
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
El ex presidente Rafael Correa mantiene una relación tóxica con Ecuador. Quiere volver a gobernar y dominar al país. Y al mismo tiempo quiere destruirlo. No solo acabar con su frágil institucionalidad; también desequilibrar su economía y arruinar toda posibilidad de entendimiento social. Mientras más desconfianza siembre entre los ecuatorianos; mientras más descomposición ética propicie; mientras más polarización forje entre sus ciudadanos, mejor. Aparece como el patrocinador de aquella frase que tantos de sus seguidores han proclamado: “que la tortilla se vuelva…”. Una traducción en clave de simpleza y vulgaridad de la lucha de clases del siglo XIX. ¿Para qué aspira a recuperar el cargo presidencial?
Las peroratas de Correa, sin embargo, no parecen alinearse con algunos hechos de la realidad actual.
Escuchaba al alcalde electo de Quito, Pabel Muñoz, en el programa “Políticamente correcto”, y su retórica ideológica no se adecúa con sus propuestas de acción en el gobierno municipal de Quito. Pues mientras por el lado de la oratoria parece sintonizar con el correísmo, del cual fue su candidato, por el lado de las ejecutorias que anuncia no asoma tal conciliación. Para concretar sus ofertas electorales requiere de tranquilidad. Si le interesa enfrentar la inseguridad en el distrito metropolitano de Quito necesita un clima de sosiego y mesura. Los asambleístas de su agrupación política pueden jugar a la conspiración, apoyar el desorden y el caos y hacerlo en total impunidad. Total, están tan desacreditados que muy pocos ecuatorianos esperan algo positivo y constructivo de ellos. Pero esta actitud no puede emularla un alcalde que inicia su función y está forzado a ejecutar obras concretas y a dirigir una administración que tiene que ver con el día a día de los habitantes de la ciudad. El manejo de residuos, la gestión de las movilidades, el mantenimiento vial y del alcantarillado, la provisión de agua potable, entre otras, son acciones prácticas, siempre urgentes.
Modificar su apremio le exigiría a Correa transformar la relación de toxicidad que mantiene no solo con su electorado, sino con la mayoría de ecuatorianos. Le conminaría a dejar de mirar a sus opositores, o a quienes no comparten sus premisas ni pensamiento, como a enemigos a los que hay que abatir, aplastar, pulverizar
Cumplir con los ciudadanos de los territorios que gobernarán y acatarán las consignas del líder del correísmo muestran una disyuntiva que podría terminar en choque. A menos que puertas adentro logren convencer al cabecilla supremo que tenga paciencia, que apueste por alcaldes exitosos que puedan mostrar réditos para el 2025 y que eventualmente estas ventajas beneficien a Correa.
Desde esas obligaciones, emerge un desfase entre la fidelidad a las creencias del correísmo y las responsabilidades de sus dignatarios electos, seguramente no solo de Muñoz.
Modificar su apremio le exigiría a Correa transformar la relación de toxicidad que mantiene no solo con su electorado, sino con la mayoría de ecuatorianos. Le conminaría a dejar de mirar a sus opositores, o a quienes no comparten sus premisas ni pensamiento, como a enemigos a los que hay que abatir, aplastar, pulverizar. Le demandaría respetar a sus contrapartes y a cejar en su empeño por aniquilar a Ecuador, como sugieren sus maniobras desestabilizadoras, así como las de sus colaboradores y aliados. Le comprometería con la madurez, la coherencia y la honestidad. ¿Será posible tal cambio?
Las exigencias de seguridad en Ecuador requieren la búsqueda de unidad, no de unanimidad; de restablecer la cohesión social y de sanearla de desafueros y agravios; de materializar esfuerzos y trabajo comunes, desde las posibilidades particulares de individuos y colectivos. Enorme reto, por cierto, y que nos involucra a todos.
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