Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Cómo harán en el llamado Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP) para digerir las políticas neoliberales con una retórica de izquierda? Es como darle hornado a un vegetariano. El shock tóxico lo terminará pagando el pueblo. Mejor dicho, los pueblos que depositaron sus expectativas en ilusiones de cambio hábilmente vendidas desde el marketing político.
En el caso ecuatoriano, las evidencias ya no pueden ser disimuladas tras el velo de la verborrea de izquierda. Tan solo basta analizar el proceso de demolición de la seguridad social para percatarnos que el correísmo está consiguiendo lo que los más conspicuos paladines del neoliberalismo no pudieron. La descapitalización de IESS es el preámbulo para la privatización de la seguridad social, incluidos servicios y pensiones.
¿Les suena familiar la consulta que se promovió en el gobierno de Durán Ballén para meterle mano al IESS, y cuyas pretensiones fueron tajantemente rechazadas por el pueblo en las urnas? Pues hoy las están pasando envueltas en un pintoresco discurso revolucionario. Ni Alberto Dahik se atrevió a tanto.
La lista de evidencias es amplia. Algunas, como el desbocado endeudamiento externo, complementan un escenario que nos retrotrae a las épocas más vergonzosas de dependencia. No se trata de un viraje a la derecha, como algunos decepcionados sostienen; en realidad, asistimos al brote de una enfermedad cuyo agente patógeno estuvo incubando desde hace varios años, desde el momento mismo en que el correísmo pactó con los grupos monopólicos nacionales y transnacionales a espaldas de los ecuatorianos.
El neoliberalismo nunca se fue; simplemente, se mimetizó. Como tantas otras veces, las élites se adaptaron a las nuevas condiciones para continuar sacando provecho. El período de gobierno de Alianza País ha constituido el negocio más rentable jamás imaginado por los grandes grupos económicos del país.
Pero hay aspectos más siniestros para un conciliábulo progresista que las medidas económicas del gobierno ecuatoriano. A fin de cuentas, la macroeconomía puede ser maquillada desde argumentos tecnocráticos. En cambio, es imposible esconder bajo la alfombra la represión social y la corrupción. ¿Qué dirán los invitados extranjeros al ELAP a propósito del ilegal cierre de la UNE, de las amenazas de muerte a los periodistas de 4 Pelagatos, de la ocupación de la sede de la CONFENIAE, del atraco sistemático y descarado a los fondos públicos? ¿Qué pensarán de la ausencia en ese encuentro de las organizaciones populares históricas y de las organizaciones de izquierda? ¿Se tragarán el cuento del Plan Zopilote y de la conspiración imperialista?
A menos que el ELAP esté concebido como una estrategia para el compadrazgo y la impunidad regional, es obvia su inutilidad ideológica y publicitaria. Porque desde cualquier perspectiva que se lo mire, resulta impresentable un espacio de izquierda que encubra a políticos corruptos, que solape la violación de los derechos humanos y que justifique políticas neoliberales.
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