
PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
Volver a escuchar a Carlos Matus en la entrevista que le hicieron en Argentina, en 1998, poco antes de que falleciera, y que ha sido citada en 4Pelagatos, es muy oportuno, en momentos en que Ecuador atraviesa una situación caracterizada por la carencia de métodos de gobierno.
Matus fue un economista formado en Harvard, que puso su inteligencia y conocimientos al servicio de las grandes mayorías. Como ministro de Salvador Allende conjugó su formación académica con la función pública, lo cual le permitió elaborar una teoría potente sobre la práctica de gobierno.
Advirtió que en América Latina la política está tomada por la mediocridad, la cual mina su credibilidad en la población. Es ahí donde reside el problema de la democracia. Las falencias que la sociedad detecta en la gestión gubernamental se deben a que los políticos no están a la altura de los puestos que ocupan en el gobierno. Esto no es culpa de la democracia.
La mediocridad imperante no es producto de falta de inteligencia. Ésta sobra en nuestros países. Lo que la genera es la improvisación y el empirismo. Quienes llegan al poder, creen que su experiencia y su sentido común, son suficientes. Como candidatos ofrecen todo lo que les puede dar votos; pero si ganan en las elecciones no saben qué hacer para cumplir con sus ofrecimientos de campaña. No comprenden, además, la diferencia entre ganar una elección y gobernar. La mediocridad, a su vez, genera corrupción porque el sistema que rige la administración pública es de baja responsabilidad. Esto se agrava cuando hay concentración de poder en una sola función del Estado.
En la construcción de la central hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, por ejemplo, se omitieron los estudios de factibilidad. Una vez concluida la obra, la central trabaja a mitad de su capacidad, presenta fisuras en sus túneles y su cauce sufre erosión. Es una obra mal hecha. Sin embargo, fue mostrada como expresión emblemática de un gobierno que quiso perennizarse en el poder, mediante el despilfarro de los ingresos que tuvo por los altos precios del petróleo.
El Metro de Quito es otro ejemplo de impericia. Aún no entra en funcionamiento y lleva cinco años de retraso. Cuatro alcaldes y nueve gerentes no han podido concluirlo; hay presunciones de irregularidades en la contratación de asesorías, según una investigación que se efectúa en España.
La mediocridad imperante no es producto de falta de inteligencia. Ésta sobra en nuestros países. Lo que la genera es la improvisación y el empirismo. Quienes llegan al poder, creen que su experiencia y su sentido común, son suficientes.
¿Quién se responsabiliza de tales errores? Nadie. Los mandos superiores echan la culpa a los mandos inferiores e intermedios. Éstos, a su vez, descargan su responsabilidad sobre terceros. Los políticos, a los técnicos, éstos a los políticos.
Estas falencias. que arrastramos desde el inicio de nuestra conformación republicana,
no han sido enfrentadas por la academia. Ésta también es responsable de la deficiente formación de los políticos. Hay un divorcio entre las élites intelectuales y la clase política, que mantiene distancia con la filosofía y la ciencia política, dado su carácter abstracto. Por eso se apoya en los técnicos, pero ellos ignoran las argucias de la política.
Gobernar no es sólo arte. Implica el uso eficiente de métodos de gestión que las universidades ignoran. En ellas se imparten saberes sectorizados. Las facultades forman profesionales sin una visión sistémica. Así, un médico no siempre puede ser un buen ministro de Salud, ni un economista, un buen ministro de Economía. Tanto en la salud como en la economía deben lidiar con problemas del más diverso orden que escapan y exceden sus conocimientos parciales.
En estos momentos, Ecuador está sufriendo los resultados de estas disociaciones. Entre los asambleístas y el gobierno se libran luchas de espaldas a la realidad y a la población. Ello erosiona la credibilidad ciudadana en la democracia. El Gobierno apuesta a la estabilidad política, a costa de su legitimidad. La oposición se encarama en el desgaste del Gobierno, y antepone sus intereses minúsculos a los del país.
Los problemas de los que se ocupa la clase política son los que ellos generan en sus luchas internas. No miran hacia afuera, hacia las demandas sociales más acuciantes, y cuando intentan hacerlo fracasan, por desconocimiento e incapacidad operativa.
Los ciudadanos reclaman, pero no saben cobrar cuentas a sus gobernantes por su desempeño. A pesar de sus fracasos y abusos, los mandatarios confían en la amnesia de los ciudadanos y retornan triunfantes en las futuras elecciones.
La mediocridad y la corrupción desfiguran el valor de la política. Y pervierten a la democracia.
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