
Se siente cómo crece imparable una fea sensación de náusea en el ambiente político del país. Por doquier se devela la putrefacción y sus olores cada vez más insoportables, como si se hubiese destapado una inmensa cloaca que antes fuera cubierta con palabras rimbombantes, con sonrisas y flores. El mismo nombre de Revolución Ciudadana implica ya una incoherencia lógica entre el dueño de la revolución y sus adláteres ubicados para el gran festín. Correa jamás tomó en serio a la Asamblea Nacional, aunque algunos asambleístas no cesaron de creerse importantes e incluso casi imprescindibles en la revolución. Ingenuidad.
Es exactamente lo que acontece en estos días. Los técnicos informan sobre la calamitosa situación de la refinería de Esmeraldas que se muere pese a que se invirtieron millones de millones en su actualización, pese a que los responsables de entonces, comenzando por Correa, dijeron al país, que ahora sí la refinería era lo que debía haber sido siempre. Asambleístas de AP hacen maletas para ir a constatar con sus propios ojos lo que racionalmente les parece un imposible. Sí, es cierto que está a punto de colapsar la refinería que se convirtiera en un cuerpo apetecido para la corrupción y el baile macabro de los millones que unos se llevaron a manos llenas.
Manos limpias y corazones ardientes, el gran slogan de la Revolución Ciudadana que, entre otras cosas, dijo que enseñaría a la historia del país de qué manera se gobierna con el imperio de la ética más estricta posible, respetando hasta el último centavo que pertenece al pueblo, sobre todo a los pobres. Que enseñaría cómo se gobierna con la verdad y la lealtad. Pero si alguien consideró a Ecuador como un país de idiotas fue Correa: tan solo él se comió el cuento de las manos limpias, es decir, la falacia de la honradez. ¿Cómo él no sabía bien de qué manera los suyos hacían los negociados de la vida?
¿Quién armó el gran equipo para delinquir, para llevarse en andas el país mediante obras faraónicas que no pasaron por un régimen de control? Él que nombra una comisión imparcial para que averigüe si realmente sabía o no de los negocios con el Estado que tenía su hermano. La comisión finalmente dijo que sí, que Rafael Correa sí sabía de estos negocios. Con este informe, montó en cólera y demandó penalmente a los miembros de la comisión cuya sentencia acaba de ser reconfirmada. Como armó una justicia a su medida, y como no podía ser de otra manera y por encima de todas las evidencias, la jueza sentenció a su favor. Desde el juicio al Banco del Pichincha, pasando por El Universo, hasta este último, jamás ha perdido un juicio. La verdad nunca es amiga de los poderes absolutos.
No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Por eso Correa quiso la reelección indefinida. No habría tenido de antemano precisamente comprados los votos, sino a sus contadores finales lo cual es, económicamente hablando, menos oneroso y, éticamente, más saludable. Entonces él habría triunfado amplia y categóricamente en todas las elecciones. Sería dios. Y no, como ahora, el macho excluido que no tiene ningún otro recurso que insultar en pos de una compasión que le llega de un gotero que se secará muy pronto.
Aunque la mona se vista de seda, mona queda. Después de diez años de un dominio dictatorial, se levantó el telón y apareció la monda realidad de una inmensa corrupción. Aparecieron las pezuñas del diablo que se trató de esconder o de negar con todo el empeño posible. ¿Corrupción en AP, en esos hombres y mujeres de las manos limpias y los corazones ardientes? Sencillamente imposible. Corruptos son y fueron otros, todos aquellos que ocasionaron los grandes males del país. Corruptos los que provocaron la estampida migratoria. No los que crearon una justicia a su medida, ni los que no dieron cuenta del costo de las obras que realizaron, ni los que hicieron obras inútiles para sustituir a otras que funcionaban adecuadamente.
La vanidad es corrupción y mentira. De tanto predicar la honestidad, se olvidaron de que los actos no se esconden con palabas ni se entierran en cofres de amenazas. Ido del país el gran propietario de AP, ha empezado a evidenciarse lo que ya se conocía pero que permanecía negado, como el informe de Odebrecht.
Mientras Correa vivía fascinado en el narcisismo de su poder, hubo tiempo suficiente para que no pocos se vayan con el santo y la limosna. Vicepresidentes, ministros, secretarios, asesores, peritos. Procuradores y Fiscales generales. La flor y nata de la ciudad de la verde bienaventuranza, la de las manos limpias y de corazones que no han dejado de arder con el fuego de la codicia y de la impudicia.
Pensar en la peste camusiana como alternativa para entender el mal que se ha propuesto destruir toda historia para que nos aseguremos de que es preciso comenzar siempre de cero. Los de AP dicen que antes de Correa no hubo nada.
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