
Profesor de FLACSO. Ha sido Director de la Sede Ecuador y Secretario General para América Latina de esa organización. Ex Secretario Nacional de Educación Superior. Investigador en temas de política y relaciones internacionales
“Desde los gobiernos, las sectas y los países se someterán a tales arrolladores cambios, tan diametralmente opuestos a lo que ahora tenemos, que quién soy yo para relacionar los acontecimientos que vendrán”
Nostradamus: Médico de la Peste Negra, siglo XIV
Los dos centros del Mundo
La humanidad ha experimentado a lo largo de su historia varias tragedias sanitarias. Pandemias que mataron a un porcentaje importante de la población. Plagas que no respetaron estratos sociales ni culturas ni orígenes étnicos. En cada una de ellas hubo transformaciones sociales importantes. La Peste Negra, la Bubónica, devastó las ciudades europeas; en algunos casos, como el de Florencia, mató al 80% de la población, pero al mismo tiempo modificó estructuralmente la composición de sus estratos sociales. Los cimientos del feudalismo en Europa Occidental fueron conmovidos y una nueva era alumbró lo que más tarde sería la Modernidad. Los cambios demográficos, entre otros elementos, volvieron ineficientes las estructuras basadas en la servidumbre y la idea de ciencia y razón cobró un sentido utilitario.
Así como en el siglo XIV, en esa región del mundo, la ignorancia y la superstición alimentaron persecuciones a las comunidades judías, que fueron acusadas de haber promovido la enfermedad por hechicería, ahora asistimos a la difusión de teorías conspirativas que imaginan que el Coronavirus fue creado en algún perverso laboratorio dedicado a la guerra bacteriológica. Aferrarse a lo sobrenatural, imaginarse brujerías o complots, parecería una reacción muy humana frente a lo que no se puede controlar. La peste bubónica llegó desde el Asia a Europa y fue transmitida por parásitos -pulgas- portados por pequeñas bestias tempranamente globalizadas: las ratas. El virus del siglo XXI también es una consecuencia de la globalización, en otro momento, que da cuenta de la inmensa y no onerosa capacidad de movilidad de los seres humanos gracias al desarrollo tecnológico.
La producción, las finanzas, los mercados y la política en los inicios de la tercera década del siglo XXI son más globales que nunca. La del Coronavirus es la primera pandemia sufrida por todas las culturas, por todas las naciones, por todas las poblaciones simultáneamente, en una época en donde la comunicación es instantánea. Parecería inevitable que el orden internacional y la sociedad mundial se modifiquen como consecuencia de este hecho inédito y dramático.
En términos de las sociedades más ricas, y de la construcción de polaridades, por ejemplo, surge la pregunta de si las tendencias hacia la diversificación de los ejes de concentración de poder económico y político se van a agudizar luego de la pandemia. O sea, si la centralidad de los Estados Unidos y Europa Occidental que marcó el ritmo planetario en los últimos 350 años va a persistir. Parecería que lo que hemos observado en esta crisis es la localización en el centro de la política global del Asia del Pacífico debido a los recursos sociales, técnicos y culturales desplegados para neutralizarla.
El éxito, comparativamente hablando, de las políticas y medios materiales de China, Corea y Japón probablemente va a transformar los patrones globales de relaciones internacionales en el futuro inmediato. Para América Latina y el Caribe las consecuencias serán sobre todo económicas. Si la convalecencia de la crisis global supone una economía asiática potenciada, entonces, dinámicas de exportación parecidas a las de la primera década del siglo XXI van a retornar disminuidas en un primer momento por la recesión global; y subsidiariamente esta circunstancia podría producir nuevos retos, más intensos, a la influencia política de los Estados Unidos sobre el Hemisferio Occidental.
En situaciones como la que estamos viviendo, que implica no solamente una enfermedad desbordada en muchos países, sino un también un golpe fortísimo al sistema financiero global, vuelve a ponerse en evidencia que la capacidad militar de los Estados es un instrumento inútil y oneroso para el procesamiento de la buena parte de los temas de la agenda global contemporánea. El poder de las grandes potencias radicaría, en casos como éste, en su capacidad de reacción, de innovación y de producción de tecnologías eficientes para afrontar los retos de salud, o ambientales. El mundo del Atlántico y el del Pacífico Asiático son evidentemente ahora de igual importancia en términos de geopolítica internacional. Es un mundo con dos centros.
En situaciones como la que estamos viviendo, que implica no solamente una enfermedad desbordada en muchos países, sino un también un golpe fortísimo al sistema financiero global, vuelve a ponerse en evidencia que la capacidad militar de los Estados es un instrumento inútil y oneroso para el procesamiento de la buena parte de los temas de la agenda global contemporánea.
