
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Qué es la libertad se pregunta la filósofa Hannah Arendt, en uno de los ensayos de su libro titulado Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. En sus consideraciones nos descubre la complejidad de la pregunta y la heterogeneidad de las respuestas. En efecto, la libertad ha sido relacionada con la responsabilidad, pero también con limitaciones de diverso orden. Hasta ha sido vista como un “espejismo”. La noción de libertad también ha sido conectada a la de una experiencia íntima: la “libertad interior”. En esta perspectiva, la libertad podría subsistir aún cuando la libertad exterior fuese negada y el único espacio que quedara para vivirla fuera el de la introspección. Otra mirada vincula la libertad con la voluntad y la vuelve sinónima del libre albedrío. De ello deriva su identificación con la soberanía: se es libre si se es soberano.
La libertad es una palabra grande, afirma el escritor y periodista Álex Grijelmo. Dada su polisemia, tiene muy diversas acepciones. Su significación o el sentido que adquiera dependerán de las múltiples circunstancias en las que sea reivindicada.
La concepción que propone Arendt liga la libertad con la política, con el espacio público. Y desde esta postura afirma que “la razón de ser de la política es la libertad, y el campo en el que se aplica es la acción”. La consonancia de la libertad y de la acción va de la mano, en la filosofía arendtiana, con la posibilidad de empezar, de decidir, de impulsar, de volver viables otros comienzos. Esta idea la asocia con la natividad y el milagro. Acontecimientos, ambos que, a pesar de su génesis religiosa, constituyen desenlaces de una producción humana de lo inesperado. Corolarios que permiten a la humanidad escapar de todo automatismo, a pesar de que estemos inmersos en ellos, incluso en nuestra vida individual, social y hasta física.
El milagro, como plena creación humana, es resultado de la acción y no sucede automáticamente. Es el desastre, añade la filosofa, lo que ocurre mecánicamente; la salvación no. Solo los seres humanos hemos sido favorecidos con esta virtud, añade. Pese a nuestra fragilidad somos competentes para la acción. Tremenda cualidad, ¿no lo cree usted?
La potencia que la acción nos faculta solo a la raza humana, puede ser contrastada con la conocida metáfora de la rana hervida. Este batracio, dice el cuento, no logra evadir su sino de muerte cuando es colocada en una olla con agua fría y poco a poco la temperatura sube hasta que la mata al hervirla. La rana, se podría deducir, se va acomodando, pierde capacidad de percepción y de acción y le sobreviene la catástrofe: deja de existir.
Si la libertad se expresa en la acción, y los seres humanos somos idóneos para emprenderla en toda su complejidad, es evidente que podemos provocar milagros: hechos insospechados, por fuera de las lógicas automáticas. En este sentido, la protesta, la resistencia, el debate, la discusión son acciones que contribuyen a natividades sociales y desde ellas se pueden ir fraguando la salvación, evitando la hecatombe, paliando la tragedia.
No sé si algo de ese principio esté registrado en las primeras declaraciones de los derechos humanos, las que establecieron los derechos de libertad como los fundamentales, en tanto permiten el ejercicio de otros derechos, pues los sustentan, los soportan. Ni los obstruyen, ni los excluyen. ¿Por qué molestan tanto?
En términos contemporáneos aquella libertad interior la podríamos ubicar en el derecho a la libertad de pensamiento, y la libertad política en el ejercicio de la libertad de expresión de ese pensamiento. Pues solo cuando manifestamos nuestro pensamiento lo volvemos evidente, lo materializamos. Cuando pensamos y no difundimos aquellas meditaciones, nuestra libertad se circunscribe a nuestra conciencia. ¿Será? Si comprendo a Arendt, sospecho que sus reflexiones no necesariamente van por este camino, pues para ella pensar es una actividad que conduce a la acción.
No obstante, finalmente, no interesa demasiado rotular a la libertad. Lo importante es vivirla, no como el anhelo de implantar nuestra voluntad a como dé lugar, o de objetar todo limite, sino como una posibilidad de ser actores de nuestras vidas, hacedores de nuestras sociedades, gestores de nuestro mundo. ¿Qué hay de maligno en ello?
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



