
Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
Cada vez que hay desastres sociales, provocados por la mala planificación e irresponsabilidad de los gobiernos en el uso de los territorios naturales, como el ocurrido este 31 de enero de 2022 en la comuna de Santa Clara de San Millán en Quito. Lo primero que se les ocurre a los funcionarios públicos es convertir a la naturaleza en un “sujeto maldito culpable de toda las penurias humanas”.
La naturaleza no es un sujeto ni un objeto, no se mueve en función de la necesidad ni voluntad de los humanos, es absolutamente trascendente a nuestra transitoria especie. Es nuestro origen y nuestra única posibilidad de ser, nos brinda un hogar donde desplegar nuestra finita existencia en su infinito movimiento cósmico. No es ni el depósito de recursos para el ser humano, ni el objeto de su intervención, peor de su intervención destructiva, tampoco es el sujeto maldito que ataca al humano.
El problema es aquella percepción humana que, equivocadamente, cree que el proyecto cultural puede transgredir las formas de la naturaleza y cambiar el curso y el ritmo de su movimiento. El problema es no entender que somos demasiado insignificantes para desarrollar la vida humana en un movimiento expansivo de crecimiento permanente que destruye no solo a la naturaleza que habitamos, sino por ello y sobre todo, a nuestro hogar y con él nuestra propia supervivencia. La naturaleza seguirá infinitamente con sus cambios y transformaciones, el principal desastre es para la vida animal en general, incluyendo la nuestra.
Con una política humana de respeto a las formas y movimientos naturales, de respeto y cuidado a las otras especies animales y de respeto y cuidado con nuestra propia especie, podríamos disminuir el impacto de los flujos naturales sobre nuestra vida.
La responsabilidad de los desastres sociales es únicamente responsabilidad del ser humano y, dentro de esta especie, de aquellos sectores, clases y gobiernos que dirigen los proyectos sociales que, como el actual, son absolutamente irracionales, antinaturales y antihumanos.
La única responsabilidad y culpa es la voracidad de los empresarios de la construcción que construyen donde les da la gana, como les da la gana, sin tomar en consideración las formas y movimientos de la naturaleza. Con su arrogancia grosera, rellenan quebradas, talan árboles, extienden la frontera urbana sin criterio ambiental; arman inmensas infraestructuras donde quieren y ponen en peligro la vida humana y de otras especies animales. Ya hemos asistido a deslaves provocados por el crecimiento urbano indiscriminado, a rupturas de infraestructuras que como los oleoductos, contaminan o que en su colapso destruyen pueblos enteros como las rupturas de las represas.
La única responsabilidad es de los gobernantes que llegan a la administración de la cosa pública a hacer negocios y buscar ganancia privada en acuerdo con los empresarios, en una alianza espuria de contratos de construcción sin ningún criterio ambiental; cambian el uso de los suelos a beneficio de los negocios y van invadiendo zonas naturales, como laderas, montañas, quebradas, páramos, fuentes de agua, etc., con proyectos extractivos y urbanos, condenados muchos de ellos a sufrir daños severos en cualquier momento.
La única responsabilidad y culpa es de los funcionarios públicos que se suceden en los municipios y no hacen nada para prevenir estos desastres o al menos disminuir su impacto en la sociedad. Los únicos sujetos malditos son aquellos que destruyen el hogar común para lucrar y alimentar su vanidad y su poder.
Ciertamente nunca podremos evitar sufrir los movimientos de la naturaleza, pensar eso es arrogante, pero con una política humana de respeto a las formas y movimientos naturales, de respeto y cuidado a las otras especies animales y de respeto y cuidado con nuestra propia especie, podríamos disminuir el impacto de los flujos naturales sobre nuestra vida.
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