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27 de Noviembre del 2019
Ideas
Lectura: 10 minutos
27 de Noviembre del 2019
Adrian Bonilla

Profesor de FLACSO. Ha sido Director de la Sede Ecuador y Secretario General para América Latina de esa organización. Ex Secretario Nacional de Educación Superior. Investigador en temas de política y relaciones internacionales

La OEA y su elección de Secretaría General
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La arena electoral contemporánea es más compleja. La región atraviesa un nuevo ciclo político y las afinidades de la década pasada se han modificado. Los países que se mantienen en la ALBA son distintos.

La OEA, que es el organismo multilateral más importante del hemisferio occidental, se encuentra ahora en el centro de un escenario político caracterizado por la fragmentación y la polarización. La próxima elección de su Secretaría General evidencia la falta de consensos y el peso de las disputas ideológicas entre los países latinoamericanos y del Caribe, e ilustra también la lejanía de los Estados Unidos respecto de la región. El multilateralismo atraviesa por uno de sus peores momentos, en circunstancias en que las economías hemisféricas son vulnerables a la globalización, las mismas que idealmente requerirían entornos de integración y políticas comunes.

Polarización, candidaturas y votos

La elección de la persona que eventualmente ocupará la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos evidencia el momento de fragmentación institucional y polarización política del hemisferio occidental. En forma inusitada las candidaturas presentadas para esta función, no son apoyadas por los países a las que pertenecen. El secretario Almagro, que busca su reelección, no fue presentado por el Uruguay sino por Colombia y los Estados Unidos; más aún, fue expulsado del partido de gobierno en ese país. María Fernanda Espinosa, a su vez, no es respaldada por el gobierno ecuatoriano, pues su voto ha sido ya comprometido al rival, sino por el gobierno de Antigua y Barbuda.

Este hecho es más que anecdótico. Revela el alineamiento explícito de los gobiernos de la región ante opciones políticas inspiradas por posiciones ideológicas y percepciones sobre el futuro de la región y su piedra de toque, al menos en este escenario, que siempre ha sido los Estados Unidos. La tradición de consensos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX en el contexto de la Guerra Fría, se deshizo luego de la caída del muro; y el activismo progresista de la década pasada permitió la elección de dos secretarios generales, quienes si bien no eran inamistosos con Washington, se designaron mediante mayorías que no fueron gestionadas por los Estados Unidos: José Miguel Insulza, socialista chileno, y Luis Almagro, excanciller de un gobierno también de orientación izquierdista.

La elección actual de la OEA ilustra la fragmentación de la región. Si tomamos en cuenta las designaciones de los dos últimos secretarios, podemos identificar las mayorías construidas en ese entonces alrededor de varios bloques regionales, pero también de coaliciones políticas. Insulza por ejemplo logró los votos de los países que conformaban la ALBA, más los de la mayoría de países anglo parlantes, básicamente en el Caribe, y los de varios gobiernos latinoamericanos identificados del centro hacia la izquierda. La candidatura de Almagro partió con este mismo bloque en el año 2014 pero al evidenciar desde el principio una sólida mayoría, finalmente fue elegida por 33 de los 34 países que sufragaron.

La arena electoral contemporánea es más compleja. La región atraviesa un nuevo ciclo político y las afinidades de la década pasada se han modificado. Los países que se mantienen en la ALBA son distintos. Para efectos de la votación, el gobierno presidido por Nicolás Maduro, que ha declarado su rompimiento con la OEA, no estará; probablemente haya un debate —eso sí— sobre la legitimidad de la representación en el organismo de la Asamblea Nacional y su presidente Juan Guaidó, que reclamará elegir en representación de Venezuela.

La arena electoral contemporánea es más compleja. La región atraviesa un nuevo ciclo político y las afinidades de la década pasada se han modificado. Los países que se mantienen en la ALBA son distintos.

Los votos sudamericanos probablemente no estarán en su mayoría alineados a la izquierda, como en el pasado, como en el caso uruguayo, y tal vez en el boliviano. Brasil no votará con los bloques anteriores. Algunos votos centro americanos están en disputa, y el Caribe anglo parlante también es una región a conquistar por las dos candidaturas. México estará operando en dirección contraria a la de sus gobiernos precedentes. Un detalle doméstico ecuatoriano tendría que procesar la candidatura de María Fernanda Espinosa, y es la reprobación expresada por el expresidente Correa, cuya influencia en la ALBA sigue siendo importante.

