
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La analogía de las tragedias griegas con la política es tan pertinente como hace tres mil años: todos los actores conocen el final, pero ninguno hace nada por evitarlo. O ninguno tiene la voluntad de hacerlo.
El país parece condenado una vez más a la fatalidad de las convulsiones políticas. El célebre déjà vu, como si por primera vez nos enfrentáramos a una calamidad que conocemos al dedillo, pero frente a la cual respondemos con indiferencia.
La metáfora de las bombas de tiempo calza a la perfección con el escenario político nacional. Solo basta hacer un breve listado de los conflictos para percatarse de la situación: colapso de las cárceles, huelga de los maestros jubilados, protesta de los internos rotativos, quiebra de la seguridad social, intento de una reforma laboral regresiva, amenaza de paro nacional, fraudes electorales múltiples, fragmentación electoral extrema, vertiginoso declive de la popularidad del presidente, narcotráfico desbordado…
El terreno está abonado para las respuestas más perniciosas, como aquella que equipara la estabilidad política con el autoritarismo y la corrupción, esa combinación intrínseca de los regímenes populistas con la que sueñan los correístas obtusos. Demasiados ciudadanos empiezan a añorar la vara de la gobernabilidad antidemocrática. También están quienes anticipan la aparición de un nuevo outsider salido de la manga de algún audaz marketinero electoral.
El presidente Moreno continúa proyectando una agotada imagen de bonachonería, como si en las tragedias los buenos no cumplieran también con su parte del drama.
Mientras tanto, la codicia y la insensibilidad de los sectores empresariales linda con una total irresponsabilidad. No contentos con las ingentes ganancias logradas durante el correato, quieren seguir haciendo negocios con la crisis. Agazapados en el gobierno, están implementando un esquema económico que ahondará las crónicas desigualdades sociales. Para ello echan mano de sofismas impresentables, como aquel que pregona que la flexibilización laboral mejorará la situación de los trabajadores. Fieles al papel asignado, aportan al trágico desenlace de la crisis nacional.
El gobierno tampoco renuncia a su fatídico protagonismo. Ciego y sordo frente a las amenazas, aplica a rajatabla el libreto. El presidente Moreno continúa proyectando una agotada imagen de bonachonería, como si en las tragedias los buenos no cumplieran también con su parte del drama. Su estrategia de la ambigüedad solo acelera el cronómetro de las bombas de tiempo.
Después vendrá el llanto sobre la leche derramada. El rasgamiento de las vestiduras. Como en las tragedias griegas, los protagonistas le echarán la culpa del epílogo a los designios caprichosos de los dioses: nuestra idiosincrasia, nuestro canibalismo, nuestra intemperancia, nuestro atraso. En un país que fácilmente puede volverse invivible, como tantos otros en América Latina, la negligencia de las élites políticas y económicas es imperdonable.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]

[MÁS LEÍ DAS]



