PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
Las primarias acaban de exhibirnos un espectáculo de obscenidad en el que las carambolas desplazan a las ideologías. Pocos son los binomios que tienen un perfil ideológico claro.
Quizá sea necesario repasar algunos conceptos para entender mejor la razón de ser de los partidos. Los partidos nacen con el sufragio universal como un antídoto a la dominación de las minorías con poder fáctico. Son, por tanto, creación de corrientes de pensamiento más cercanas al ideario popular. Son consustanciales a la democracia, en tanto sean vehículos de una mayor representación y participación de los sectores sociales mayoritarios.
La proliferación de partidos que se ha dado en el Ecuador no contribuye a alcanzar ese objetivo. ¿Qué sentido tiene que haya tres o cinco candidaturas de una misma tendencia? ¿Revela esto una ambición de carácter personal o la incapacidad de ceder posiciones en provecho de una sola causa? La fragmentación resultante conspira contra los derechos de la población marginada a una mayor y mejor representación. Así, partidos que se auto titulan progresistas le hacen el juego a las tendencias económica y políticamente predominantes.
Con la implantación de la libertad electoral, José María Velasco Ibarra fue electo presidente con amplio respaldo popular, durante cinco ocasiones.
Las dictaduras militares de las décadas de 1960 y 1970 impulsaron una relativa modernización del estado y con el retorno a la democracia en 1979 se implantó lo que se conoció como el régimen de partidos, por el cual, los partidos reconocidos por la ley detentaron el monopolio de la representación política. Ahí surgieron organizaciones partidarias como la Democracia Cristiana y la Izquierda Democrática, ubicadas ideológicamente en el centro del espectro político. Sin embargo, estos partidos no pudieron permanecer y sufrieron mutaciones a lo largo de su existencia. En unos casos, cambiaron de denominación, en otros perdieron su fuerza inicial.
Más tarde, el ex presidente Febres Cordero habló de la existencia de “ecuatorianos de primera y de segunda” y convocó a una consulta popular para eliminar la obligación de ser afiliado a un partido político para ser candidato. Años después se calificó de “partidocracia” a este régimen
Junto a la partidocracia aparecieron nuevos brotes populistas, como el PRE de Abdalá Bucaram y más recientemente Alianza País con Rafael Correa. También se dio paso a los llamados outsiders, o sea, candidatos venidos de afuera, sin vinculación orgánica con los partidos políticos y que gozaron de amplio respaldo en el electorado.
No obstante la existencia del régimen de partidos a nivel electoral, este no tuvo vigencia a nivel gubernamental. No hubo gobiernos de partido, sino de líderes o cabezas de una u otra tendencia. Por eso los presidentes fueron liberados de la disciplina partidista en cuanto se posesionaron. Los partidos han tenido una existencia formal. A la hora de gobernar, los gobiernos prescindieron de ellos.
Además de lo mencionado otro problema con los partidos ecuatorianos tiene que ver con su origen y su caracterización.
Hay dos enfoques bastante conocidos sobre los porqués surgen los partidos: el liberal y el marxista. El primero gira en torno a las ideas; el segundo, a las clases. ¿Alguna de las candidaturas presentadas en las primarias, responden a esta primera clasificación? ¿Qué partidos son de clase? Y ¿cuáles son las ideas que los definen?
Hay dos enfoques bastante conocidos sobre los porqués surgen los partidos: el liberal y el marxista. El primero gira en torno a las ideas; el segundo, a las clases. ¿Alguna de las candidaturas presentadas en las primarias, responden a esta primera clasificación? ¿Qué partidos son de clase? Y ¿cuáles son las ideas que los definen?
Los partidos socialista y comunista en Ecuador se constituyeron alrededor de la ideología marxista; pero no fueron partidos de clase propiamente, puesto que la clase obrera apenas si existía. Fueron intelectuales de clase media sus propulsores. Dos partidos históricos –el liberal y el conservador- estuvieron muy identificados con sus líderes más que con un ideario.
Adicionalmente, hay una gran distancia entre las expectativas de los ciudadanos y el laberinto electoral que desdibuja el régimen de partidos, supuestamente multipartidista, pues aparentemente hay mas de dos partidos. Pero en rigor, no hay multipartidismo sino una proliferación de grupos amorfos, oscilantes, oportunistas que están al sol que nace, y que compiten con unos pocos partidos que sí poseen un mínimo de organización y de estabilidad.
El multipartidismo bien practicado es un soporte del pluralismo y un antídoto del partido único. Durante el gobierno de Rafael Correa se vulneró el multipartidismo y se intentó copar la representación política a través de un líder y de un partido únicos.
Para la situación que está viviendo el país, agravada por la pandemia, los partidos electorales son un peligro, dadas las condiciones adversas de su existencia. No es el momento de ensayos ni de improvisaciones. Las próximas elecciones demandan reflexividad, no son un torneo de vanidades ni de lucimientos personales. Cualquiera que gane en febrero de 2021 deberá ser realista: estar consciente y dispuesto a confrontar sus programas de gobierno con los hechos.
La democracia debe sustentarse en partidos efectivos, bien organizados, coherentes, disciplinados, con equipos de trabajo bien formados. Estos podrán contrarrestar la desorganización característica de una sociedad como la nuestra y ser soporte confiable de los gobiernos. Ello permitiría, además, poner coto al oportunismo de aventureros que se valen de la libertad electoral para alcanzar objetivos contrarios al bien común. Lo cual implica atacar las causas políticas de la corrupción, como la compra de votos y de conciencias que en 1714 se practicaba en Inglaterra. No es admisible que en el siglo XXI sigamos en el Ecuador valiéndonos de las mayorías móviles y del “hombre del maletín”. Peor aún de los sobornos obtenidos a cambio de las obras contratadas con el estado para financiar campañas electorales dolosas.
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