Hay una diferencia, sin embargo, respecto del clima político que rodeó a la elección de los dos últimos secretarios generales. El debate regional y doméstico es mucho más áspero sobre todo en Sudamérica. Los conflictos internos en todos los casos, e independientemente de la propensión ideológica de los gobiernos, son imaginados en contextos de internacionalización de la política. No sólo el gobierno venezolano ha denostado lo que enuncia como injerencias externas; también lo han hecho los gobiernos de Chile, Colombia y Ecuador en los últimos meses frente a los procesos de movilización social que han enfrentado. En esta ocasión la elección de la OEA se realiza en un contexto mucho más polarizado, cruzado por suspicacias mutuas y lógicas de disputa internacional ideológica inéditas en este grado de intensidad en América Latina y el Caribe.

Debilidad del multilateralismo

La complicada elección de la OEA expresa, de otro lado, el momento de crisis por el que atraviesa el multilateralismo latinoamericano y del Caribe. A la luz de la debilidad que ha caracterizado a la CELAC en los últimos años, la OEA, que parecía el bastión de la tradición multilateral porque descansaba en la proyección hegemónica de los Estados Unidos, no ha logrado articular una visión regional compartida. Los episodios de erosión de las organizaciones regionales en realidad ilustran la ausencia de capacidad política otorgada a ellas por parte de los Estados que las componen.

En América Latina y el Caribe parece cada vez más difícil la resolución de conflictos mediante intervenciones directas militares, como durante la Guerra Fría. Una medida de esta naturaleza causaría inestabilidad y regionalizaría la violencia, pero más allá de sus causas específicas domésticas, crisis sociales generales, como la venezolana pusieron en evidencia la debilidad de los organismos latinoamericanos. UNASUR colapsó y la región se fragmentó en varias asociaciones informales; CELAC entró en algo parecido a un receso de acción política porque el hecho cierto es que nadie quiere arriesgar a que esta valiosa iniciativa perezca en la rudeza de los disensos regionales.

El multilateralismo latinoamericano fue afectado por el fin del ciclo económico que significó el “boom” de las exportaciones de bienes primarios de la primera década del siglo XXI. Las economías nacionales de la región se estructuraron en la globalización en dinámicas periféricas. Son extremadamente vulnerables a las distorsiones de los mercados mundiales y a las disputas de los países centrales, y no lograron construir sistemas de integración económica que las volviera complementarias y no competitivas entre sí.

La región se asimiló a la globalización en estrategias distintas y en modelos de desarrollo diferentes también. Las urgencias económicas no produjeron incentivos para la asociación y las necesidades de sobrevivencia finalmente produjeron políticas exteriores auto centradas.  En este telón de fondo la ausencia de iniciativas económicas comunes y la falta de voluntad para ceder competencias a organismos supra nacionales, alimentada por la retórica soberanista que acompañó a la efímera bonanza, explican por qué se perdió la oportunidad de construir sistemas más sólidos de integración. Aún los regímenes tradicionales como MERCOSUR son vulnerables ahora a la disputa política y se encuentran en riesgo de continuidad.

La OEA no es la excepción en este momento de dispersión. Las capacidades de articulación regional de un organismo multilateral, aún como en el caso de esta entidad que tiene más de 70 años y atribuciones que implican teóricamente incluso el uso de la fuerza para hacer cumplir sus resoluciones, son muy limitadas. La disputa por la OEA no necesariamente supone la confrontación por adquirir poder internacional, pues en los últimos años éste ha disminuido notablemente, sino por su valor simbólico.

La próxima Secretaría General de la OEA necesariamente habrá de reconocer la diversidad y fragmentación de la región. El posicionamiento alrededor de una tesis ideológica o de un conjunto de ideas que impliquen un modelo homogéneo de regimentación política para todos los países del Hemisferio no harán sino erosionar más aún sus posibilidades de gestión pero esto no conviene a nadie, pues tampoco hay ninguna otra organización que tenga la capacidad de reemplazarla, sobre todo en una región del mundo marcada por la enorme asimetría que supone la presencia de la primera economía y potencia militar del globo, como uno de sus países miembros. En contextos así, es mejor tener normas e instituciones, que no tenerlas.

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