
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Cuántos candidatos chimbadores se presentaron a las elecciones para alcalde de Quito en 2019? Bastantes. Suficientes como para desbrozar el camino a una administración municipal débil y errática, que le está pasando a la ciudad una factura onerosa. Varios candidatos lo hicieron con premeditación, y no pocos por delirio de popularidad, esa nueva faceta de la política electoral ecuatoriana que se está convirtiendo en insignia nacional.
Más de uno de los perdedores puede considerarse el principal perjudicado de esta estrategia. No obstante, a la luz de los resultados finales, únicamente tres candidaturas podrían reclamar para sí la posibilidad real de un triunfo, que habría sido escamoteado por la proliferación de candidatos truchos. Es más, en el supuesto no consentido de que las encuestas tuvieran alguna credibilidad, habría que concluir que hubo una conspiración de chimbadores en contra del general Moncayo.
¿Cuántos candidatos chimbadores se presentarán para el cargo de Presidente de la República en las próximas elecciones? De creer en los correos de brujas, serán tantos como se presentaros para la alcaldía de Quito, con lo cual el fenómeno de la dispersión y la falta de legitimidad de los ganadores se reeditará.
Pero la funcionalidad de los chimbadores no tiene que ver únicamente con las retorcidas estrategias electorales de algunas mentes maquiavélicas. También abona la profunda crisis de representación política que padece el país desde hace décadas, y que el correato pretendió solucionar por la vía del sometimiento caudillista de los funcionarios de elección popular.
Durante diez años se creó la ficción de que los asambleístas verde-flex actuaban así porque defendían un supuesto proyecto, cuando lo que realmente existía de por medio era un descarado condicionamiento a partir del reparto de prebendas y de pequeñas cuotas de poder. Al final, la crisis de representación se ahondó en relación directamente proporcional a la carencia de recursos públicos para repartir y cooptar conciencias.
¿Cuántos candidatos chimbadores se presentarán para el cargo de Presidente de la República en las próximas elecciones? De creer en los correos de brujas, serán tantos como se presentaros para la alcaldía de Quito, con lo cual el fenómeno de la dispersión y la falta de legitimidad de los ganadores se reeditará (solo en parte, es cierto, porque la segunda vuelta sirve como compensación para la eventual falta de legitimidad de quienes accedan al balotaje).
La ilusión del outsider también puede estar operando detrás de esta práctica. Más de un chimbador pensará que existen las condiciones astrales para dar el campanazo. O que podrá comprar el boleto premiado en la kermesse escolar. De la nada a la limonada no es un mal negocio, argumentan con justa razón, sin analizar que los outsider son productos perfectamente diseñados y elaborados por el propio sistema. En todos los casos conocidos han contado con el respaldo de poderosas chequeras.
En estas condiciones, las ofertas de campaña irán a tono con los espejismos de los aspirantes a Carondelet. Tal como acaba de ocurrir con aquel precandidato que asegura el título continental para su equipo de fútbol si llega al poder. Habría que preguntarse si los hinchas pobres del Barcelona, que hoy se deben estar comiendo la camisa por la crisis, están para ilusionarse con una inalcanzable Copa Libertadores, cuando lo que necesitan con urgencia es un trabajo digno.
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