos ecuatorianos que no comparten su proyecto. La única respuesta de Correa ante la crítica es la descalificación visceral del contrario quitándole a este último el estatus de interlocutor. Por el otro lado, varios sectores de la oposición al sentir los constantes agravios del oficialismo, no encuentran otro camino que responder también con el insulto visceral radicalizando aún más su posición. De esta manera, ingresamos en una espiral en donde las retóricas y las posiciones se vuelven más intransigentes, se hace más difícil construir canales de diálogo y el país ingresa a terrenos sumamente peligrosos.

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