
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
A menos que reemplace los sánduches por churrasco diario durante dos meses, no entiendo cómo el (¿canciller, excanciller, director de Alianza PAIS?) Ricardo Patiño se las arreglará para movilizar a las alicaídas bases del correísmo. Si no lo han podido hacer en plena etapa de apogeo y con toda la plata del mundo, difícilmente lo harán ahora en medio de la abulia, el desencanto y la deserción general.
El problema radica en la desconexión con la realidad que tiene la jerarquía del oficialismo. Así como nunca pudieron dar respuesta a la crisis posterior a las elecciones de 2014, por la simple razón de que nunca digirieron la derrota, hoy no logran motivar a sus seguidores por la simple razón de que no admiten que solo han creado clientela electoral. Nada más. Ni ciudadanos medianamente conscientes ni mucho menos masas organizadas: únicamente votantes ocasionales. Y con eso es imposible construir un partido.
La designación de Patiño como director ad hoc-transitorio del movimiento de gobierno puede prestarse a innumerables lecturas. Confirma la ineptitud de Doris Soliz para esa función; o puede ser el pretexto para, olímpicamente, remover al personaje de la Cancillería; o puede ser la oportunidad de quemarlo definitivamente como figura de recambio; o puede ser la decisión de jugarse por un proceso organizativo absolutamente obsceno. La presencia de miembros de los Latin Kings en las últimas grescas universitarias es un anticipo del tipo de partido que le han encargado construir.
Lo único cierto es que la tarea resulta algo más que titánica: es abiertamente imposible. Por razones tan simples que sorprende que no hayan sido detectadas por los responsables de esta decisión.
En primer lugar, la existencia de un partido organizado es completamente incompatible con un proyecto caudillista. Se trata de una contradicción insuperable. Es lo uno o lo otro. La relación extasiada entre los votantes y el líder se desvanece el momento en que está mediatizada por una reflexión consciente y un debate fundamentado. Es más, puede llegar a revertir la adhesión incondicional y enajenada de las bases.
En segundo lugar, ningún proyecto conservador transmite fuerza y capacidad de iniciativa a las bases, porque siempre abriga el temor de ser desbordado por estas. Las necesita desde una lógica funcional: dar una imagen de respaldo a las decisiones que se toman en las alturas del poder político. Organizarlas es concederles una posibilidad de autonomía que se vuelve una amenaza para el autoritarismo.
En tercer lugar, el correísmo se ha pasado ocho años persiguiendo, dividiendo, estigmatizando, ninguneando, menoscabando, insultando, vilipendiando, etc. a las organizaciones populares y de izquierda. Es decir, a las únicas que le podrían haber resuelto el tema de la organización social. Y hoy son las que están en las calles gritando ¡fuera Correa fuera! Seguramente Patiño verá con añoranza y envidia a esos sectores que no solo han resistido a la devastación correísta, sino que hoy le plantean al país un debate democrático desde la sociedad. Y que no quieren saber nada del gobierno.
No debe llamar la atención que, en medio de la desolación y la adversidad que lo agobian, Ricardo Patiño intente tender puentes justamente con estos sectores tan maltratados por el gobierno. Probablemente buscará convencerlos de la necesidad de una reconciliación estratégica. Seguramente echará mano del desgastado argumento del “gobierno en disputa”. Posiblemente esgrimirá el argumento de la conspiración internacional de la derecha. Eventualmente apuntará a cooptar algunas organizaciones independientes. Sabe que con las bases correístas no tiene la más mínima posibilidad de construir una organización seria.
Pero en ningún caso podrá cumplir con la misión encomendada.
Lo que no queda claro es cuántas señales concretas podrá dar para ser creíble entre la gente. Al menos para que sus gestiones no aparezcan como un embuste. Por ejemplo, archivar las enmiendas constitucionales, retirar los decretos fascistoides, devolverles la plata a jubilados y maestros, rechazar el TLC con la Unión Europea, estructurar un Consejo Nacional Electoral imparcial y confiable. No veo otra opción para que el pueblo se movilice… y no necesariamente detrás de Patiño.
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