El retorno del Estado
La última etapa de la globalización fue caracterizada por muchas personas como una era en donde la importancia de los Estados disminuía y era erosionada por las tendencias económicas mundiales. Esta imagen, especialmente arraigada en el pensamiento liberal, es una de las primeras bajas causadas por el Covid-19. La importancia de los sistemas de salud, la capacidad de ejercicio de autoridad legítima central, la posibilidad de movilizar los recursos de toda la sociedad y no solamente los gubernamentales, han demostrado ser vitales en la gestión de esta crisis en todos los países que la están sufriendo. Mientras más frágil sea un gobierno, más vulnerables son las personas de esa nación.
La posibilidad de que los Estados se vuelquen sobre sí mismos en el futuro inminente y piensen más introspectivamente los problemas en relación al mundo de afuera, es una tendencia ya en curso que probablemente se mantenga y radicalice. Esto que se ha manifestado espectacularmente con el cierre de fronteras y clausura de aeropuertos, da cuenta de una conducta que hubiese sido impensable hace muy pocos meses. Las consecuencias de la introversión gubernamental y nacional en el Mundo probablemente van a afectar a todos los regímenes de integración e intercambio multilateral del globo. La tendencia mundial, al menos en términos de percepción, en contra de las migraciones probablemente también será uno de los ámbitos más intensos de debate político y decisiones en todo el mundo.
América Latina y el Caribe forman parte de una región heterogénea. Las capacidades de gubernamentalidad y presencia del Estado pueden variar mucho de un país a otro. El cambio del ciclo político en la segunda década de este siglo, sin embargo, no tuvo el impacto de las políticas que redujeron el Estado en los años 90 en muchos países de la región, aunque es uno de los temas centrales de la contienda política en la mayoría de sus sociedades. Un nuevo escenario de globalización con Estados más auto centrados y con brotes xenofóbicos en varias sociedades expresados por distintos personajes políticos, no puede descartarse. En términos de flujos migratorios, el probable endurecimiento de fronteras tendría una doble dimensión: por una parte la presión de las poblaciones que buscan salir contrapesará al mismo tiempo la producción de restricciones para quienes lleguen de otros países. Desde hace varios años muchos de los países de la región son, al mismo tiempo que emisores de emigrantes, receptores de flujos de otros lares.
En términos de conflicto internacional, probablemente tengamos continuidad en términos estructurales. En otras palabras, el conflicto internacional, la competencia y la rivalid
ad de las grandes potencias no terminará. El uso de la fuerza (incluidas en ella las disputas asimétricas) no va a desaparecer tampoco del escenario internacional, pero la tendencia puede ser su complejización, que va a implicar la superposición de temas económicos y sociales con los de defensa convencionales. Problemas como los del crimen organizado y el narcotráfico expresan esta complejidad, por ejemplo, en el Hemisferio Occidental.
América Latina y el Caribe, dependiendo de la capacidad que sus sociedades tengan de manejar la pandemia, tendrán que enfrentar su vulnerabilidad económica. Las secuelas del esfuerzo que significa el aislamiento ya reducción de la producción podrían sentirse por mucho tiempo. Esta presión del mundo globalizado puede suponer dos tipos de escenarios contradictorios, que de alguna manera darán continuidad a los modelos económicos proteccionistas y aperturistas que coexisten en la región. En el primer caso, en un mundo que se caracterizaría por un ambiente recesivo que va a golpear a las exportaciones de la región, y que se caracterizará por una demanda restringida, las dificultades económicas pueden impulsar a las sociedades y a sus gobiernos a dinámicas proteccionistas y de mercado común, algo así como un Déjà vu de los años 70. En el segundo caso, en el de la apertura, cada uno de los países, por separado, buscará los instrumentos de insertarse en los deprimidos mercados internacionales poniendo en tensión todos los instrumentos regionales de intercambio.
La Peste Negra terminó cuando los vectores de contagio fueron identificados. Nostradamus murió de viejo. Es famoso por sus profecías, pero fue un médico que recorrió toda Francia curando enfermos y enseñando como combatir el mal. El mundo contemporáneo necesita ciertamente médicos en estos momentos, pero también avisorar su futuro inmediato. Y sociedades como las latinoamericanas y del Caribe, sus gobernantes, necesitan de Razón y de Ciencia para combatir la enfermedad con decisiones informadas, y para sobrevivir después en un hipotético futuro donde ella ha sido vencida.
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