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26 de Septiembre del 2022
Ideas
Lectura: 5 minutos
26 de Septiembre del 2022
Rodrigo Tenorio Ambrossi

Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.

La Policía bajo sospecha
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No se trata de calificar de lobos a todas y todos que hacen esa institución. De ninguna manera. Pero se ha hecho más evidente una vieja realidad que ni ha sido del todo ocultada ni es exclusiva de este tiempo. En las escuelas de policía se enseña la violencia. También se haría más evidente esa perversa pedagogía con la que se enseña a las nuevas generaciones.

La decisión del presidente Guillermo Lasso de reorganizar el alto mando policial era lo que el país pedía a voces, desde hace ya algún tiempo. Es incomprensible que un oficial y además instructor de un grupo de nuevos policías, haya sido capaz de asesinar con crueldad a una mujer que además era su propia esposa. Relato macabro de esa parte sórdida de nosotros, los humanos que somos capaces de traspasar los límites del bien y del mal, de la lógica y del absurdo.

Homo homine lupus. El hombre es lobo para otro hombre. Lo dijo primero Platón. Hobbes lo retomó para introducirlo en una nueva fenomenología social en la que la violencia ocupa un lugar de privilegio. Somos violentos desde nuestro nacimiento. Nos acompaña una pulsión agresiva destinada a defendernos despedazando al enemigo o a convertirnos incluso en gratuitos enemigos de los otros.

Una especie de psicología particular mediante la cual mutamos la afabilidad hasta transformarla en violencia y el derecho a la vida en destrucción e incluso en asesinato. El otro se convierte, de pronto, ya no en un compañero en la ruta de la existencia, sino en un enemigo al que es preciso, no solo alejar, sino destruir porque su presencia incomoda o inclusive anonada. Entonces, los límites determinados por la cultura y la ley se deshacen, se esfuman y desaparecen. Su lugar es ocupado por la violencia en estado puro cuya forma paradigmática es el asesinato: esa necesidad de dar la muerte al otro casi como si se tratase de una suerte de don.

Es lo que acontece con ese hombre, un joven policía instructor, formador de otros policías. Es decir, un supuesto modelo de policía llamado a educar a otros jóvenes, hombres y mujeres, que se han propuesto ser como él, policías nacionales cuya función es el cuidado y la protección de la ciudadanía.

Los lobos pueden disfrazarse de corderos para atacar más eficaz y eficientemente a sus víctimas.

No se trata de calificar de lobos a todas y todos que hacen esa institución. De ninguna manera. Pero se ha hecho más evidente una vieja realidad que ni ha sido del todo ocultada ni es exclusiva de este tiempo. En las escuelas de policía se enseña la violencia. También se haría más evidente esa perversa pedagogía con la que se enseña a las nuevas generaciones.

De hecho, lo acontecido con María Belén Bernal constituiría el acto mediante el cual se derrama un inmenso vaso lleno de podredumbre, de arbitrariedades e inmoralidades. El vaso de la Policía Nacional, en su parte corrupta, se derrama en la crueldad de este asesinato realizado por su esposo que se quitó la careta institucional para que su pérfido lobo haga de las suyas en el campo abierto de la crueldad.

Ciertamente no se trata de calificar de lobos a todas y todos que hacen esa institución. De ninguna manera. Pero se ha hecho más evidente una vieja realidad que ni ha sido del todo ocultada ni es exclusiva de este tiempo. En las escuelas de policía se enseña la violencia. También se haría más evidente esa perversa pedagogía con la que se enseña a las nuevas generaciones.

Al principio de que la letra con sangre entra, se añadiría la violencia de género convertida en pan de todos los días.

La Policía no puede convertirse en escuela de la violencia y el crimen.

Esta mujer reclama justicia. Su muerte no puede quedar en la impunidad. Es preciso destruir esa violencia extrema de un policía que asesina con crueldad a su esposa para librarse de su sombra y de su voz acusatorias. La misma justicia que seguramente aún siguen reclamando los hermanos Restrepo, ese par de adolescentes que tuvieron la desgracia de caer en manos de policías asesinos.

Es preciso no andarse por las ramas. Porque, pasada la tempestad, el silencio de la complicidad administrativa permitirá que María Belén sea perversamente olvidada. 

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